Nada mejor que cruzar la cordillera un fin de semana largo para disfrutar la inmensidad de bondades con que nuestros vecinos gozan la vida. En familia, los panoramas son muchos.

 

TEXTO Y FOTOGRAFIAS: Renata Gastello

 

Hace rato que quería llevar a mis hijos a conocer Buenos Aires.  Y el fin de semana largo previo a las vacaciones de invierno fue una muy buena fecha. Primero, porque estaba recién estrenado el musical School of Rock, la versión teatral de la película que protagonizó Jack Black, al mismo nivel y popularidad de Broadway que el año pasado tuvo Matilda. Las actuaciones de Agustín Aristarán, Ángela Leiva y los niños (tres elencos de 13 niños, entre nueve y quince años) hacen que esta composición original de Andrew Lloyd Webber brille y sea un verdadero privilegio de ver. No solo mis hijos, de 12 y 14 años, quedaron fascinados; mi marido y yo no podíamos creer la tremenda puesta en escena, las voces, las actuaciones y el talento de los niños con instrumentos.

 

 

Segundo, tuvimos mucha suerte con el clima. El frío no era tanto, lo que hizo súper placentero caminar por todos lados, siempre la mejor forma de conocer bien un lugar. Tercero, porque tuvimos la suerte de coincidir con unos amigos, y sus hijos de la misma edad de los nuestros. ¿Qué más podíamos pedir? Aunque no es el mejor momento en términos de cambio para nosotros, igual el blue algo ayuda. En el momento en que estábamos nosotros, en algunos lugares se podía conseguir cambiar el dólar a 1.300 pesos argentinos. En estos momentos, creo que subió a 1.400. Los argentinos ya no aceptan dólares en todos lados, y tampoco fue fácil encontrar casas de cambio con esos valores. Pero en algunos restaurantes nos recibieron el dólar a buen precio. Y en el barrio de los outlets (calles Aguirre y Serrano, como referencia), también pudimos cambiar bien. En definitiva, sigue siendo conveniente llevar dólares en efectivo.

 

 

Llegamos un miércoles muy tarde, pero como aterrizamos en Aeroparque, en 10 minutos estábamos en el hotel. Nos quedamos en Recoleta, muy buen barrio si el objetivo es ir a todos lados caminando, ya que estábamos a cuatro cuadras de Ateneo, cerca del Obelisco, de la calle Florida y el centro, de la Casa Rosada, de Puerto Madero, de los teatros en Corrientes y, por supuesto, de la siempre entretenida Santa . Todo eso lo recorrimos, admirando la arquitectura y los cafés de, probablemente, la ciudad más europea de Latinoamérica. Como el desayuno del hotel no estaba incluido -y no era barato-, caminábamos todas las mañanas dos cuadras hasta Santa  1234, al café que tenía ese mismo nombre, donde nos atendía todos los días Fernando, con esa amabilidad que caracteriza en general el servicio de los porteños, y nos da clase.

 

 

Nuestros hijos no podían creer que hace apenas algunos años, había cafés y restaurantes de ese tipo en Santiago; tradicionales, con los meseros vestidos con corbata, y que llevaban años trabajando en el mismo lugar, con los mismos comensales diarios, a los que se les conocía el gusto y les llevaban sus platos sin siquiera preguntarles. Así mismo veíamos a muchas personas siempre a la misma hora que nosotros. Uno de los panoramas que más disfrutó nuestro segundo hijo fue conocer el estadio de River, donde hacen tours diarios por aproximadamente 55 dólares (no es necesario comprar la entrada antes). Aparte del mismo estadio, acceden al museo y conocen los camarines. Una experiencia inolvidable no solo para un fanático del fútbol como es él, sino para cualquiera que quiera conocer el campo de juego más grande de Argentina y de Sudamérica.

 

 

Mi hija mayor, en cambio, quedó fascinada con el diseño, los bares y la onda de los restaurantes de Palermo Soho, y la feria que artesanías y ropa con que se instalan los sábados y domingos en la tarde. En ese barrio almorzamos en dos lugares recomendados por gente local: Rebelión (“tienen la misma carne que el icónico Don Julio, pero a un precio realmente distinto”, nos dijeron) y Tiempos de Reencuentro, una parrillada con público más local que turístico, muy rica y abundante (comimos los cuatro de una sola). Y si de comidas se trata, otro recomendable al que siempre vamos es Broccolino, probablemente las mejores pastas, en la calle Esmeralda (en el centro). Ninguno de ellos fue realmente barato, pero así y todo, calculamos que al final, no gastamos más de 30 dólares por persona diarios en comida. Rematamos un fin de semana entretenidísimo con la feria de antigüedades en San Telmo, donde siempre faltan horas para “cachurear”, y almorzando con una amiga de mi marido y su hijo (porteños) y nuestros amigos.

 

 

Nuevamente, despegamos desde Aeroparque, así que estuvimos hasta el último momento exprimiendo esta experiencia al máximo. Nos fuimos con una rica sensación de haber podido llevar a los niños (no hay nada mejor para mí que tener la posibilidad de mostrarles el mundo cada vez que puedo) y la misma pregunta que nos hacemos siempre… estamos tan cerca, ¿por qué no venimos más seguido?