Siempre admiré a quienes llegaron caminando a Santiago de Compostela. Y aunque yo aún no tenía en mente visitarlo, la sorpresa se nos presentó en Portugal cuando, junto a un grupo que recorríamos el país, se abrió la posibilidad de un tour opcional para pasar desde Oporto a España y visitar la famosa Catedral, donde la tradición señala que allí se dio sepultura al apóstol Santiago El Mayor. Un sitio de interés internacional que transformó a esta ciudad en capital de Galicia y en uno de los tres grandes núcleos de peregrinación del cristianismo junto a Jerusalén y Roma… ¿Cree usted que alguien se restó?

 

 

Cada minuto para nosotros fue oro. Porque en esta pequeña ciudad de solo 100 mil habitantes se fusionaba la historia de un pueblo, cimentado sobre ruinas romanas -en los albores del año 830- con el descubrimiento de los restos de este apóstol que predicó en Hispania, que fue decapitado en Jerusalén y que fue, junto a Juan y Pedro, uno de los tres más cercanos a Jesús de Nazaret. Así el 30 de mayo pasado, vivimos esa hermosa sensación que experimentan los más de 2.000 peregrinos diarios que llegan, con su mochila al hombro a borbotones, por las distintas callejuelas que desembocan en la plaza principal de Compostela -la Praza de Obradoiro- a rendir homenaje ante la tumba de Santiago (patrono de España y también de Santiago de Chile, aunque yo no supiera) finalizando a duras penas “El Camino”, esa esforzada tradición religiosa medieval que se traduce en búsqueda de autoconocimiento, cultura y solidaridad.

 

 

Gerardo Atienza, nuestro guía portugués, nos dejó en claro frente a la Catedral, luego que finalizáramos un tour previo con Ana Rodríguez, la guía española que nos tomó a su cargo y nos liberaba a las 2:30 de la tarde…). “Nos encontramos aquí a las 4:30, hora española (reclamos y abucheos)… ¿O quieren llegar un poquito más tarde al hotel?” (Siiiiiii, coreamos todos…..!). “OK, estamos en la Puerta Sur. Si os perdéis, preguntad por la plaza de Platerías”…. No importaba lo que fuese. Yo seguiría absorta conversando con cuanto peregrino pudiera hablar, unos acomodados en el suelo, otros emocionados abrazándose y yo arriesgándome a que alguien me reprobara. Como me sucedió con un guía que se dirigió a mi indignado (aunque yo no entendiera en qué idioma hablaba) cuando fotografié a una señora de su grupo, en momentos en que ella recostada -tras cumplir su sueño- levantaba dichosa sus piernas al cielo… ¡Cómo no iba a fotografiarla…!

 

 

Y es que todos arribaban exhuastos. Era el precio a pagar por llegar al Kilómetro Cero, dispuesto sobre la imagen de una concha de piedra- símbolo de El Camino- que oficializaba el fin de un trayecto. Como nos explicó Ana: “La tradición es llegar hasta esa concha de piedra, colocar tus pies encima (pero sin taparla del todo) y sacarte un cel para demostrar que has llegado”. 

 

 

En definitiva, nosotros habíamos llegado. Sin embargo, no tan bien del todo. Estábamos ahí, frente a la Catedral. Pero, para que se registre la «llegada oficial», existe una fórmula sagrada. A Santiago no se arriba ni por avión, ni automóvil ni por tren. “Tiene que ser caminando, en bicicleta o a caballo”, nos reiteró Ana. “Desde Sarria, en Galicia, el mínimo a pie son unos 100 kms, a caballo unos 150 y en bicicleta unos 200 kms. ¿Cómo se sabe que has hecho estos kilómetros? Tú, cuando comienzas, llevas una especie de pasaporte, la credencial del peregrino. Te la sellan en los albergues, monasterios e iglesias. Y cuando llegas hasta aquí, te dan “La Compostela”, el documento que acredita que has hecho el Camino a Santiago…».  Honor que el 2004 le otorgó el Consejo de Europa, al elevarlo a la categoría de «Gran Itinerario Cultural Europeo» y el 2015 la Unesco, al declarar a varios de sus caminos como Patrimonio de la Humanidad.

 

 

Tan pronto el Vaticano estableciera que los restos del apóstol tenían capacidad de intercesión ante Dios, se multiplicaron los caminos. A finales del 2010, habían sido ya catalogados más de 286, con un total de 80.000 kms en 28 países. Sin embargo los oficiales no constituyen más de una docena, que son los acondicionados con hospitales, albergues y asistencia. Entre ellos -según nos subrayó la guía- el Camino francés, el de La Plata («que viene desde Andalucía»), el Portugués, el Inglés, el Primitivo («el primero que se hizo, que viene desde Oviedo y es el más duro de todos») y el Camino del Norte («que es un poquito más lejos»). Haciéndonos hincapié: “Podéis hacerlo como vosotros queráis, así en 20 años como en dos días. Solo es necesario que tengáis los sellos, que pueden ser del año 2005 o del 2015. Aunque el más común es el Camino Francés, que toma unos 5 o 7 días. Depende de la prisa que te des caminando, pero en que fácilmente te puedes demorar un mes”.

 

 

Por precaución al Covid, no pudimos abrazar la estatua que guarda restos del apóstol, meta a la que todo peregrino aspira. El altar había sido bloqueado a público y solo pudimos observarlo a distancia. Aunque a los menos creyentes, Gerardo nos había advertido: “No es cosa de creer o no. Aunque uno no crea, se siente una energía muy especial”… ¿Fecha ideal para visitar Santiago de Compostela? Por lo general en mayo o hacia septiembre porque son los meses en que hay menos lluvias y menos sol. Pero, cualquiera sea el clima o la temporada, siempre será fascinante conocer el testimonio de quien realizó El Camino completo. Como lo hizo la valiente Mariana Merino, periodista que tuvo el coraje de lanzarse en esta aventura sola, sin compañía en qué apoyarse y que escribió para compartirla con todos nosotros: https://benditoplaneta.cl/project/el-camino-a-santiago-de-compostela/