Texto y fotografías: Heliodoro Hoces de la Guardia

 

Ubicado en el centro del Océano Pacífico -a casi 4.000 kilómetros del continente sudamericano y a una distancia similar de la Polinesia Francesa- no tiene otras vías aéreas de acceso que no sean a través de Santiago de Chile o Papeete en Tahití.  Se me viene a la memoria, la primera vez que tuve oportunidad de visitar la Isla. De eso hace varias décadas cuando el aislamiento de este lugar era aún mayor que el actual, con tan sólo un par de vuelos semanales de LAN. Cuando estábamos cerca de aterrizar, el capitán de la nave, en forma jocosa, nos informa el “ahora o  nunca”, ya que en sus propias palabras homologaba a la pista de aterrizaje del aeropuerto de Mata Veri con un portaaviones en el medio del mar como única alternativa posible de poder volver a tocar tierra.

 

 

He tenido oportunidad de poder regresar a la Isla en varias ocasiones y todas ellas han sido por placer, por lo que bien puedo decir con certeza que me gusta mucho revisitar este lugar. Y cuando me pregunto el por qué de esta reiteración, habiendo tantísimos lugares todavía por cubrir en este bendito planeta, la respuesta no me resulta del todo simple. La Isla tiene su nacimiento -de eso hace miles de años atrás- cuando producto de enormes erupciones volcánicas surge del mar, en cuya superficie rocosa se van generando numerosos conos de volcanes, hoy ya extintos, y grandes cavernas que se crearan cuando estas erupciones produjeran ríos de lava en su camino al mar. Una vez enfriados, dieron origen a estas cuevas, las que hoy en buen número pueden visitarse.

 

 

La isla es pobre en recursos naturales. Su geografía es bastante espartana. Su gastronomía, limitada. No tiene grandes playas ni acomodaciones de ensueño. ¿Qué es entonces lo que la convierte en una especie de magneto, del cual uno no quisiera desprenderse? Esto me lo he preguntado muchas veces y no he logrado concluir con exactitud en qué consiste esta verdadera magia que rodea esta pequeña porción de tierra. En parte se debería a la poca información con que se cuenta sobre su pasada existencia, donde la escritura nativa -llamada Rongo Rongo- no ha podido ser descifrada a la fecha, lo que contribuye a acrecentar el halo de misterio . La falta de precisión en la historia y testimonios dejados por los antepasados, junto al hecho de ser una de las tierras insulares más aisladas del mundo, han contribuido a que sean muchas las interrogantes que se han ido presentando con el tiempo sin tener respuestas ciertas. Pero, han sido sus vestigios milenarios, sorprendentes muchos de ellos, los que se han encargado de ir develando un poco el misterio de la Isla. Es el caso de sus gigantescos monumentos de piedra -los llamados Moais con que la isla es asociada- los que se han convertido en los únicos testigos silenciosos que pudieran arrojar testimonios de todos los avatares por los que ha pasado. Ellos nos podrían relatar acerca de las tribus en que se dividía la sociedad “Rapa Nui “. Este último término es la denominación dada a la isla por sus nativos, los que probablemente habrían copiado el nombre de la isla “Rapa”, ubicada en la Polinesia Francesa. Esta última, cuna de la antigua sociedad pascuense. Quizás nos podrían relatar acerca de sus centros religiosos, políticos y ceremoniales, donde adoraban a sus ancestros casi deificados y representados probablemente por los Moais. Nos podrían explicar cómo se esculpieron alrededor de un millar de estas figuras, cómo fueron trasladadas a los Ahu -o altares ceremoniales- y cómo las levantaban. Es decir, tantas interrogantes que forman parte del misterio que emana la isla.

