Portugal fue, para mi, conocer un país cautivante que recorreríamos en tour durante 8 días. Y como la primera impresión es lo que vale, Lisboa nos sorprendió de varias maneras. Y… ¡atención!. Porque como también es importante elegir bien el hotel donde alojar, hoy mi sugerencia seria encontrar un buen alojamiento próximo al sector de Chiado, la parte histórica de la ciudad, la zona de los café y tiendas, la más entretenido y más ligada a la vida cultural de la capital portuguesa: que surgió, con el paso del tiempo, como predilección de poetas y escritores y que, en la actualidad, es una de las zonas comerciales más atractivas de Lisboa.

 

 

Nosotros alojamos en lo alto a un kilómetro del centro, descubriendo que podíamos conocer la ciudad caminando rumbo abajo por Avenida Libertad, la principal de Lisboa, una doble vía con jardinera central y que por ambos costado uno va vitrineando tiendas que engañan a la vista porque -de líneas muy sobrias- allí están las franquicias de marca más famosas del mundo. Un paseo sobre adoquines y cerámicas que constituyen todo un arte, hasta finalizar -pasando por restaurantes que publicitan sus sardinas asadas y platos de bacalao, preparados en las más distintas formas- en la plaza Camoes, donde comienza el centro histórico.

 

 

En lo principal, la parte antigua de Lisboa está al lado del río Tajo (que divide al país en dos), por lo que todas nuestras actividades serían a su alrededor. Así, a la mañana siguiente, acudiríamos a la zona de Belém, donde está la antigua confitería que hizo famosa a los pastelitos de crema más deliciosos de Lisboa, los que también los encuentra en Avenida Libertad. Y por la tarde regresaríamos nuevamente al centro de la ciudad, donde -la noche previa- me había aventurado con tres amigas a deambular por los alrededores, hasta que de repente nos encontramos una algarabía de la ciudad iluminada que nos dejaría casi sin respiración. Y al regresar al hotel, tuvimos un percance del que hasta el día de hoy nos reímos. Nos perdimos… Pienso que nos desorientamos por la cantidad de arterías que desembocan en la enorme rotonda del Marqués de Pombal (ex secretario de estado de los Asuntos del Reino). Sabíamos que estábamos cerca, pero no teníamos idea por dónde enfilar. Entonces recordamos las palabras de Gerardo Atienza, nuestro guía portugués: «Si necesitáis regresar, tomad un taxi o un uber. Ningún problema. Aquí no hay violencia ni hay robos, sino seguridad absoluta», Así es que finalmente nos subimos a un taxi. Y vergüenza… Estábamos a cinco cuadras.

 

 

Desde que llegué, siempre tuve en mente la canción “Lisboa antigua”, tema que hace muchísimos años Amalia Rodríguez, esa gran exponente del fado portugués, regalara al mundo. De aquí que, con ansias, me inscribí en la cena de un restaurante, ubicado en el sector del “Museo del Fado”, para el espectáculo que se presentaría esa misma noche. Aquí, un video de solo 1´30” que grabé de Naná, una de las cantantes que se lució entre los comensales. Pero, aprendí una lección: que jamás volvería a escuchar fados en un restaurante en que se cenara. Porque para mí era inexplicable que los intérpretes hicíeran esfuerzos casi sobrehumanos por hacerse escuchar, mientras pocos asistentes escuchaban realmente y otros, ignorándola, no dejaron nunca de conversar.

 

 

“Lisboa antigua” quedó grabado en la memoria. De hecho, nuestro guía nos mostró edificios de los siglos X y XI que -pasados diez siglos- todavía se mantienen como nuevos. Así y todo, la capital portuguesa es una ciudad moderna con mucha construcción de edificios y centros comerciales que emergieron a partir de los años ´50, tras el término de la Segunda Guerra Mundial. Y aunque uno venga a Lisboa por solo dos días, siempre solicite conocer sus sitios emblemáticos -como la Torre de Belém, el Monasterio de los Jerónimos y el Monumento a los Descubrimientos- todos con sorprendentes historias, sobre los cuales me comprometo a extenderme tan pronto pueda.

En síntesis, la capital de un país al que añoro regresar.

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