De no creerlo… Según cifras oficiales, 3.5 millones de personas llegan anualmente a conocer esta espectacular abadía benedictina. Sin embargo, muchos solo logran divisarla desde lejos. Esto porque, cuando sube la marea, queda convertida en isla. Erika Lüters lo logró y aquí nos revela su feliz experiencia, tal como si la marea baja hubiese estado dispuesta para recibirnos también a quienes no pudimos ingresar a tiempo.
TEXTO: Erika Lüters Gamboa
El asombro comienza en el mismísimo momento en que se logra ver la silueta del monte Saint- Michel desde la autopista que recorremos para visitarlo en Normandía, en el noroeste de Francia. Es una mañana despejada de principios de mayo y, pese a que ya es primavera, se siente más bien fresco. El clima es ideal para recorrer sus empinadas callejuelas medievales y llegar caminando (la única forma de hacerlo) hasta la abadía benedictina que lo corona y que es considerada una de las construcciones más espectaculares de la arquitectura religiosa de la Edad Media. Por algo el lugar es denominado por la Unesco la “Maravilla de Occidente”. El monte Saint-Michel está además rodeado de una y mil leyendas que vale la pena desentrañar para comprender y disfrutar aún más el sitio. Cómo no va a tener historias si, a través de sus 13 siglos, el monte ha sido un lugar de recogimiento, peregrinación, refugio, escenario de fastuosos matrimonios reales, locación de películas y también un lugar de tortura y muerte.
El monte está situado en el departamento de La Mancha, a una hora de la ciudad de Rennes y a tres y media desde París, en la frontera con la región de Bretaña. Según se cuenta, el monte estuvo rodeado por el bosque de Scissy hasta marzo del 708, año en que un tsunami lo habría destrozado todo a su paso, convirtiéndolo en una isla. Lejos de las autopistas, los trenes de alta velocidad y el bullicio de las ciudades comenzamos la aventura de adentrarnos en la zona donde las que mandan son las mareas. Sí, porque estamos en el lugar donde se producen las mareas más grandes de Europa continental. Y es precisamente esta condición lo que caracteriza al monte, ya que dependiendo de éstas se convierte en una isla. Que el agua lo rodee no ocurre todos los días y, si se desea ver el fenómeno, es aconsejable revisar las páginas web de los servicios Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada francesa, donde se publica un completo listado de los horarios de las mareas en Normandía. Por ejemplo, este año, las próximas subidas de mareas se producirán del 7 al 9 de octubre y del 5 al 7 de noviembre.
Estacionarse cerca de la entrada no es tarea fácil, ya que son miles los turistas que lo visitan a diario. Se calcula que al año el monte es visitado por unos 3,5 millones de personas (cifra de antes de la pandemia). Desde el 21 de julio de este año, se exige una tarjeta sanitaria a todos los mayores de 12 años que participen en excursiones que incluyan museos y restaurantes, por ser lugares cerrados. El acceso se hace a través de una pasarela, montada en unos pilotes que dejan libre la circulación del agua. Antes hubo una especie de rampla, pero ésta hizo que la arena se acumulara y el monte perdiera su condición de isla cuando las mareas subían. El trayecto a pie desde el estacionamiento puede durar entre 30 y 50 minutos. Pero, hay otras alternativas: un bus que lo dejará en su destino en 12 minutos o unos simpáticos coches tirados por caballos (similares a los de Viña del Mar, pero con techo) que lo acercan en 25 minutos.
La Mere Poulard
Una vez en el monte, la primera parada, imperdible según los amigos franceses que me llevaron a conocerlo, es para degustar los famosos omelettes de la La Mére Poulard, una centenaria posada que nació para alimentar a los peregrinos. Pero, tuvimos que dejar la tradición de lado porque fue imposible conseguir una mesa. La disyuntiva fue fácil de resolver: o perdíamos tiempo esperando un sitio o seguíamos con la visita y lo intentábamos más tarde. Obvio, elegimos la segunda opción. Se cuenta que Poulard no era nativa de la zona y que llegó al lugar como empleada doméstica de un famoso arquitecto, encargado de la restauración del monte en 1872 y allí se casó con Robert Poulard, el hijo del panadero. Así, mientras los pocos visitantes esperaban la hora de la comida, ella adoptó la costumbre de servirles esta famosa tortilla francesa que la hizo conocida. Y así comenzó nuestro ascenso por las intrincadas callejuelas del monte, donde en la actualidad solo viven cerca de 50 personas.
