Ni reyes católicos tan piadosos, ni Juanas tan locas. Sevillanas con ropa de calle y mezquitas transformadas en catedrales. Una semana, tres destinos de lo que fue una de las zonas más interculturales de Europa y el mundo. Un recorrido por las tres majas de Andalucía.

 

Texto y fotografías: Constanza Hola Chamy

 

Para los que han seguido mi viaje de majas saben que mi noche final en Córdoba concluyó con flamenquines y copas. Y para los que no, acá pueden encontrar los dos capítulos anteriores: (Granada y Córdoba). Y Sevilla, terminará aún mejor. Pero, partamos por el principio.

 

Advertencia: en Sevilla hay zancudos. Y se los digo como primera cosa para que no cometan el mismo error de principiante de dejar las cosas en el hotel, correr a walking tour y terminar sin poder walk por tener los tobillos hinchados a picadas.

 

 

DE LIBROS Y ÓPERAS

 

Me pasó recorriendo el barrio de la Santa Cruz, doblemente patrimonial ya que fue el antiguo barrio judío, pero además material de grandes obras de la literatura y ópera. Fue una historia de amor de este barrio la que inspiró la creación del reconocido personaje de Don Juan, inicialmente “El burlador de Sevilla” de Tirso de Molina, coronado luego por José de Zorrilla con su Juan Tenorio. Pero ni Juan se llamaba Juan, ni Inés, Inés. En la historia “real” (o por lo menos la leyenda histórica) los amantes se llaman Miguel y Elvira, quien vivía en la plaza que hoy lleva su mismo nombre.

 

 

 

También en la Santa Cruz, a un costado de los Jardines de Murillo, podemos encontrar el balcón de Rosina, el que Fígaro aconsejó al Conde de Almaviva escalar para recuperar a su amada en “El Barbero de Sevilla”, de Gioachino Rossini. Y el Callejón del Agua es uno de los escenarios para recordar a Carmen, la gitana cigarrera de la ópera de George Bizet. A pesar de haber sido creada por un francés que ni siquiera se sabe si pisó Sevilla, Carmen representa bastante bien al rubro de las cigarreras: gitanas que trabajaban enrolando tabaco. Empleadas por la fábrica de tabacos de Sevilla -hoy sede de su universidad- eran las únicas mujeres del siglo XVIII y XIX que recibían sueldo, a veces mayor que el de sus maridos. De hecho, uno de los insultos sevillanos más comunes entre los hombre es “marido de cigarrera”, aludiendo a los hombres mantenidos por sus mujeres. Estas sevillanas fueron mujeres adelantadas a su época, que se organizaron en lo que hoy serían sindicatos y lograron desde salas de lactancia hasta evitar despidos masivos una vez que las máquinas aprendieron a hacer los trabajos humanos. Y es precisamente su forma de vestir la que quedó estampada como vestimenta típica sevillana.

 

 

Ya de noche, los tobillos hinchados no fueron impedimento para comenzar mi tour de bares. Siguiendo el consejo de un amigo sevillano, partí al Bar Alfalfa, un pequeño local de no más de siete mesas y una barra. Sobre ella, colgando del techo, varias piernas de jamón Serrano. Ni el espacio ni la carta son vegan friendly, la verdad sea dicha. Aquí se come, y se come a lo español. O más específicamente, a lo andaluz. Sobre los jamones, una cava que cubre la mitad de la pared, hacia el techo, llena de botellas de vino que parecen milenarias. Y bajo ellos, dos bartenders con camisetas que dicen “Yes, we caña”. Me siento en la primera mesa que se desocupa tras esperar 10 minutos en la puerta. Un tiempo bastante decente, considerando que es jueves en la noche. He quedado estratégicamente sentada a un costado de la barra. En el Bar Alfalfa la primera pregunta, antes de qué quieres ordenar, es cómo te llamas. Porque acá te avisan por el nombre cuando tu pedido está listo. Pruebo el vino blanco semi dulce, la especialidad de Sevilla que de semi tiene solo el nombre. Básicamente el vino de Andalucía es semi dulce cuando no entra en la categoría “almíbar”. Una de las bartenders me recomienda la tapa de paella (3.80). La pido junto con otra de pollo a la alfalfa, la especialidad de la casa (4). Voy a pedir una tercera tapa. “Mejor espera que con estas dos quedas bien”, me dice. Al lado mío se me instalan cuatro jóvenes extranjeros en sus 20s. No logro descifrar si son nórdicos o alemanes, pero a pesar del look, no parecen turistas. Jenny, la otra bartender,se acerca a preguntarles el nombre. Jenny es un personaje. Habla con el que entre, lo llama por el nombre y se lo españoliza si es extranjero. A Timothy, mi vecino de mesa alemán, el más pequeño y delgado, lo bautiza como Timón. “Tú eres Pumba”, le dice al amigo de 1.90m sentado al lado de Timothy. Mientras Timón y Pumba piden “una caña”, a mí me llaman por mis tapas. Lo que me llega alcanza para alimentar a una persona y media, pero tras haber dejado los pies en la calle recorriendo la ciudad, hago el esfuerzo. “¡Timóoooon!”, grita Jenny del otro lado, con las cañas ya servidas. Es Pumba quien las recoge. En dos segundos, Jenny se le instala al lado, haciendo gestos para mostrar que le llega al hombro. “¡Una foto!”, exige mientras posa a su lado. Entre risas -y sin mucha opción- mis vecinos sacan sus celulares para inmortalizar el momento.

