“Como hija de un funcionario internacional, me emociona profundamente que el Premio Nobel de la Paz haya sido entregado este 2020 al Programa Mundial de Alimentos de la ONU, cuyos funcionarios arriesgan hasta sus vidas para llevar algo tan básico como la comida”.
TEXTO: Verónica Clarke Harper
Hace algunos días me preguntaron qué país de Africa, de los que tuve la suerte de conocer, me gustó más. Difícil respuesta a una pregunta simple, ya que no siento justa la respuesta. El continente africano no se encuentra entre nuestros recorridos turísticos típicos. Entre otras cosas, Africa alberga a los diez países más pobres del mundo, en donde hay malnutrición infantil y hambre en general y en donde la expectativa de vida es infinitamente inferior a la que hay en Chile. Africa registra el 13% de la pobreza mundial. Tuve la oportunidad de visitar algunos de estos países y me sentí afortunada de gozar de las cosas simples de la vida, a las que algunas veces por estar en un país desarrollado, no les damos valor. Se disfrutan los paisajes salvajes, las playas sin gente y las sonrisas de los niños y de las mujeres bañandose en un río, aunque no tienen lo suficiente para cubrir las necesidades básicas que parecen imprescindibles en los países “ricos”. También, en mi calidad de “hija” visité un par de veces Sudafrica, que sin duda fue lo que más me gustó, pero esas visitas eran vacaciones y safaris rodeados de animales. En cambio, mis idas a visitar a mi papá a los países donde estaba trabajando eran simplemente parte de la vida rutinaria. Había que ir, aunque no hubiera ningún panorama.
Que el Premio Nobel de la Paz recayera en el Programa Mundial de Alimentos (PMA) dependiente de la ONU -la agencia humanitaria más grande de este bendito planeta- nos emocionó más de lo que fuese posible imaginar. Mi padre, Philip Clarke Ramírez, ingeniero agrónomo, trabajó 20 años en esta entidad, cuyo principal objetivo es luchar contra el hambre y mejorar las condiciones de paz en las zonas afectadas por conflictos. Recuerdos junto a él imposibles de olvidar.
Mirando en retrospectiva, recuerdo cómo me tocó “saltar” de país en país hasta que llegó el momento de entrar a la universidad. Junto a mi madre y hermanas, acompañamos a mi padre en El Salvador, Birmania (hoy Myanmar, donde me gradué del colegio) y Pakistán, con algunas pasadas por Roma. En ese entonces trabajaba para la FAO, otra agencia de la ONU, dedicada al desarrollo de proyectos agrícolas. Después de la FAO, ingresó al PMA. Ambas organizaciones hermanas tienen su casa matriz en Roma. Para nosogras, lo único que queríamos era que él fuese destinado a la capital italiana, pero mi papá siempre dijo que allí el trabajo era “muy de escritorio, muy aburrido…”. A él le gustaba estar en terreno, administrando y dirigiendo proyectos de ayuda a la gente en situaciones de emergencia. Y no fue vida fácil para nosotras adolescentes. Mientras más subía en su carrera profesional, peor el país donde iba, ya que el desafío y las necesidades eran aún más grandes. Es así como le tocó estar destinado donde había guerra, o guerrilla, o venían saliendo de la guerra…todos factores que causan hambruna y desolación.
En su carrera de 20 años en el PMA, mi papá fue director nacional en Angola, Brasil, Mozambique, Sudán e Indonesia. En Sudán, estuvo en plena guerra entre el sur y el norte, que luego terminó con la separación en dos países. Anécdotas miles, desde pasar en convoys de camiones por carreteras minadas, hasta salvar niños de un tren que habían sido secuestrados para ser vendidos como esclavos. Yo recuerdo que estando en Angola (de visita ya que yo estaba en la universidad de regreso en Chile), le pedí que fuéramos a buscar una película donde otra familia extranjera que vivía en otro sector de la capital. De regreso, ya a oscuras, nos detiene una patrulla de soldados y uno de ellos, en evidente estado de ebriedad, nos mete una ametralladora dentro del auto, increpándonos como blancos racistas. De miedo, a mi se me pegó el espinazo al asiento. Afortunadamente no pasó nada. Nos salvó la bocina de otro auto que venía detrás. Así se vivía siempre en situación de susto.
