Es que el concepto de Notre Dame, religioso y cultural, impacta al llegar. Yo jamás imaginé que al aterrizar en la segunda ciudad de Canadá (tras Toronto) y la mayor ciudad de la provincia de Quebec, presenciaría aquí Aura, el espectacular show de luces en la Basílica de Notre Dame, uno de los más preciados patrimonios religiosos nacionales, y que además mi estadía coincidiría con el musical francés Notre Dame de París en cartelera, en medio de una efervescencia general que me sorprendería tan pronto arribé gracias a Copa Airlines, en vuelo directo desde Panamá a Montreal, donde me quedaría tres noches.

 

 

Mi vecino en el vuelo ya me lo había advertido: “Esta ciudad es el Nueva York de Canadá”. La verdad es que fue un bombardeo de estímulos a partir de la Basílica, el templo histórico construido en 1824 en estilo neogótico, de piedra, que recibe durante el año a cientos de miles de visitantes. Quedaba a solo tres cuadras de mi hotel, y sobre mi experiencia al interior de la Basílica tengo dos impresiones. Una, de día, en que era tanto el ruido ambiente, con un tumulto de gente hablando en voz alta y en tantos idiomas distintos, que la realidad parecía disociarse de cualquier propósito sacro. De noche, en cambio, imperó el silencio y, con recogimiento y alta tecnología, el templo nos mostró otra cara. Todo debido al proyecto creado por el despacho canadiense Moment Factory que -iluminando la arquitectura interior con 140 luces, 21 proyectores, cuatro láseres, 20 espejos y una sublime música coral- dieron vida surrealista a todo el recinto. Los asistentes ingresamos con una sola advertencia: prohibido grabar o fotografíar el espectáculo. Sin embargo, finalizado el show de luces, que se prolongó por más de media hora, se podía recorrer por donde uno quisiera, permitiendo admirar sus pinturas, vitrales, esculturas y la colección de arte religioso del siglo XVII al XX, que es su gran tesoro.

 

 

Para asistir a Notre Dame de París, el musical que ha dado la vuelta el mundo desde hace 25 años por 23 países, hice esfuerzos sobrehumanos para adquirir entrada, no importándome si quedaba en la última fila del complejo cultural de Place des Arts. Basada en la famosa novela de Víctor Hugo, el personaje de Quasimodo (que narra la a historia del jorobado que tañe las campanas de la catedral y sobre su desesperado amor por Esmeralda) irradia en escenas de mucho movimiento, en las cuales interviene un conjunto internacional de cantantes, bailarines, acróbatas y músicos, que por solo seis días (del 1 al 6 de agosto) se presentó en Montreal solo en francés. Aunque uno no entienda el idioma, de igual manera queda en éxtasis con las voces de sus actores, la música, su trama y el rol del jorobado, interpretado por el colorín Philippe Tremblay, quien hizo estallar al público en aplausos. Con un final de no creerlo. El público, que no se retiraba del teatro, terminó cantando junto a todo el elenco de la compañía las mismas melodías del musical. Confieso que el tema interpretado por Tremblay ante la muerte de su musa, a mí me hizo llorar.

 

 

En futuros despachos, prometo que me extenderé sobre otras facetas que hacen de Montreal «la capital cultural de Canadá», como aquí todos la llaman. Por ahora los dejo con estos recuerdos que a mí me dejaron en estado de ensueño. Y con una lección que no olvidaré jamás. Si vuelvo a Quebec, provincia oficialmente bilingüe, yo regresaré hablando francés.

 

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