 

Y LA CULTURA 

Un poco de historia después de tanto chupito.

 

 

Fue Sevilla -y no Cádiz- el puerto de Indias. Era acá, a través del río, donde desembarcaban las materias primas traídas desde América. Los barcos se detenían frente a la Torre del Oro, llamada así por su reflejo amarillo en el río e ingresaban la mercancía por la Puerta del Arenal. Desde allí, subiendo por la calle García de Vinuesa se llega a la Puerta del Perdón, uno de los vestigios musulmanes que le quedan a la Catedral de Sevilla (adivinen sobre qué la construyeron. Y si no adivinan, remítanse a mi maja anterior, Córdoba). Mucha agua pasó bajo el puente -y sobre la mezquita- hasta transformar la Catedral de Sevilla en la más grande en estilo gótico a nivel mundial. En su interior se encuentra la tumba de uno de los personajes más importantes de la historia hispanoamericana: Cristóbal Colón. O por lo menos una de ellas, ya que España sigue disputándose con República Dominicana quién tiene los verdaderos restos del navegante.

 

 

 

Pero el broche de oro de la catedral es la Giralda, una torre campanario de 104 metros más alta que el Big Ben de Londres, construida sobre la base del minarete original y coronada por la famosa veleta. Su acceso está incluido en la entrada a la catedral. Subir sus 34 rampas asegura una vista privilegiada, pero, una vez más, los recuperados de Covid tendrán que tener paciencia. Frente a la catedral se encuentran el Archivo de Indias, que contiene los documentos más preciados de las colonias americanas y el que es posible visitar de manera gratuita. Lo que se verá, eso sí, son copias de los papeles. Los originales están guardados y muy pocas personas están autorizadas a su acceso.

 

 

 

Del otro lado, el Real Alcázar que, nuevamente, conviene visitar con guía humano. Un dato curioso de este imponente palacio es que a varios puede que les suene familiar. Además de su riqueza histórica, sus dependencias fueron usadas como locación de la serie Games of ThronesOtro dato histórico, pero menos feliz: Sevilla fue un bastión inquisidor donde se realizó el primer y el último juicio de la Inquisición española. El Castillo de San Jorge, del otro lado del río, fue el lugar donde encarcelaban a los prisioneros del Santo Oficio. A su lado está el Callejón de la Inquisición, por donde sacaban a los presos para cruzar el puente, rumbo a la hoguera.

 

 

 

DE SEVILLA Y SEVILLANAS 

Visitar Sevilla sin ver una buena Sevillana en un tablao es como ir a Buenos Aires sin ver Tango. Y el Barrio de Triana es a Sevilla lo que sería San Telmo a Buenos Aires: donde se vive y se respira la danza típica. Si lo que buscan es un espectáculo típico de esos en teatro, cena incluida y bailaoras vestidas  de rojo con puntos negros, googleenlo. O vayan cuando pasen por Madrid. Ahora, si quieren ir a un verdadero bar gitano, de esos donde van los vecinos y cantan cantaores locales, entonces podemos comenzar a conversar. Porque, como dijo mi guía, Aliz, si no se le ven los pies a los bailaores y las manos a los guitarristas, no es flamenco. La Taberna está ubicada en el tradicional barrio de Triana, cruzando el río desde el centro histórico y donde la comunidad gitana ha vivido por siglos. Aquí la entrada viene con “consumición” -por el equivalente al precio de 7- e incluye, además del trago, un pasaje a otra dimensión, la de la Sevilla de verdad. Aquí no hay trajes típicos, sino bailaores con ropa de calle. No entrenaron en una academia, sino en los bares de Triana y bailan con la pasión y honestidad que solo tienen quienes pasan un arte de generación en generación. Es un encanto que está en extinción: el espontáneo, el cotidiano, el de un baile creado para desafiar y conquistar. O conquistar desafiando. Aquí conozco a Morales, un bailarín espontáneo que salió de cañas con sus vecinos. Cuando le pregunto su nombre me muestra su mascarilla que dice “Morales”. “Llámame así”. Es asiduo del lugar y me enseña unos pasos de sevillana. Yo, que amo bailar, me entrego. Y en cinco minutos ya me juro gitana. Porque, tal como en Córdoba, los sevillanos te acogen como parte de la vecindad.

 

 

Vuelvo a mi hotel a las 2 de la mañana, practicando el “cojo manzana, como manzana, tiro manzana” con el brazo. Cuando llego me pierdo. No es de borracha ni es la primera vez. Me estoy alojando en “La Casa de la Judería”, un hotel ubicado en el centro del barrio del mismo nombre construido en base a 37 casas tradicionales, conectadas por pasajes laberínticos. Denme crédito, mi habitación es la última y solo tengo que intentarlo tres veces. Al día siguiente, los 22 grados con un poco de lluvia no impiden que esta londinense adoptada disfrute la terraza con piscina del hotel. Y empiece a escribir estas crónicas para no olvidar su primer viaje luego de que el mundo cambiara radicalmente. Pero incluso con mascarilla y alcohol gel, con formularios interminables y filas eternas en los counters de los aeropuertos para mostrarlos, viajar sigue siendo un placer. Un privilegio que ahora se valora más que nunca.

 

N del A: He leído todos sus comentarios en las dos entregas anteriores y en redes sociales y no puedo estar más agradecida. Viajar me llena el alma y escribir me la salva. Me alegra saber que muchos y muchas de ustedes ciberviajaron conmigo en esta aventura. Nos vemos para la próxima 🙂