A fines de los años 80 Luanda, capital de Angola, parecía una ciudad abandonada. No había restaurantes, ni cines, ni supermercados… Había hambre. Mi papá vivía en la costanera, frente al mar, y no era raro que en la mañana hubiera algún cadáver en la calle frente al edificio. De lejos, la ciudad se veía moderna, pero no había tenido ninguna mejora desde que los portugueses se retiraron en 1975. Semáforo que se rompía no se arreglaba. Calle con hoyos así quedaba… Mis vacaciones de verano y de invierno los pasaba en un edificio cuyos ascensores ya no funcionaban, sobretodo cuando la disponibilidad de electricidad era bastante intermitente. El departamento funcionaba la mayoría de la veces con generador eléctrico, y los extranjeros encargábamos gran parte de la comida y artículos esenciales por catálogo. Creo que visité Angola unas 10 veces en los 5 años que mi papá estuvo allí, y en cada viaje yo llevaba la maleta repleta de queso, salchichas, fruta fresca, paltas. Una caja de plumavit llena de carne era mi segundo equipaje. También recuerdo haber escuchado cómo muchas veces se privilegiaba el arribo de barcos con armas en lugar de darle prioridad a los desembarques de cargamentos con comida que provenían de países donadores del PMA y que urgía distribuir con premura. Angola en esa época estaba aún bajo gran influencia de Cuba y de la Unión Soviética.
Después de Angola mi papá fue enviado a Brasil. Después de dos años en Brasilia, pero viajando mucho al norte, donde estaba el hambre, decidió regresar a Africa. Para el tipo de trabajo que a él le gustaba, Brasil era “demasiado moderno”. Asi, llegó a Mozambique, que venía saliendo de una guerra y una tremenda sequía, razón por la cual se acabó la guerrilla. Para una visitante como yo, la capital Maputo se veía un poco más moderna. Al menos había un hotel que funcionaba y a donde se podía ir a la cafetería de vez en cuando. También, quedaba al lado de Sudáfrica, por lo que era más fácil “escaparse” de paseo. En esta época, ya lo acompañaba mi mamá, quien luego partió con él a Sudán, donde quizás lo más complicado que tuvo el PMA fue encargarse de coordinar la entrega de comida vía aérea, arrojándola desde enormes aviones Hércules, ya que no había otra forma de llegar a la gente. Esos vuelos eran en lo que ahora es Sudán del Sur, especialmente en la zona de Darfur que pocos años después se haría famosa por la “limpieza étnica” a que fue sometida por el régimen dictatorial de Al Bashir, presidente de Sudán.
Su último destino fue Indonesia, donde la organización se centró en las islas del Oriente afectadas por una seria sequía, especialmente Las Celebes, Irían Yaya y la isla que incluía el conflicto de Timor Oriental, cuya independencia fue recién reconocida en 2002, luego de miles de personas asesinadas y gran parte de la infraestructura del país saqueada y destruida.
Por disposición especial de Naciones Unidas, sus funcionarios jubilan a los 62 años debido al considerable aumento de infartos en personas que trabajan con posterioridad a esa edad. Es así como mi papá regresó a Chile después de 26 años fuera. Sin embargo, no fue el fin de su carrera en la entidad. El PMA requirió sus servicios como consultor por varios años más, donde le tocó enfrentar situaciones de terribles emergencias como el terremoto de Cachemira el 2005 (7.6 escala Richter según el USGS) entre India y Pakistán, catalogado como el más fuerte que haya experimentado la región en el último siglo con 86 mil muertos. Allí, siendo Enviado Especial para toda la ayuda humanitaria, puso en marcha un programa especial para distribuir ayuda alimentaria de emergencia a 1 millón de personas antes de que el crudo invierno se abatiera sobre el Himalaya, dejando a cientos de miles de personas aisladas. Ese 2005 fue descrito por el PMA como el año más difícil al que las organizaciones de ayuda humanitaria debieron enfrentar desde la II Guerra Mundial. El año anterior, fue jefe de la misión en el convulsionado Haití, post-Aristide, y le tocó estar temporalmente por seis meses a cargo de las oficinas del Programa para el Africa Subsahariana y otros seis, en las oficinas regionales de ese organismo para América Latina, ubicadas en Panamá.
