Antiguo dominio británico, esta hermosa isla del Caribe, la más expuesta al Océano Atlántico, cumplió 4 años de independencia.

 

Al aterrizar en Barbados yo estaba en éxtasis. Habían sido tres horas procedentes de Panamá, donde yo había llegado por gentileza de COPA Airlines, haciendo uso de los beneficios de su programa Stopover. Además, recibiendo una atención de primera, proporcionada por Paola Gutiérrez donde, como tripulante de cabina del área principal, estuvo siempre presta a dar la mejor atención. Los snaks y la variedad de bebidas, propias de coach, se sumaban a las amenidades de business class, con una dedicación  más personalizada en cuanto a cena, licores y espacios más amplios. Habiendo tocado tierra en un destino sin mayor estructura de aeropuertos de modernos diseños, el aterrizaje aquí fue singular. Los pasajeros bajábamos por escalera como en los viejos tiempos, y luego caminábamos por la pista hasta ingresar a la sala de Migración. Todo esto en un espacio abierto, sin necesidad de aire acondicionado y con barbadians locales en sus funciones, absolutamente amables con todo el mundo.

 

 

Me encantó que personas exploradoras cercanas a mi, y muy queridas, se sumaran esta vez a mi viaje a Barbados, una pequeña isla del Caribe -densamente poblada y bien desarrollada- donde yo llegaba por primera vez. Pudo haberme parecido un territorio chiquito, con una superficie de solo 430 km2. Pero, no… En la práctica, lo percibí inmenso. Y como queríamos conocerlo todo, arrendamos auto y nos lanzamos a conducir británicamente por la izquierda por supuesto, atentos a no equivocarnos jamás de pista, a objeto de recorrer la isla (rodeada por el Mar Caribe en su costado occidental y el Atlántico en su perfil oriental) al máximo.

 

 

La gigantografía suspendida desde el techo con el rostro de Rihanna -cantante que nació en Barbados y cuyo éxito traspasaría fronteras- nos recibía en el área de Migración, permitiéndonos comprender la adoración que su pueblo le tiene a su representante en el exterior. Y así, tras cumplir con los requisitos de entrada al país, nuestra primera misión fue dirigirnos al alojamiento que habíamos reservado en Grittle Bay Estates (concepto de Home & Villas, bajo el business model de Marriott, en el sector Oeste de Barbados), llamado Platinum coast. Al día siguiente, ya más descansados, nos aventuraríamos a Bridgetown, su capital.

 

 

Luego de 30 minutos conduciendo hacia el sur, pasaríamos por un precioso camino costero, teniendo a la vista hoteles muy elegantes (casi palacios), entre los cuales estaba Sandy Lane, su conocido embajador internacional. Ya en Bridgetown, caminamos sin descanso entre calles principales y secundarias, descubriendo distintos hitos culturales, tales como la catedral de St. Michael´s, iglesia del siglo XVII que cobija enterrados -en su suelo y sus paredes- restos de personalidades británicas que gobernaron la isla hasta hace tan poco tiempo atrás.

 

 

Bridgetown es una capital que compite con el resto de su isla. Pareciera que su progreso quedó de algún modo detenido, probablemente por las fuertes inversiones turísticas que se realizaron en sus afueras. De hecho, la ciudad tiene más importancia política que económica. En sus siglos de historia, recuerda con honor la casa en que alojó, tras llegar navegando a la isla, el entonces joven George Washington y Lawrence, su hermano mayor. A pesar de su interesante desarrollo, hoy le es difícil competir con el resto de esta isla/país que es elegante y moderno a la vez.

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Era inevitable… En medio de un ambiente urbano, su música calypso y raggae nos envolvería con su cultura caribeña. En nuestro recorrido nos toparíamos con Careenage, el canal que cruza la ciudad. Vislumbrábamos también distintos restaurantes con anuncios de platos locales, entre los que estaba el flying fish. Y en sus bares, el ron de primera, como el Mount Gay Rum, cuya destilería se podía visitar.

 

 

Me alegró saber que en educación, Barbados registra un 100% de escolaridad. Me impresionó también comprobar a simple vista, que tanto en Bridgetown como en toda la isla, su gente es esbelta, como si al caminar todo su cuerpo mostrara su dignidad, dejando atrás cientos de años de esclavitud, sistema que se abolió en 1834. Esa mezcla de pasado doloroso y fortaleza actual fue un componente que me acompañaría durante todo el resto del viaje porque ante mí tenía a una población noble, alegre, de sano comportamiento, dando fe tanto de su nación como de la presencia de la Corona Británica. Es además una capital segura, donde no existe presencia policial de calle, aunque si hay hermosas estaciones policiales cada cierta cantidad de kilómetros. No obstante (y todo turista debe tenerlo muy claro), aquí está absolutamente prohibido vestir con print militar. Las únicas personas autorizadas para utilizar poleras, gorras, pantalones y shorts con este diseño son miembros de sus fuerzas militares. En definitiva, una nación en que la disciplina es importante, posible herencia de la Corona, pero que en la actualidad luce a todo honor 4 años de independiente gobierno parlamentario.

 

 

Bajo un sol intenso, como a las  4 de la tarde finalizamos nuestra visita a Bridgetown, por lo que decidimos regresar en linea recta a Glitter Bay a lanzarnos de cuerpo entero al mar Caribe. Nadamos hasta el atardecer en esa preciosa playa con arena polvo, agua exquisita y muchas comodidades propias del lugar. Hubiésemos querido no movernos nunca y quedarnos ahí todos los días, desde salida de sol hasta puesta de sol.

 

 

En todo caso, la belleza de Barbados es mucho más que Bridgetown, por lo que pronto les contaré sobre las aventuras que vivimos en los días siguientes. Lo cierto es que continuaríamos manejando nuestro automóvil por la pista izquierda de sus vías principales y secundarias, de norte a sur y de este a oeste, visitando a St. Nicholas Abbey (que nunca fue abadía), el Animal Flower Cave, sus restaurantes y mucho más. Un viaje de ensueño en una fantástica ruta de navegación y destino de COPA Airlines.

 

Consultora de contenidos: Judith Arango.