En un cementerio pequeño, como el de Casablanca, se viven las tradiciones. Y en cada funeral que se hace tirado por caballo, hay un agradecimiento público porque es la comunidad la que sale a agradecerle a las calles, a aplaudirle y a tirarle flores a cada uno de los vecinos que hicieron grande a este pueblo.
Jamás sospeché que una semana en Casablanca me permitiría presenciar un acontecimiento que nos repercutiría para siempre: el funeral de un hombre querido, realizado en carroza de cristal, al cual a asistió hasta el alcalde de la localidad, Rodrigo Martínez, visiblemente afectado por el fallecimiento de Juan Vera Tapia. “¡Ellos son como mis hermanos!”, señaló tras finalizar la misa en la Parroquia Santa Bárbara. Un “trabajador de sombrero y pala”, como lo definiría luego Alfonso Barros -director del Serplac de la Municipalidad- quien él mismo jinetearía la carroza desde la iglesia -la misma donde en 1839 contrajera matrimonio Manuel Montt, futuro presidente de Chile, con su prima Rosario Montt- seguida a pie por los hijos y amigos de Juan Vera hasta su morada final.
Con la usanza elegante de huaso chileno (“la misma que uso para un matrimonio o un entierro”), Alfonso Barros trasmitió el acontecimiento en línea, vía celular, para que una de las hijas de Juan Vera, que no alcanzaba a regresar al país, pudiera presenciarlo. Una muestra más de que en los pueblos la muerte está más presente que en las grandes ciudades: “Aquí, un sábado o domingo, está lleno de familias que vienen con sus hijos, nietos, niños en coche, gente que viene a arreglar sus flores a un cementerio lindo, lleno de vida, donde está el recuerdo», enfatiza Barros, como contrapunto a lo que sucede en las grandes urbes, donde a su juicio la muerte se invisibiliza. «No se me olvidará nunca lo que me dijo un amigo que vive frente a una clínica de Santiago muy conocida: ´Jamás, en los 30 años que he vivido acá, he visto salir de aquí funeral, un ataúd o una pompa fúnebre. Porque en las clínicas se oculta la muerte, el velatorio está en un lugar aparte y no se ve nada´. En circunstancias, que la muerte es una realidad que existe. Tanto como la vida, está la muerte. Como la capacidad de reír o llorar, está. Y en los pueblos chicos es un presente. Las familias tienen mucho mayor consciencia de sus deudos y preocupación por ese tipo de detalle que, en una gran ciudad, uno de repente olvida».
Musicalizó la despedida final el trío de “Cantores a lo Divino, a Lo Humano, Poetas y Payadores”, quienes una semana antes había participado en el Encuentro Internacional de Payadores, el evento cultural más importante del año que realiza Casablanca. Su vocero, Arnoldo Madariaga, lo dejó en claro: “Estamos aquí no como payadores, sino que hemos venido con mucho amor a acompañar a don Juan en nuestra alabanza hacia el Más Allá”.
El refrán que “en pueblo chico, el infierno es grande”, en Casablanca se observa una connotación distinta. Alfonso Barros lo establece: “Aquí todos se conocen. Y en el hecho de conocerse, hay un factor de gratitud de todos. Don Juan era un hombre de una gran familia, un hombre que ayudó también a su comunidad con su pozo de agua, un hombre que trabajó todo el tiempo con la pala y el sombrero, siempre atento y generoso. Y es que cuando tú estás en un pueblo chico, a la gente la conoces en las buenas y en las malas. La conoces comiendo pan tostado, en un asado, caminando, haciendo dedo, en un incendio, en un día cualquiera porque la vida se hace mucho más sociable. Es comunitaria. Aquí uno construye lazos mucho más profundos. Es lo que pasó con Roxana, la hija menor de Don Juan, amiga mía y que por estar en Australia no alcanzó a llegar. ¿Cómo yo no voy a acompañarla en el día del funeral de su papá? ¿Cómo no voy a ser capaz de pasarle vía electrónica este momento? Y uno lo puede hacer cuando hay cariño. Aquí no hay un tema social, aquí no existen diferencias sociales. Aquí hay un dicho de campo que a mi me gusta mucho: “Si la persona come, duerme y cae igual que tú, ¿por qué no es tu amigo?”.
Sobrecogida, tras por una semana que nos fue fuerte, de regreso a Santiago yo también pasé a ver a los míos, quienes nos enseñaron amar a Casablanca tanto.
Hermosa…
Gracias por estar presente con nuestra familia, soy una nieta orgullosa de Juan Vera y dichosa de continuar su legado, abrazos…
Linda, Catalina. Fue un honor para nosotros compartir con ustedes esos momentos.
Señora Carmen estoy tan impactada con la hermosa nota hacia mi padre, que no tengo palabras para agradecer. El estar tan lejos tras la partida de mi papá, fue Un pena indescriptible, pero mi gra amigo Alfonso estuvo ahí para apoyar mi dolor, gracias infinitas por sus hermosas palabras, también gracias a la familia Mayer Schmitt por el gran apoyo en nuestro dolor. Se les quiere con el alma!!!
Me haces llorar a mi, Roxana…
Siempre me he sentido y me seguiré sintiendo orgulloso de ser nieto de Juanito Vera. Gracias por las lindas y sentidas palabras y el apoyo. Un gran abrazo!!!
Todas las palabras que escribes, son sentimiento general de quienes estuvimos acompañando a la familia Vera ese día. Y es que es real. Casablanca es un lugar distinto, donde el sentido de comunidad, empatía y pertenencia, se da en cada esquina.
Gracias por tan bello reportaje, que me recuerda el por qué, a pesar de haber dejado este valle como lugar de residencia, aún me hace volver a visitarlo cada vez que puedo para recordar que aquí siempre estará mi gente y mi corazón.
Gracias por regalarnos un poco de ti y tu cariño por Casablanca a través de las letras.
Carla, no sabía que habías estado también. Y pensar que nos encontramos 5 días después…!
Hermosa nota que refleja tan claramente lo que es nustra comuna, donde aun se puede vivir ese Chile de antaño. Gracias por ello y por atender el funeral de don Juan, hombre de la tierra como pocos.
Que linda descripción de Casablanca y de la Familia Vera!