 

 

Nos seguirían hablando de las probables crisis de sobrepoblación que sufriera la isla y que dieran orígenes a guerras intestinas entre las diferentes tribus, diezmando poblaciones, destruyendo los altares ceremoniales  y abandonando  las canteras donde se gestaran estos gigantes. Seguirían contándonos acerca de la llegada de europeos en el siglo XVIII, cuando arribaron holandeses en un día de Pascua de Resurrección y de ahí el nombre de la Isla, otorgado por el mundo occidental. Seguirían relatando las penurias de los isleños cuando han estado a punto de sucumbir, debido a los esclavistas peruanos que se llevaran al continente a gran parte de la población para ser vendida como esclavos y más tarde la poca población restante, que fuera casi diezmada por la tuberculosis y viruela, aportes del invasor extranjero. Por último, nos podrían relatar cuando Chile, comandado por Policarpo Toro, incorpora la isla al territorio nacional en 1888. Los nativos la llamaron “el ombligo del mundo”, lo que para ellos era el centro de su pequeño universo. Más adelante, cuando se demuestra lo aislada que se encuentra del resto del mundo, deja claro que ese centrismo, creencia de los nativos, estaba muy lejos de ser realista.

 

 

En este confín del mundo no se conoce el frenesí que guardan las grandes ciudades, por lo que si uno busca paz y tranquilidad no podría haber encontrado un mejor lugar. Aquí los horarios son relajados. No pretenda salir de compras antes de las 10:00 de la mañana. Y si de almuerzo se trata , lo más probable que todo se encontrará cerrado entre las 14:00 y 17:00 horas. Tampoco hay fechas que resulten más propicias  para visitar la Isla, ya que su clima subtropical es más o menos parejo durante todo el año. Pero, no hay que dejar de poner en la maleta el paraguas y traje de baño, ya que lo más probable es que esté ocupando ambos. Los meses de marzo y abril son los más lluviosos  y quizás el período de turismo alto, en cuanto a su mayor flujo turístico, sea el comprendido entre diciembre y febrero.  Debido al clima lluvioso, cálido y húmedo, uno podría esperar encontrarse con una vegetación  similar a otras islas tropicales. Por desgracia, la Isla sufrió una deforestación  indiscriminada, tanto por los isleños como por sus invasores posteriores, que la dejó convertida en casi un desierto. Sin embargo, en las últimas décadas se ha tomado conciencia de este problema, iniciándose tanto una reforestación como una mejor explotación agrícola por parte de los isleños, únicos propietarios de las tierras. De hecho, hoy se puede apreciar en la playa de Anakena una cantidad de palmeras cimbreantes que, hasta no hace mucho, no existían. E incluso se ha podido recuperar el único árbol endémico de la isla, el llamado Toromiro, que lentamente está siendo introducido en la isla luego de su total extinción.

 

 

En cuanto a la fauna terrestre, ésta es bastante pobre en variedad. En aves hay un poco más, siendo los alcatraces y gaviotas las que dominan el firmamento; también los intrusos gorriones y, por cierto, también uno quisiera encontrar al elusivo pájaro Manutara, el cual por razones que se desconocen ha dejado de anidar en la isla, encontrándose tan sólo en las islas Salas y Gómez. El huevo de esta ave daba lugar a una competencia ancestral, donde intrépidos varones desafiaban las turbulentas aguas y a los hambrientos tiburones para ser el primero en regresar a tierra con un huevo del ave Manutara, los  que anidaban en los Motus frente a Orongo. Así el ganador se le denominaba  “Hombre Pájaro”, convirtiéndose en un importante jefe local durante el período de un año. Manutara , se llamó el primer avión anfibio que unió el continente con Isla de Pascua, comandado por su piloto Roberto Parraguez. Un viaje que en aquel entonces tomara casi veinte horas, hoy se ve reducido a poco más de cinco en los muy cómodos Dreamliners de Latam (https://www.latam.com/es_cl/) que realizan el viaje diariamente a Mataveri. El horario es muy conveniente: se sale temprano en la mañana, con lo cual se puede disponer de toda la tarde para comenzar a aclimatarse a  la isla con un huso horario, el que tiene dos horas menos que Chile continental. Mi recomendación es la de permanecer en la isla al menos cuatro noches, para así despedirse de ella conociendo lo más importante que el lugar ofrece.