Para mi no fue fácil ir de un país a otro, algunas veces sin siquiera conocer el idioma. Pero, no hay palabras suficientes para agradecer la experiencia de vida que tengo de haber vivido lo que me tocó vivir como hija de un funcionario internacional. Si bien el Premio Nobel de la Paz es un galardón más que merecido para la organización misma, lo es también para cada uno de los funcionarios que allí arriesgan muchas veces sus vidas en ayuda de los demás para entregar algo tan básico, como es la comida. Y es que, en definitiva, el Premio Nobel de la Paz 2020 conferido al PMA -que todos los días lleva asistencia alimentaria a cerca de 100 millones de personas que padecen de hambre en el mundo- no podría haber caído en mejores manos.
Bravísimo!!!!
Gracias Fernando!
Interesante y muy destacable las referencias de la vida humanitaria de Philip Clarke en diversos lugares necesitados del mundo.
A pesar de las situaciones extremas y dramáticas existentes en algunos países, también es necesario mencionar la existencia de vidas simples, ajenas al consumo ilimitado, pero ricas en tradiciones y creencias, en donde hay niños que juegan y madres y padres con ilusiones. Comunidades que sorprenden, acogen y ayudan. También hay felicidad y sueños.
Tanto en el continente africano, como en Myanmar ó Cachemira, siempre nos sorprenden con sus gentes amables, agradecidas, sonrientes.
Tienes toda la razón y esa es una de las cosas más gratificantes de esta experiencia, el aprender a disfrutar de cosas simples y de la alegría de la vida. Se siente una energía proveniente de la gente, que no he experimentado nunca estando en Santiago. La gente es realmente alegre, gentil, amable y transmiten esa alegría a los demás. Uno se siente parte de ese círculo energético y es increíble. Ahí es cuando te das cuenta de que no necesitas grandes cosas para ser feliz y comienzas a serlo sin las cosas materiales a las que nos acostumbramos tan fácilmente.
Muy interesante y emotivo! Felicitaciones Vero y Carmen
linda Marilú… un abrazo grande!
“Mientras más subía en su carrera profesional, peor el país donde iba”… Esa frase resume lo que podríamos llamar “Profesión peligro”.
Un relato sólido y sincero que revela que también los hijos se sacrifican por sus padres, aunque la norma sea en sentido inverso.
muy cierto lo que dices! 🙂
aunque la raya para la suma sea positiva en cuanto a lección de vida.
gracias
¡Excelente! Un emotivo y vivificante relato. Felicitaciones a la autora y el merecido reconocimiento a su padre y a la PMA.
Veronica gran relato fijando el punto en el contacto con personas sencillas y el encuentro de la felicidad en lo esencial. Todo dentro del quehacer de un gran padre
muy bien dicho!
gracias
lindo relato de un dedicado funcionario internacional. los paices indicados, excepto por Brasil e Indonecia son para una dedicacion extraordinaria. Felicitaciones por este informativo relato
Con este crudo reportaje, con esas imágenes tan desgarradoras, el planeta no parece tan bendito.
Bendita es la gente como Philip, que lo hace mejor.
Gracias Verónica por esta lección de vida.
es bendito… la gran lección de vida es tratar de ver el vaso medio lleno! porque quienes tienen mucho menos que nosotros, lo ven increíblemente más lleno que nosotros. Y… lo importante que es apoyar el trabajo de este tipo de organismos internacionales.
Felicitaciones a Veronica por su emocionante relato y a Philip e Inés por su gran trabajo
muchas gracias Fernando! un abrazo!
Excelente artículo!
Emociona e invita a reflexionar nuestro quehacer como seres humanos!
Gracias!
a tí por leerlo!
Maravilloso relato, maletas llena de víveres y hoy de recuerdos
Maravillosas y significativas fotos, hablan por si solas
Gracias por compartir parte de la vida de tu padre y tuta
Luz
Sí!!! Jamás voy a olvidar hacer escala en Rio de Janeiro, rumbo a Luanda, y salir a comprar paltas y una sandía para llevar en el avión! 🙂
Felicitaciones a la organización, a tu padre, y a tí Vero por el artículo!
Gracias Marce!
Que bueno conocer esa otra parte tuya Vero! Super buen artículo. A mi tío Marcelo le tocó trabajar en Ruanda por la OIM, nunca se recuperó del todo a su regreso. Son trabajos que permiten dejar buena huella en este bendito planeta, pero seguro es imposible no salir también un poco marcado por lo que les tocó vivir. Queda agradecer que haya gente como tu papá y como tu que lo apoyaste en todas esas idas y venidas.
