¿Qué nos sucedió a comienzos del 2021, en que se suponía que todos íbamos a gozar de nuestras esperadas vacaciones de verano? «No pasó mucho», nos aseguraron varios. Sin embargo, Verónica Díaz Santibañez, entusiasta periodista de televisión y radio, nos cuenta sobre su especial y descubridor veraneo que ella vivió durante febrero y que denominó, para su satisfacción, «un respiro» en pandemia.

 

Texto y fotografías: Verónica Díaz S.

 

Este verano fue inolvidable. En medio de la pandemia y de la Fase 2 (Transición) en que se encontraba este balneario, la verdad es que lo agradecí profundamente pues hace tiempo que no disfrutaba de sus calles, sus paisajes, sus playas…y de sus olores a bosque, a mar y a algarrobos, por supuesto.

 

 

Voy a Algarrobo desde que tengo memoria. Nací yendo a la casa que compró mi abuelo, cuando había solo unas pocas construidas, cuando la mayoría de las calles eran de tierra y cuando en la playa (extensa, por cierto) se instalaban carpas multicolores para pasar gran parte del día allí. Como lo muestran estas fotos con mis padres, y la de un sexy bikini mío junto a mi madre y mi hermana. Así es que conozco cada rincón de Algarrobo y me arranco cuando puedo a “respirar”. Eso les he enseñado a mis niños, a que noten la diferencia del aire (con Santiago) y a que llenen sus pulmones. Sin embargo, claro está que no soy la única que ama este lugar y que reconoce todas sus bondades. Entre ellas, la cercanía con la capital. En tan solo hora y cuarto, uno puede llegar por la ruta 68, doblando hacia Algarrobo, antes de llegar a Casablanca, luego de pasar los túneles Lo Prado y Zapata. Tanto es así que, en los últimos años, es tal la cantidad de gente que llega en verano que, para ser sincera, el encanto no solo se pierde un poco, sino bastante. No se puede caminar y sacar el auto es un suplicio. Es mejor tratar de caminar.

 

 

En este escenario, vi el lado bueno de la pandemia y del plan paso a paso, pues la etapa de transición en que se encontraba Algarrobo me invitó a volver al pasado, a ver sus calles vacías, muy poca gente los fines de semana y respirar en toda su magnitud.

 

 

Por primera vez, en muchos años, me tomé un mes entero (febrero). Desde que llegué no paré de trotar. Llegué con las zapatillas puestas y no me las saqué hasta que volví a Santiago. Cada mañana troté por el borde costero haciendo un recorrido que empezaba en mi casa cerca del Yachting o Club de Yates de Algarrobo, iba a la Puntilla, volvía, atravesaba todo Algarrobo, y se extendía hasta un poco más allá de San Alfonso del mar. ¿Serán unos 7 kilómetros?

 

 

Corrí, corrí y corrí cual Forest Gump en pandemia. Y me sentí tan feliz, libre y contenta, alentada por la música que zumbaba en mis oídos, que ni los años ni los dolores me pesaron para cumplir mi cometido diario. Recuerdo especialmente un día en que amaneció sorpresivamente lloviznando. Voy igual, me dije. Y partí, y corrí bajo una delgada lluvia que me mojó entera, pero que me regaló una sensación de felicidad que no quiero olvidar. Y en esa rutina diaria, que nunca lo fue, un día me fijé en el humedal “El Membrillo” que está al termino de San Alfonso del mar y donde está trabajando la Fundación Kennedy, de la cual quiero destacar su magnífica labor por la conservación de estos espacios naturales. Cuando chica no me gustaban porque despreciaba a algunos de sus habitantes, como los zancudos…. Hoy me quedo mirando la vida silvestre existente en ellos, y alabo que haya personas que valoren y rescaten su existencia.

 

 

El resto de mis días fueron “Sol, arena y mar ”, como dice la canción de Luis Miguel, aunque no mucho porque este año estuvo inusualmente muy nublado. Pero, no fueron sino los fines de semana en cuarentena cuando volví a apreciar este “Algarrobo de mis amores”. En las pocas horas que me permitía salir el permiso, caminé con mi madre por la costanera hacia la Puntilla. Impactante. El que no hubiera nadie, me permitió apreciar las olas, las gaviotas, las algas, la marea, el paso del tiempo y las nuevas construcciones. Ese lugar trajo a mi mente un Algarrobo de antaño y el Algarrobo de mi niñez. En tiempos normales, por ahí casi es imposible caminar, mucho auto estacionado (con cobro por supuesto) y hasta muchos perros.

 

 

Llegar cada día a la Puntilla era lo máximo y, desde lo alto, apreciar en su magnitud la Cofradía Naútica, espectacular para los amantes de la navegación, pero que es la sentencia de muerte para los pocos pingüinos habitantes de la isla (que ya no es isla). Y un poco más allá, la imponente Peña Blanca y las famosas playas El Canelo y El Canelillo, playas que antaño estaba rodeada de bosques y que ahora está rodeada de edificios. Aún así, su belleza es inigualable. Ambas se pueden apreciar desde el mar en el famoso paseo “Lancha motor a la isla”, que áun existe.

 

 

Para el otro lado -hacia el norte- también caminé, pero con mi perro Jack (Tito para los amigos). Todo lo que es la Nueva Costanera, por el lado de las ferias, para mi gusto perdió todo el encanto con el pavimento. Ahora se ve fría y sucia. Pero, sin un alma, se veía maravillosa…la playa El Pejerrey, impresionante sin gente.

 

 

Algarrobo tiene muchos rincones por recorrer, y con cuarentena o no, hay cosas que no cambian, que están ahí, desde siempre, desde ese Algarrobo que me vio nacer… sus olas y su puesta de sol.

 

 

 

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