 

 

QUE VISITAR

Una buena forma de visitar la Isla es arrendando un vehículo, trámite muy sencillo en que, por lo general, el vehículo se lo traen a uno al lugar de alojamiento. No existen los seguros, por lo que es recomendable un manejo cuidadoso. Y en cuanto a las carreteras, no hay forma de perderse ya que son tan sólo dos las vías que cruzan la isla.

Para el primer día, recomiendo levantarse temprano ya que la mejor luz para fotografías es durante la mañana.

  • Dirigirse al Volcán Rano Kau, con su bello cráter transformado en un lago, donde crecen muchos arbustos acuáticos.
  • Continuar al sector de Orongo, donde -tras una suave y larga caminata- se llega a un sector de casas primitivas hechas en piedra  y desde donde se tiene una bellísima panorámica desde la gran altura de los acantilados con el mar azul a nuestros pies. Desde allí se pueden apreciar los tres islotes: Motu Nui , Motu Iti y Motu Kao Kao, los que albergaban los nidos del ave Manutara y en cuyas rompientes de mar se debatían los competidores ancestrales para conseguir el primer huevo de esta ave.
  • Por la tarde , visitar los siete Moais del Ahu Akivi, los únicos gigantes de piedra que miran hacia el mar. En el resto de los Ahu, estas expresiones del arte escultórico Rapa Nui se encuentran siempre  controlando el interior de la isla.
  • A continuación visitar el Puna Pau, la cantera de piedra roja, desde donde se extraían los grandes trozos de piedra con que se confeccionaban los Pukau, es decir, los sombreros que ornamentaban algunos de estos Moais.
  • Aquí hay un sendero en subida que resulta ser un imperdible, ya que desde su mirador se domina toda Hanga Roa, una visión formidable de todo el poblado con el intenso mar azul como telón de fondo, el que pareciera perderse en un infinito.

Un buen fin de día sería el ver la puesta de sol en el Ahu Tahai, las que por lo general son muy bellas. Y aquí sentados en el prado frente a los Moais, estos se siluetean como si fueran un bosquejo con los amarillos, rojos y naranjas que deja tras de sí la caída de la noche.

 

 

Para un segundo día podríamos tener un relajado baño en la Playa de Anakena, la que se encuentra en el extremo norte de la isla. Aquí, bajo las altas palmeras, se puede hacer cómodamente un picnic, ya que tiene mesas, sillas y facilidades para preparar una parrillada. También hay restaurantes donde se puede almorzar bien, como el Ahu Nau Nau, ubicado a un costado de la playa junto a unos bien conservados Moais, que incluye uno con pukau.

Camino de Anakena hay varios sitios de mucho interés que  bien pueden hacerse este día o bien dejarlos para uno próximo, dedicándoles un poco más de tiempo.

  • Es el caso de la famosa cantera de Rano Raraku , de donde se extraía la roca y se esculpían allí mismo los moais. Esta es una interesantísima visita que requiere caminar un par de horas por un sendero en donde las cabezas de los moais, la mayoría de ellas inclinadas, lo reciben a uno a lo largo del trayecto, teniendo la mayor parte de sus estructura, es decir los torsos, totalmente enterrados.
  • Esta visita debe concluir con un ascenso relativamente liviano hasta el volcán, que tiene un cráter más pequeño que el Rano Kao, pero igualmente hermoso con su lago y profusión de plantas en su interior.
  • Entre la cantera y Anakena, se encuentra el Ahu más espectacular de la isla, el Tongariki, que tiene una quincena de moais alineados en distintos estados de conservación.
  • Si se es madrugador, se podría llegar acá para ver el amanecer, con el sol emergiendo del mar tras las siluetas de los moais.

Por último, antes de llegar a la playa misma , hacer un pequeño desvío hacia la muy pequeña playa de Ovahe, de arenas rosadas, y más tarde se puede detener en Te Pito Te Kura, Papa Vaka y Pu Ohiro, todos ellos ofreciendo vestigios de antiguos Ahus.

