Texto: M. Eugenia Rodríguez.

Fotografías: Carmen Schmitt.

 

Siempre es entretenido viajar a Buenos Aires. Y esta vez también lo fue. Partimos desde Santiago en un avión LATAM abarrotado de gente. Cruzamos la Cordillera de los Andes, que se veía preciosa, aunque con muy poca nieve.  Después de algunas zozobras por las turbulencias, y de comernos un sándwich helado y desabrido que nos pasó la azafata, llegamos a Aeroparque. Nos esperaba un clima delicioso – para andar en mangas de camisa – que contrastó con el frío de refrigerador que hacía en nuestra capital.

 

 

Como era día sábado, lo primero que hicimos fue cambiar dólares en el aeropuerto, asunto que realizamos sin inconvenientes en el Banco de la Nación (40 pesos argentinos por dólar). Enseguida contratamos un flamante remisse que nos dejó en el Hotel Bel Air, ubicado en el corazón de Recoleta. Nos pareció increíble lo barato que son los taxis. Realmente valen la tercera parte que en Santiago.

 

 

Ya había oscurecido, así es que de inmediato reservamos por internet una mesa en el Piégari de carnes. Por suerte lo hicimos porque cuando llegamos, el restaurant estaba repleto. Y ahí vimos por primera vez a los argentinos en su salsa. Grupos de gente de todas las edades que disfrutaban de ese ambiente delicioso que se da en los restaurantes trasandinos, dónde mujeres y hombres sacan sus mejores tenidas, los mozos se deshacen en atenciones y los platos ya servidos anuncian que se comerá de lo mejor. Lo que sí me llamó la atención es que en toda la noche no se oyeran esas risotadas que, sin estridencias, alegran el ambiente de los contertulios. Sentí a los argentinos más apagados que en mis otros viajes, lo que constaté también con el correr de los días: los argentinos están descontentos con todo. En cuanto a política, ni hablar…No quieren saber ni de moros ni cristianos… Lo ven todo negro. Como que hubiesen perdido la esperanza…

 

 

Sin embargo, al día siguiente descubrimos un Buenos Aires precioso, como que la primavera había hecho milagros en los parques: los prados verdes intensos y con esos árboles gigantescos que ya mostraban sus brotes turgientes. La ciudad limpia, impecable y con muchas construcciones en barrios consolidados, como Palermo, Soho y Recoleta. Varias obras viales importantes en marcha, como por ejemplo al costado de Puerto Madero, donde una carretera subterránea permitirá el paso bajo nivel sólo a camiones, lo que despejará las vías en ese barrio turístico que -además de restaurantes y bares a la orilla del río- alberga preciosos palacios antiguos remodelados, como el Centro Cultural Kirchner. Para quienes viajen a Buenos Aires, les recomiendo ni asomarse por esos lares, ya que el tráfico está cortado. Es imposible llegar en auto a Puerto Madero y el comercio está bastante de capa caída.

 

 

Pasear vitrineando por Santa Fe es un panorama imperdible ya que, como siempre, están las mejores tiendas de zapatos y carteras, algunas boutiques que han sobrevivido a la crisis y también librerías  fascinantes, donde El Ateneo es un imperdible. No sólo por la variedad de libros, sino también por la belleza del edificio que lo alberga. No por nada está considerada entre las librerías más lindas del mundo. Los libros y los zapatos, son sin duda, de las cosas que vale la pena comprar.

 

 

Ya adentrándose por las calles de Recoleta, también quienes hemos ido a Buenos Aires varias veces, podemos apreciar que todas las pequeñas boutiques han desaparecido. La cartelera teatral también me pareció con menor oferta que otras veces. Sin embargo vimos dos obras de teatro estupendas, cuyas entradas compramos con anterioridad desde Chile. Menos mal, porque ambos teatros estaban a tablero vuelto. “Doble o Nada” se presenta en el Teatro La Comedia, en el barrio de Recoleta. Es una obra que plantea en profundidad  y con ciertos rasgos de humor,  la actual problemática del rol de la mujer en el trabajo. Y “Tarascones”, en el Teatro Picadero, que deleita con la actuación de cuatro actrices que representan a cuatro amigas, mujeres adultas de clase acomodada, que se juntan a tomar té y en divertidos diálogos en verso, y que hacen reír al público sin darle tregua.De todos modos vale la pena comer en el Sottovoce, restaurant italiano que se instaló hace poco en Casa Costanera en Vitacura, pero que sin dudas en su versión bonaerense su carta es más refinada y con una variedad de platos generosa. Otro panorama imperdible sigue siendo almorzar en la terraza de la Biela, donde nunca fallará la milanesa de ternera con papas fritas y ensalada mixta. Y es que ese barrio, con su pequeño Mall Recoleta -que cuenta hasta con salas de cine- se ha convertido en centro de reunión, especialmente de jóvenes, los que disfrutan en las tardes de música callejera del mejor nivel, así como de bares y cafeterías como Le Pain Quotidien.

Sea como sea, es imposible aburrirse en Buenos Aires.

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