Interesante constatar cómo dos personas pueden apreciar una misma ciudad de manera distinta, dependiendo del día, hora y época, aunque las experiencias se vivan con solo un mes de diferencia.

 

 

Fue lo que me sucedió en junio, cuando junto a un grupo de 26 viajeros alojamos durante dos días en el hotel Radisson Blue, pleno centro de Marrakech. En tanto mi hijo Pablo -que aterrizaría en julio- lo haría en plena Medina (la ciudad vieja de la otrora capital de Marruecos), con amigos que arrendaron por una semana un riad (palacio antiguo, re-acondicionado como hostal) vecino al Palacio Real.

 

 

Nosotros llegaríamos en bus procedente desde Fez, recorriendo 500 kms de ruta pavimentada (con faroles, palmeras recién plantadas, de doble tráfico y bien cuidada). Campiña montañosa, donde surgen pueblos nuevos y pobres al lado del camino, y viendo -de tanto en tanto- condominios muy al estilo de los de Miami. Cansados, por fin se nos abría ante nuestros ojos la cuarta capital imperial, fundada por los almorávides en 1062, hoy poseedora del zuq -el mercado tradicional más concurrido de Africa y el mundo- y cuya plaza (Jamaa el Fna) se repleta de vendedores de todo tipo, encantadores de serpientes, músicos y de lo que sea posible imaginar.

 

 

 

Primera diferencia… Durante nuestra permanencia en la “Ciudad roja” -llamada así por el color de su tierra que se utiliza en construcciones- visitamos la famosa plaza a plena luz del día, con su comercio andando, pero con su explanada relativamente libre. Pablo, por el contrario, recorrería Jamaa el Fna de noche, momento en que la plaza se convierte en un bullante escenario y restaurante al aire libre, repleto de personas que acuden a disfrutar hasta el amanecer.

 

 

Segunda diferencia… A nosotros nos tocó un clima ideal. Pudimos en ocasiones ponernos hasta polerones para hacerle un poco el quite a la frescura ambiente. A Pablo, en cambio, la ola de calor que azotó a la región este verano (con temperaturas que bordearon los 45 grados), literalmente los botó a mediodía. Por lo menos, tenían piscina para refrescarse y pudieron respirar mejor con la brisa que proporcionaban los ventiladores….

Tercera diferencia… Nosotros ocuparíamos el aeropuerto de Casablanca, en lo que sería una experiencia semi caótica (con pérdida de maleta al aterrizar, vía Royal Air Maroc,  de uno de los integrantes de nuestro grupo, que no recuperó jamás durante el viaje). Y al despegar, vía Air France, en que tan pronto arribamos al terminal aéreo nos asignaron cambio de avión, obligándonos a enviar nuestros carry-on por carga… Por su parte, Pablo usaría únicamente el aeropuerto de Marrakech, cuya arquitectura les mostró un nivel de modernidad que nosotros no experimentaríamos.

 

 

Cuarta diferencia…  En su expresión final de venta a público, nosotros conoceríamos la importancia del argán (producto de alto valor en el mundo de la cosmetología), cuya semilla se extrae de este árbol que crece solo en Marruecos. A la inversa, Pablo vería cómo este arbusto crece en las afueras de la ciudad, y se percataría que las semillas con que se elaborará este aceite de fama mundial se rescata de las heces de la cabra, animal que come prácticamente encima de sus ramas.

 

 

En todo caso, sea cual fuera el clima o el lugar donde uno aloje, nada le resta a  Marrakech ser la ciudad más dinámica, entretenida y occidentalizada de este país árabe norafricano, donde lo más representativo del lugar es la Koutoubia, mezquita construida en el sigo XII para el culto de la religión islámica  y que hasta hoy es el edificio más alto de la Medina, que sirvió de modelo tanto de la Giralda, de Sevilla, como de la inacabada Torre de Hassan, en Rabat, y cuya altura se aprecia a distancia desde cualquier lugar donde usted se encuentre.

 

 

Exótico y bohemio, Marrakech fue elegido por connotados personeros como lugar de residencia. Entre ellos, el diseñador Yves Saint-Laurent y el pintor Claudio Bravo que aquí hicieron historia. Los pioneros, se comenta, fueron los millonarios de los años ´20 y ´30, junto a artistas e intelectuales de los años ´60. Epoca en que algunos optaron por recuperar palacios en plena decadencia, convirtiéndolos en hoteles boutique, mientras la población marroquí más adinerada eligió la modernidad proporcionada por la ville nouvelle (casas construida en años del dominio colonial francés), todo lo cual desembocó en lo que es actualmente el boom del turismo local.

 

 

Ahora, cuando usted visite Marrakech, no se pierda estos otros dos atractivos. Uno, el Bahia Palace, construido por un Gran Visir (Primer Ministro) de entonces, quien en 1894 pretendió levantar el palacio más grande de todos los tiempos, capturando la esencia de los estilos islámicos y marroquí, con interiores llenos de mosaicos y detalles de madera de cedro tallada. Lleva el nombre de su esposa preferida («la brillante», «la transparente»). Sin embargo, reservó un ala de sus decenas de habitaciones para sus 24 concubinas (hijas de tribus de alta montaña que sus familiares ofrecían para que vivieran un mundo mejor) y de sus otras tres esposas oficiales. Nuestro guía nos instó también a darle una detenida mirada al hamman del palacio, donde «las concubinas se bañaban cuando tenían cita con el Gran Visir, utilizando agua de rozas, jabón vegetal y aceite de argán». Parte de las edificaciones de este complejo constituyen un lujo en la actualidad, ya que -remodeladas- comenzaron a operar como riads, donde alojar en uno de ellos cuesta hoy entre 30 y 1.000 euros la noche.

 

 

Otra atracción turística imperdible son las Tumbas saadíes, cuya entrada a este mausoleo sagrado de los sultanes (que data del siglo XVII) estuvo tapiada hasta 1917, año en que fueron descubiertas cuando los franceses realizaban un estudio aéreo para mapear la ciudad. Su sala más famosa es la central, con sus doce columnas de mármol blanco de Carrara, que sostiene una cúpula de madera de cedro también tallada. Ahí yace la tumba tanto del Visir como de sus sucesores inmediatos y restos de los 60 miembros de la dinastía saadí.

 

 

Esté cierto que quien haya estado Marrakech, hablará de una ciudad fascinante. Podrá ser la más internacional de las ex capitales imperiales del reino. Sin embargo, todavía aquí persisten costumbres ancestrales, inexplicables a ojos de Occidente. Uno podrá entender que en la Medina el alcohol esté prohibido, que los edificios no superen los tres pisos de altura como respeto a su gran mezquita. Pero, que una mujer -en pleno siglo XXI- deba continuar vistiéndose cubierta de cuerpo entero, provoca estupor… Es un hecho que el rey Mohamed VI, quien reemplazó al férreo Hassan II, ha efectuado notorios avances en la modernización del país. Y en este sentido, nuestra esperanza es que el monarca de este hermoso país siga adelante, sin tropiezos, por ese mismo camino.

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