MIL VECES | Venecia

Texto: Lidia Baltra

 

Era mi cuarta visita. La había descubierto en tres décadas antes y quedado con la boca abierta desde entonces… Venecia me pareció – y me parece – la ciudad más hermosa del mundo. Un sueño que se nos está hundiendo en las aguas del Adriático, pero lucha por mantener sus hechizos a flote.

 

 

Esta vez llegamos en tren, desde Munich, donde habíamos culminado un viaje por Alemania. Siempre recuerdo la primera vez que fui a la perla del Adriático con mi compañero. En esa ocasión arribamos en auto a Mestre, todavía tierra firme, y mientras yo buscaba un estacionamiento, él me insistía en llegar con el auto hasta la puerta del hotel. ¡Se negaba a creer que en Venecia en lugar de calles había canales…! Al llegar este verano de 1998, hicimos en la Piazzale Roma las diligencias para arrendar un auto que en pocos días más nos llevaría de viaje hacia el sur  de Italia. Y luego, nos fuimos al mismo hotel de las veces anteriores, el Lista di Espagna en la calle del mismo nombre, donde nos instalamos y descansamos unos minutos, para luego tomar un vaporetto (locomoción local) e irnos a disfrutar de las bellezas del paisaje acuático por los canales, pasando el Rialto, que es el más grande, hasta la cosmopolita Piazza San Marco.

 

 

Como siempre, estaba inundada de turistas sobre los cuales se erguían a la distancia la magnífica Catedral bizantina de San Marco y el Reloj con los Moros que cada tanto salen de su jaula a darnos la hora. Pasamos por el Café Florian, donde había una orquesta con violines tocando bellas y conocidas melodías… ¡Era nuestra Venecia de siempre! Miramos las tiendas del Portal de Napoleón, con hermosos tejidos de Burano y cristales de Murano. Seguimos por la Calle Larga San Marco vitrineando aún y luego de un almuerzo liviano por el calor de ese mes de junio, llegamos a la Riva di Schiavoni (Paseo de los Yugoeslavos), también atestado de turistas y de vendedores ambulantes.

 

 

Pero antes entramos al Palazzo Ducale (Palacio Ducal), el edificio desde donde su máxima autoridad, el Dogo o Doxe, manejó por siglos el poder de la república independiente de Venecia que fue inmenso. Conocimos su enorme patio con esculturas de mármol de gran belleza y luego subimos a los salones del Dogo, imponentes también con una sala de mapas antiguos que te dejaban sin aliento. No seguimos al Puente de los Suspiros, que lleva a los antiguos calabozos de la Inquisición, donde murieron tantos condenados, porque debimos devolvernos en busca de un paquete olvidado en alguna parte… Quedó pendiente – al igual que el paseo en góndola – para la próxima vez.

 

 

Al atardecer, tomé un vaporetto para asistir a un concierto coral en en la Basilica dei Frari, iglesia enorme cerca de la estación Tomé, con la “Asunción” del Tiziano en el altar mayor. Cuando ya volvía al hotel, por el camino me encuentro con otro concierto nada menos que en la Scuola San Rocco – la famosa academia – y en una pausa de los músicos, me permitieron pasar. ¡Es lo más maravilloso experimentado en mi vida! En la Sala Tintoretto, con sus famosos cuadros iluminados que cubrían las murallas, un sexteto joven tocaba a Vivaldi, Bach y Cellini. El concierto había empezado hacía rato, de modo que sólo disfruté de 20 minutos en este santuario de arte pictórico en la ciudad más bella del mundo. Pero fueron y serán inolvidables.

 

 

Al día siguiente llevé a mi compañero de viaje a gozar también las bellezas de la Scuola de San Rocco. Volví a admirar el salón del Tintoretto que había conocido la víspera, pero ahora subimos al segundo piso que era un espectáculo que cortaba la respiración. ¡Todas las paredes y cielos rasos cubiertos de pinturas con escenas bíblicas realizadas por distintos maestros! Más que en el salón anterior, lo que era bastante decir. Unos asientos de madera noble labrada circundaban el enorme aposento y permitían sentarse a contemplar, pero casi nadie osaba hacerlo. De pronto vemos que muchas personas se paseaban por la enorme sala sosteniendo con sus manos unos espejos grandes que la administración les había facilitado. Eran para mirar con comodidad las pinturas del techo. Al fondo observamos una Crucifixión de Cristo del largo y ancho de la muralla… ¡Alucinante! Salimos al mundo como viniendo del mismo cielo.

