TEXTO Y FOTOGRAFIAS: Alejandra Carmona

 

NOTA DE LA REDACCIÓN: Alejandra es periodista con vasta experiencia en consultoras relacionadas con Gestión de Personas. Ex Directora de Comunicaciones en Great Place to Work, nos relata aquí su vivencia tras visitar el fascinante territorio del extremo nor-oeste de Estados Unidos, ubicado entre Rusia y Canadá.

 

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Conocer a Alaska y no acordarse de los fiordos del Sur y de nuestra Patagonia es casi imposible. Sólo el inglés de los turistas y sus bosques generosos, de enormes pinos de diferentes familias y colores, te recuerda que estás a una distancia aproximada -tomando en cuenta la distancia aérea entre puntos más representativos- de alrededor de 13,000 a 15,000 kilómetros de nuestro país. Cómo si fueran dos almas gemelas, el extremo norte y extremo sur de América, comparten paisajes que impactan por su parecido: el color grisáceo y turquesa de sus ríos y lagos -producto del descongelamiento de sus glaciares- sus montañas nevadas con grandes escarpados y, por su puesto, esa sensación de estar “en el fin del mundo”. A los fiordos y pueblos más habitados de este inhóspito territorio -comprado a Rusia en 1867 por US$ 7,2 millones, lo que se conoce como «La Compra de Alaska», y último Estado anexado al país del norte- se llega en avión comercial, avionetas o por vía marítima. Lo que ha hecho que sea común ver un flujo bastante importante de cruceros. Y fue justamente en un crucero de los grandes que comenzó mi viaje.

 

 

Luego de embarcar junto a mi marido en Vancouver, Canadá, para una travesía de 6 días, tocamos tierra después de 2 días de navegación en Juneau, capital del Estado de Alaska. Entre los meses de mayo y septiembre, la población diaria de esta ciudad puede aumentar en hasta  6.000 personas debido a las visitas de cruceros. Y se nota. Sus calles están plagadas de tiendas con souvenirs de artesanías y fotos de osos, alces, fotografías de noches boreales, artesanía propia de la zona y joyerías de piedras semi-preciosas que hacen recordar su pasado de fiebre minera. Operadores turísticos locales ofrecen excursiones y paseos prometiendo vivir la aventura de tu vida para observar ballenas, osos, águilas y maravilloso lagos. A precios bastante elevados (entre USD 300 y USD 500 por persona), por lo que la mayoría de los pasajeros opta por caminar y conocer el pueblo mismo hasta dónde los pies aguanten.

 

 

TESTIGOS DE LA GRAN FIEBRE POR EL ORO

 

Después de que se descubriera oro en la zona, un grupo de buscadores se instaló en la localidad, siendo la ciudad propiamente fundada en 1881 y bautizada en honor al minero Joseph Juneau. Este pasado y fervor por el oro lo iríamos palpando a medida que fueramos conociendo cada rincón, museo y principales puntos en los siguientes dos pueblos:  Skagway y Ketchikan. Como experiencia en la ciudad vale la pena conocer el clásico bar Red Dog, donde a un buen precio se puede disfrutar de una rica cerveza y música en vivo. También es muy interesante visitar su Capilla de San Nicolás, un claro vestigio de la influencia de la iglesia ortodoxa rusa a principios del siglo XIX.

 

 

SINTIENDO EL VIEJO OESTE

 

Y si antes habíamos experimentado con mi marido que estábamos sentados junto a los mismos buscadores de oro en el bar de Red Dog, en Skagway, de verdad volvimos al 1800. Son muchas las casas que se han mantenido intactas con el estilo de esa época, especialmente en su centro histórico. Y para completar la sensación de estar en el pasado, recomiendo hacer el paseo de algo más de 3 horas ida y vuelta en un tren de época que te lleva al límite entre Estados Unidos y Canadá con paisajes en altura que vale la pena disfrutar.

 

 

LA VERDADERA ALASKA

 

Nuestra última parada: Ketchikan. La llaman “la verdadera Alaska” y es reconocida como la “Capital del Salmón”. En sus orígenes fue un centro indígena de salazón de pescado, pero el pueblo sufrió el mayor crecimiento durante la Fiebre de Oro de Klondik (al noroeste de Canadá y al este de Alaska), transformándose en base de suministros y puerto de entrada de mineros. Creek Street,  punto imperdible para cualquier viajero, recuerda ese pasado. La calle es en realidad un paseo marítimo montado sobre pilotes en una pendiente alta en el lado este de Ketchikan Creek, al este del centro de la ciudad.

 

 

TOTEMS Y ANIMALES DE PODER

 

 

Nuestra travesía por los fiordos de Alaska terminaría en el espectacular Glaciar Bay Park, con vistas desde el crucero de glaciares espectaculares y majestuosos que de verdad te dejan sin aliento. Finalmente, haber ido a Alaska (y Vancouver) sin haberse quedado con la imagen de algún Tótem en la retina es como de verdad no haber ido. Están presentes en cada museo, plaza y parques en general. Estas espectaculares esculturas de madera, creados por las culturas indígenas del Pacífico noroeste en Canadá y Estados Unidos, impresionan. Cada tótem puede contener una o varias figuras de animales. El lobo, águila, oso grizzly, orca, rana, cuervo y salmón son los animales representados más comunes. Representan siempre a una familia o clan en particular y dicen que su función era también proteger a los miembros de ese mismo clan a través de estos mismos animales de poder.