La leyenda del arcángel
El monte no siempre se llamó Saint-Michel. En el siglo VIII se conoció como monte Belenos (un dios del sol en la mitología celta) o monte Tumba. Y sus visitantes eran habitantes de Bretaña y Normandía que se aventuraban en el lugar para realizar distintos rituales druidas. Según una de las tantas leyendas que se cuentan sobre el monte, allí habitaba un dragón marino que, junto a otros seres malignos, ahuyentaban a quien osara llegar al lugar. Aquí habría entrado en acción el arcángel San Miguel, considerado el capitán de los “ejércitos de Dios”, según las tradiciones judía, cristiana e islámica. De acuerdo al mito, San Miguel bajó a la Tierra, se enfrentó a las fuerzas del mal y cercenó con su espada la cabeza del dragón. Quien presenció tan épico enfrentamiento fue San Auberto, obispo de la localidad de Avranches, a unos 20 kilómetros del monte. Según los cronistas de la época, tras la batalla San Miguel se le apareció al menos en tres oportunidades al religioso, ordenándole construir un oratorio en el monte. Este ignoró las dos primeras hasta que, en la tercera aparición, el arcángel le dejó una marca con forma de cruz en la cabeza. El mensaje ya estaba más que claro y Auberto se puso manos a la obra. Despachó a varios de sus frailes a Italia en busca de reliquias de San Miguel, los que trajeron un trozo de su capa roja y un pedazo de mármol sobre el que el arcángel supuestamente había puesto su pie. En el año 709 se rebautizó el monte como Saint-Michel y en el año 966 se erigió sobre el oratorio una abadía benedictina, que desde 1874 es considerada monumento histórico. Desde 1979 pasó a engrosar el Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Cuando uno visita el claustro y el refectorio no puede más que sentir admiración por los milagros que hicieron los constructores de la Edad Media, tomando en cuenta la difícil topografía. Por ejemplo, hoy se sabe que el material con que se construyó la abadía no corresponde a la zona, sino que debió ser transportado desde otros sitios cercanos a través del mar aprovechando las altas mareas. Se estima que en el año 1000 se construyó una iglesia prerrománica; después una abadía románica en el siglo XI; y en el siglo XIII una elevación gótica, compuesta por dos edificios de tres plantas, sostenidos milagrosamente en la ladera de la roca. La abadía se sostiene hasta hoy sobre sólidas fortificaciones que la han salvado de distintos asedios, guerras y de la erosión marina durante su historia. Una de sus pruebas de fuego fue durante la guerra de los Cien Años (1337-1453), cuando sus muros permitieron resistir el ataque de los ingleses por casi 30 años. Los benedictinos permanecen allí desde el año 965, cuando Ricardo I, duque de Normandía expulsó a la comunidad que habitaba el lugar y que era afín a los bretones. Su primer abad, Maynard, inició la construcción de varios lugares, pero estos fueron destruidos por un gran incendio en 992. A principios del siglo XII se reinició la construcción del santuario. Desde esa fecha, aparte de las guerras, su historia ha estado marcada por pestes, nuevos incendios y derrumbes. Y entre tanta leyenda, los nativos del lugar destacan un “milagro”: el sitio se conservó intacto durante la ocupación nazi y posterior liberación durante la Segunda Guerra Mundial.
Llegar a la cima, donde está la abadía, demanda del visitante un buen estado físico (menos mal que dejamos los omelettes para después). Aquí la visita se divide en dos: la abadía propiamente tal y un conjunto gótico denominado “Maravilla”. De verdad un nombre muy bien puesto para estos dos edificios sostenidos en la ladera de la roca, donde se hallan el claustro y el refectorio. Desde el claustro se logra apreciar gran parte de la bahía que rodea al monte: una vista sencillamente espectacular. Antiguos relatos dan cuenta de lo difícil que era la vida en el monte. Debido a su aislamiento geográfico, sus habitantes debían asegurarse los víveres, el agua, el cuidado de los enfermos y la educación para los monjes jóvenes. Para resguardarse del frío fueron necesarios pesados tapices y grandes chimeneas. Muchos de los monjes procedían de cunas ilustres y, a través de sus familiares o de mercaderes, la abadía vivió épocas de gran lujo y esplendor. Las copas eran revestidas de oro y plata, las sillas de los caballos lucían preciosos arabescos y los puñales que portaban los monjes estaban finamente labrados.