 

 

Para el tercer día, si este se hace coincidir con un domingo, un imperdible resulta ser la misa dominical de las 9:00 am, en donde hay una masiva asistencia de la comunidad isleña con sus ritos y mucho cántico en idioma pascuense. Se presencia gran fervor religioso con un sello totalmente local, en donde incluso el sacerdote católico, vestido con la tradicional casulla, corona su cabeza con un gran penacho de plumas.

  • A continuación se puede visitar los numerosos sitios arqueológicos que tiene la Isla. Si, esta vez podría hacerlo en una cabalgata a caballo o bien en bicicleta o incluso puede inclinarse al mar ya sea con paseos en bote o buceo. Algunos lugares que vale la pena dedicarle un tiempo, como el Ahu Tahiru, el Ahu Vinapu, Ahu Akahanga o el Ahu Hanga T’ee. Y si de otro maravilloso atardecer se trata, intentar verlo en una de las cuevas ya sea Ana Te Pora o Ana Kahenga.

Y en su último día, si quiere ser realmente aventurero, se lo podría dedicar a la parte menos frecuentada de la Isla y por tanto más virgen.

  • Bordeando la ladera del Terevaka, recorra la costa norte desde Tahai hasta Anakena, donde podrá disfrutar una vez más de la hermosa playa de Anakena.

 

DONDE ALOJAR

En cuanto a hospedaje, la isla ofrece variadas alternativas, en que es frecuente la posada familiar.

  • Si Ud. prefiere la comodidad de un hotel , está el Hotel Hanga Roa https: https://www.hangaroa.cl y el Hotel Explora https://www.explora.cl. Pero, si busca algo más económico, pero igualmente bueno, mi recomendación es el pequeño Hotel Tiare Pacific, que se encuentra a pasos del aeropuerto y ofrece todo el confort que uno puede esperar en una aventura como esta.

 

DONDE COMER

 

 

Si bien la gastronomía no es la razón para viajar a la Isla, hay algunas buenas alternativas.

  • Una de mis favoritas: el Restaurante Tataku Vave, ubicado frente a un roquero a orillas del mar . Aquí podrá disfrutar de unos excelentes ceviches de atún , de pulpo o de ostiones. Algo novedoso es el Rape Rape, una pequeña langosta de sabor excelente, sin tener nada que envidiarle al crustáceo más grande que hoy es ya bastante escaso en la Isla.
  • El restaurante del Hotel Hanga Roa ofrece un buen menú. Igual cosa, el Restaurante Haka Honu. Y una experiencia singular la podrá tener en el restaurante Kotaro, una comida de fusión oriental con polinésica, donde su dueño y cocinero le informará acerca de su inspiración de ese día. No existe carta menú, pero lo que desfila por la mesa es de una alta gastronomía que vale la pena experimentar.
  • Algo más sencillo lo puede encontrar en el restaurante “Donde Tía Sonia”, cuyas empanadas de atún resultan inolvidables.

Como conclusión tan sólo puedo agregar que Isla de Pascua es un estupendo destino para relajarse y desconectarse totalmente del mundanal ruido. No es raro entonces que uno abandone la Isla , teniendo ganas de regresar en un futuro cercano y quizás para entonces la estadía será extendida más allá de los cuatro días aquí propuestos, ya que este remoto lugar tiene mucho por descubrir y hacer de la experiencia viajera, algo inolvidable.

 

PARA BUCEAR

Hay incluso escuelas de buceo para quienes se aventuran a descubrir las maravillas bajo el agua. Como el centro Mike Rau, www.mikerapu.cl/. De hecho, la isla tiene una visibilidad increíble, en que se puede observar hasta 60 metros de profundidad o más, si las condiciones climáticas lo permiten. Aquí el arquitecto Pablo Redondo junto a Lucas, su hijo de 12 años, en febrero pasado.

 

 

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