Más que yo, mi mamá! ella merece mención honrosa en todo esto! 🙂
Y claro que dejan huella… imposible olvidar los leprosarios por ejemplo… y cómo dentro de la angustia, las personas igual encuentran formas de ser alegres, algo que nos falta por estos lados!
Gracias Carmencita por compartir esta hermosa vivencia de Verónica Clark con nosotros .Es increíble como personas como su padre dedican su vida a esta hermosa labor de llevar el alimento a aquellas familias que por guerrillas o emigración no cuentan con lo primordial alimentarse.Que bien ganado el Premio de la Paz a esta Organizacion
comparto de todo corazón tus agradecimientos a Carmen por proporcionar este espacio para contar historias como éstas! 🙂
Conmovida por el relato de Verónica de la maravillosa labor profesional de su padre, tan bien reafirmado por las fotografías que hablan por sí solas, agradezco su publicación en Bendito Planeta. Felicitaciones por tan linda labor y por tan merecida distinción como el Premio Nobel de la Paz 2020 conferido al PMA, que todos los días lleva asistencia alimentaria a cerca de 100 millones de personas que padecen de hambre en el mundo. El papá de Verónica y tantos colegas suyos deben estar muy orgullosos de su trabajo humanitario tan generoso. Felicitaciones !!!!!
Muchas gracias! Soy una gran admiradora del importante trabajo humanitario que realizan las agencias de la ONU, entre ellas el PMA, ACNUR, UNICEF y otras! Es una tremenda y necesaria labor.
Felicitaciones por ese padre tan comprometido, por su esposa que supo acompañarlo y por ser una hija solidaria con los ideales de su padre.
Tienes mucha razón. Dicen que siempre hay una gran mujer tras un gran hombre y en ese sentido le saco el sombrero a mi mamá, quien lo acompañó en todas estas aventuras y fue un aporte fundamental!
Muchas felicitaciones por la reconocida labor de PMA y el Premio Nobel de la Paz 2020 , en primer lugar.
Agradezco este gran compartir tan rico y emocionante. Rico en la diversidad y emocionante por lo descrito con sus imágenes de alto impacto, que es la realidad pura.
Es un placer viajar así, muchas gracias y felicitaciones!
Muy cierto! Es importante viajar y conocer lo lindo y lo no tan lindo de este bendito planeta!
Felicitaciones Vero excelente relato del magnífico trabajo de tu padre ,en el PMA, bien merecido el premio Nobel
Hola Carmen!
Muchas gracias!
Vero!.. Felicitaciones por tu lindo articulo. Tremendo papá!. que suerte la nuestra tenerlo en el Condominio. Como le digo siempre, es un tremendo aporte. Muchos cariños!
Gracias Mónica!!! 🙂
ya imagino su forma de aportar!!!!
¡Bendiciones a la familia Clarck, por su vocación de ayuda a la humanidad! El relato parece sacado de una película; es como increíble que, en tiempos de esta era, todavía existan tanta necesidad, hambre y miseria e los seres humanos.
Sinceras felicitaciones y gracias por compartir.
Un abrazo.
Una experiencia de vida sin par para una adolescente. Una maravilla reconocer en el trabajo de tu padre una obra humanitara silenciosa.
Vero, gracias por dar a conocer el tremendo aporte de tu papá que
efectuo en lugares y situaciones tan alejadas a nuestra realidad.
Un hombre que indudablemente tiene un gran corazón.
Que tremenda vivencia y aprendizaje tiene que haber sido para ti.
Felicitaciones a toda tu familia
Buenisimo !!!!!! una maravillosa experiencia, que generosidad de ese padre !!!!
Que buen homenaje para tu papá ,bien merecido , gran hombre
Tu trabajo, espectacular,felicitaciones
Gracias
Gracias Karin! 🙂
Un honor que sea mi padrino y tu mi prima. No existe misión más linda en la vida que ayudar a los demás. No solo ha ayudado a seres humanos sino que su enorme corazón por ayudar y proteger a los animales lo hacen un hombre más admirable aún.
Linda Kathy! Muchas gracias
Capacito que de ahí venga su necesidad de estar rescatando perritos que tiran al canal!
El mapa de Indonesia es mío, incluso está firmado por mi: ALFMA