La abadía llegó a ser durante la Edad Media un punto neurálgico de la cultura, mientras los monjes copiaban manuscritos y escribían la historia del monasterio. El lugar fue visitado a lo largo de los siglos por un gran número de peregrinos, entre ellos varios reyes de Francia y de Inglaterra. Pero, durante su historia el lugar ha vivido también épocas oscuras. En 1791, dos años después del inicio de la Revolución Francesa, terminó la vida monacal y el monte pasó a manos del Estado francés que expulsó a los monjes y convirtió el lugar en una cárcel. Allí fueron encarcelados sacerdotes y otras personas que se oponían a la Primera República Francesa. El lugar –que en algún momento albergó hasta 14 mil prisioneros- comenzó a ser conocido como la “Bastilla del mar”, en referencia a la prisión de París, cuya toma significó el comienzo de la insurrección que terminó con la monarquía de Luis XVI. Victor Hugo, un enamorado del lugar, formó parte de los personajes ilustres que impulsaron su cierre en 1863. Todavía hoy quedan vestigios de lo que fue la vida de los prisioneros allí. Desde la altura se aprecia un sector muy derruido por el paso del tiempo donde hay un gran foso, lo que permite al visitante imaginar la tortuosa vida de los detenidos. Con el cierre de la cárcel y el retorno de los monjes benedictinos, en 1922 el monte adquirió nuevamente su condición de centro cultural y espiritual. El Estado siguió siendo el propietario del lugar, se encargó de la restauración del monte y los peregrinos retornaron a partir de 1966. Los monjes y las hermanas de la Fraternidad Monástica de Jerusalén se instalaron en 2001 y desde entonces organizan celebraciones todos los días.
Gastronomía
Cerca de las seis de la tarde ya hemos recorrido la abadía y admirado la bahía que rodea a Saint-Michel. Es hora de iniciar el regreso. Y, nuevamente, la Mere Poulard está llena. Pero, muy cerca encontramos una pequeña taberna donde nos ofrecen una muy sabrosa terrina de pescado. Y lo mejor: pudimos probar una copita de Calvados, licor que se hace a partir de la manzana y cuya elaboración es exclusiva de la región de Normandía. Y luego del exquisito refrigerio, de vuelta a París. Ya se nos hace de noche y desde la carretera vemos el monte con otros ojos y en su máximo esplendor. Hoy no ha subido la marea, pero a los lejos y gracias a su iluminación lo vemos convertido en una isla. Su figura parece flotar. Y la estatua del arcángel San Miguel en la punta del monte se recorta en medio de la oscuridad del cielo.
Me emocioné leyendo el artículo y recordé cómo si fuera ayer mi visita al Monte, es un imperdible.
Me tocó esos días cuando se recoge la marea y pude disfrutar de todo su esplendor.
Gracias por compartir
Qué espectáculo tan maravilloso, debe ser estar ahí, parece un cuento algo irreal, espectacular!!!!
Gracias por compartir este interesante y entretenido reportaje
Emocionante relato de Mont Saint Michel, tuve el placer de visitarlo hace 3 años, realmente un espectáculo difícil de transmitir, todo lo que se diga no logra expresar lo maravilloso e increíble transportación en el tiempo que se siente. Destino imperdible para los viajeros.
La verdad un Monumento Impresionante. Pude conocerlo y caminarlo hace 30 años atrás. Verlo de nuevo en imágenes impacta. La humanidad ha construido obras maravillosas. El cristianismo ha construido obras maravillosas.
Desde hace muchos años tenía ansias de conocer más sobre el Monte Saint Michel, el que conocí en una inmensa fotografía que decoraba un salón de la casa central de la Universidad Gabriela Mistral en Santiago, donde ejercí la docencia por varios años. Había buscado literatura para indagar detalles, pero nunca encontré algo como el relato de una visitante que hoy publicas, además de preciosas fotografías y además de anécdotas.
Gracias Carmen por tan buena idea de compartir esto con tus seguidores de Bendito Planeta.
Quiero expresar mi gratitud a Bendito Planeta y a Carmen por los aportes magníficos que están haciendo.
Qué maravilla Monte Saint Michel, un lugar mágico y a solo 3 horas de Paris.
Felicitaciones..
Que maravilloso lugar. Gracias Carmen querida. Los reportajes de Bendito Planeta permiten viajar en tiempos en que sigue siendo difícil, en especial a tus seguidoras y seguidores de más años. Muy entretenida ademas de interesante, esa visita a Saint Michel.
Gracias por estos relatos turísticos que nos animan a salir para disfrutar de la belleza que significa viajar.
Gracias Carmen
Gracias a todos por sus valiosos comentarios. Una nota que tiene todo el mérito de Erika Lüters, quien se merece a todas luces el reconocimiento.
¡Muy bonito lugar con interesantes historias! La que encuentro más interesante es la del dragón marino cuidando la isla. ¿Qué otra explicación podía tener la alta marea en esa época? Tal vez los monjes se sintieron atraídos creyendo que había un tesoro o algo así.
Además la abadía por sí misma se ve grande e impresionante. Como si el arcángel encima de un castillo pudiera vigilar todo alrededor de la isla.
no queda mas q ir, a los q aun no hemos tenido la oportunidad de conocerlo,
gracias Carmen por compartir tan lindo lugar !!