 

 

Aprovechando que había huelga de vaporettos, el día siguiente lo pasamos caminando por las callecitas interiores y cruzando los diversos puentes de todos tamaños que separan una calle de otra. Fue un paseo distinto al común en Venecia: sin agua. Descubrimos plazoletas o “campos”, que eran cuadriláteros rodeados de casas en distintos tonos amarillos y mostazas, y alguno que otro negocio, sin plantas ni flores. Como eran las plazas medievales. Buscamos la Calle Larga, donde en un negocio habíamos visto una botella multicolor pequeña de Murano, isla que habíamos visitado en un viaje anterior para conocer el arte del vidrio, cómo los venecianos trabajaban los cristales. Queríamos traerla de recuerdo. La compramos orgullosos de adquirir una obra de cristal de allí, que nos había costado solo 50.000 lire ($ 12.500 de entonces). Años más tarde, cuando los colores se fueron destiñendo, comprobaríamos que era un falso Murano,… Pero en fin, un recuerdo de Venecia al fin y al cabo.

 

 

Esa tarde fui a un concierto anunciado en la Iglesia della Pietá en la Riva de Schiavoni, con un dúo juvenil vestido como en los settecento, años en que vivió Antonio Vivaldi (siglo XVIII) tocando piezas del gran músico. Eran dos entusiastas estudiantes, aprendices de violín y clavecín, con atuendos de la época. Bien por ellas, por la juventud, pero  comprobé una vez más que no todo es de primera en Venecia. El broche de oro fue esa noche en la Plaza San Marco. La última antes de partir. Estaba completamente iluminada y todo refulgía, gracias a una llovizna que había mojado las baldosas del suelo. En el aire, una lluvia de música nos envolvió. Provenía de varios cafés, compitiendo entre ellos para atraer clientes: el Florian con su música tradicional, el Quadri con una orquesta tocando trozos de la Quinta de Beethoven, el Lavene con la Czardas de Monti interpretadas por un violinista y un clarinetista, y un último, cuyo nombre no recuerdo, con clásicos del jazz y la bossa nova.  Nos detuvimos un rato en cada uno, bailamos unos minutos y aplaudimos de pie, mientras paseábamos bajo una luna que completaba el maravilloso entorno esa noche.

 

 

Luego tomamos un vaporetto de vuelta al hotel, sentados en la popa y a aire libre. ¡Qué despedida de la ciudad de ensueño!

 

Habilidades

Publicado el

15 marzo, 2020

9 Comentarios

  1. Marcial Argandoña Galetti

    Muchas gracias, me permitió recordar esta maravilla que tanto disfruté hace unos cuantos años. Felicitaciones por tan hermoso trabajo.

    Responder
  2. Mabel Briceño

    Que maravIlla !!!!Muy buen reportaje, lo voy a ver con mucha calma, ideal para salir del momento y valorar que lo hemos tenido y podido ver
    Muy buenas fotos

    Responder
    • Lidia Baltra

      Me alegro que le haya gustado… Yo disfruté escribiéndolo también.

      Las fotos son hermosas, pero no son mías…

      Sí, es bueno para el alma salirse de la cárcel del coronavirus recordando lugares de ensueño.

      Responder
  3. a.rengifo.j@gmail.com

    Que lugar más maravilloso , la primera vez que estuve allá hace 50 años, con menos gente que ahora , así pude aprovechar al maximo la belleza de ese lugar . Fuerza linda Italia …

    Responder
  4. Diego Schmitt

    Por el relato suena como si hubieran pasado de concierto en concierto. Interesante acompañar el viaje con música.

    Los salones cubiertos con pinturas en verdad se ven alucinantes, como si no tuvieran fondo.

    Responder
  5. Abraham Santibáñez

    Felicitaciones, Lidia.
    Se podría hacer un largo comentario, pero basta con lo que escribiste. Hemos tenido suerte de vivir buenos tiempos y conocer fantásticos y hermosos lugares como Venecia.
    Un abrazo

    Responder
  6. Leonardo Cáceres

    Felicitaciones, querida amiga. Muy buen reportaje de un viaje alucinante. Me hizo recordar una temporada nuestra en esa hermosa ciudad. Y como dice Abraham, «hemos tenido suerte de vivir buenos tiempos».

    Responder
  7. Graciela Ortega

    Querida Lidia, alucinante relato de una ciudad maravillosa que hemos tenido la suerte de visitar tres veces. Siempre alojados en ex conventos, bastante más económicos, atendidos por hermanas o monjas que mantienen impecables esos edificios preciosos. La ciudad en sí es como la describes, y me has abierto el apetito para volver a visitarla de nuevo… antes que el Adriático la termine de inundar y luego que pase esta crisis horrible. Gracias por haber despertado mis recuerdos y las ganas de volver a esa ciudad inigualable. Un abrazo!!!

    Responder
  8. Gonzalo

    Me encanto la narracion de tu viaje, tus memorias de Venecia.
    Y quiero compartir contigo que tu manera muy positiva de darle caracter emblematico como recuerdo oficial a una pieza de vidrio que resulto no ser Murano es para mi absolutamente una conducta fantastica porque confirma que esa pieza Murano o no Murano tuvo un espacio protagonico y hermoso en tu viaje por Venecia en el benditoplaneta.

    Responder

Enviar comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *