Ni reyes católicos tan piadosos, ni Juanas tan locas. Sevillanas con ropa de calle y mezquitas transformadas en catedrales. Una semana, tres destinos de lo que fue una de las zonas más interculturales de Europa y el mundo. Un recorrido por las tres majas de Andalucía.

 

Texto y fotografías: Constanza Hola Chamy

 

En el capítulo anterior les hablaba de la primera maja que visité en Andalucía: Granada. Hoy le toca el turno a una mucho menos conocida, pero que se quedó con un pedazo de mi corazón viajero: Córdoba. En mis viajes, hay pocos lugares a los que les he tenido fe y no me han decepcionado. Córdoba es uno de ellos.

 

 

Esta relativamente pequeña ciudad de 326.000 habitantes concentra todo lo que a los amantes de la historia nos gusta (recordemos a la Tía Carolina, del capítulo de Granada), incluyendo una mezquita del siglo X convertida posteriormente en catedral con la reconquista cristiana, una sinagoga de la misma época, un puente romano, el Alcázar donde Colón tuvo una de las varias reuniones para convencer a los reyes católicos de aprobar -y financiar- su expedición a las Indias (que ya sabemos cómo terminó), la única Medina conservada de Europa y sus patios. Sí, sus patios.

 

 

Córdoba es la ciudad que mejor conserva los patios interiores típicos de la cultura morisca, al punto que su “Fiesta de los patios” es uno de sus cuatro patrimonios de la humanidad, declarados por la Unesco. En mayo, los habitantes del barrio de San Basilio abren sus casas para que todos puedan observar las decoraciones, llenas de macetas con flores recién florecidas. Es una competencia para los locales, pero una oportunidad para los turistas de apreciar un espectáculo único en uno de los meses con mejor clima de la ciudad.

 

 

 

La mezquita de todos los caminos

 

Como buena ciudad mora y ex capital del califato, Córdoba está diseñada para repeler los ataques enemigos. Sus calles son angostas y con falsos finales, es decir, visualmente aparentan callejones sin salida, pero en realidad a último minuto aparece una calle formando una L. Originalmente la fórmula permitía emboscar al enemigo mientras este doblaba, ya que es mucho más fácil atacar a un caballo de lado que de frente. Por eso no es raro perderse, de hecho, se los recomiendo. Fue perdiéndome como encontré el bar La Cavea, donde probé por primera vez el famoso “Pedro Ximénez”, la especialidad vinícola local. Un vino tan dulce que parece jerez, hecho de uvas casi convertidas en pasas. Y si se pierden, no se preocupen, porque de una forma u otra todas las calles llegan a la mezquita catedral.

 

 

Es imposible pasar por fuera sin reparar en alguna de sus puertas, sobre todo en las que todavía conservan el color original de una mezquita comenzada a construir a fines del siglo VIII y que por siglos fue la más grande después de La Mecca: 23 mil metros cuadrados y mil columnas, desde las recicladas de las construcciones romanas al inicio hasta las encargadas específicamente a artistas musulmanes en el siglo X, quienes dejaron sus firmas en ellas. Encontrarlas se vuelve uno de los mayores entretenimientos de la visita. Por la misma época y a 400 metros, en lo que hoy se conoce como el barrio de la Judería, los habitantes judíos construyeron una sinagoga que todavía conserva partes de su yesería original. Un dato para los souvenirs: cerca de la sinagoga está la tienda Rafael Moral. Atendida por su dueño, aquí se encuentra todo tipo de recuerdos previos al 2001. Es una especie de liquidadora de souvenirs que van desde abanicos made in China hasta los de verdad, de madera pintada a mano. Pero el principal souvenir es Rafael mismo, capaz de contarte la historia de cada elemento, desde cómo se hacen los abanicos hasta los efectos del Covid en la ciudad. Obviamente aparte de los imanes para el refrigerador que originalmente iba a comprar, me llevo un abanico pintado a mano, de los 90s. Cuentan los locales que hacia el siglo X moros y judíos convivían tan bien que el ministro de Relaciones Exteriores del califa Abderramán III era un médico judío. Pero tras la reconquista cristiana, todas las construcciones cambiaron de orientación. La sinagoga se transformó en hospital y la mezquita, en catedral. La fórmula fue simple: mantener la estructura cuadrada de base, ponerle un campanario al minarete, instalar una nave central en el medio de la mezquita y ¡voila!, ya tenemos catedral. Un amigo turco me decía “Es lo mismo que encuentras en Turquía, pero al revés; mezquitas con forma de iglesia”. Y sí. Con los años la fueron acicalando con distintos elementos, incluidos dos órganos del siglo XVII y un majestuoso coro de ébano cubano del XVIII. Todo muy apoteósico, pero que sigue sin juntar ni pegar con la estructura original de alma y esencia mora.

 

 

Perderse en las posaderas

 

Y si de arquitectura morisca se trata, la mejor forma de ver esta mezcla de estilos y culturas es caminar desde la mezquita catedral hacia el barrio de las posaderas y abrir los ojos. La ciudad todavía conserva casas (la mayoría de las veces fachadas y cimientos) del siglo XV. Una de ellas es el hotel Patio del Posadero, un acogedor hotel boutique de 6 habitaciones temáticas inspiradas en conceptos locales, pero modernizados. Construir en un lugar declarado patrimonio de la humanidad puede resultar una odisea. Lisa y José lo saben. Ella, veronesa de nacimiento, pero con un acento cordobés que ya se querría cualquier local, se enamoró de José y de Andalucía (en ese orden) y decidió quedarse. Juntos encontraron una casa cayéndose a pedazos en el sector donde estaban las posadas para viajeros, las mismas que le sirvieron de material a Cervantes en El Quijote. Él, diseñador de interiores y ella, historiadora del arte, decidieron invertir. “Una locura”, cuenta Lisa. Tardaron 8 años en abrir, entre conseguir los permisos y la reconstrucción misma, que requiere contratar un arqueólogo, ya que todo lo que se encuentre en la excavación pertenece al estado.  Uno de los requerimientos de reconstruir lugares históricos es contratar un arqueólogo. “Levantabas una piedra y salía algo”, cuenta Lisa.

 

 

 

Como todo hotel boutique con alta demanda, sus habitaciones suelen estar reservadas con bastante anterioridad durante la temporada alta. Pero si no hay disponibilidad -o presupuesto- les recomiendo probar sus desayunos, o “besayunos”. Matarán dos pájaros de un tiro: tener la oportunidad de ver uno de los mejores ejemplos de cómo se conserva y moderniza un lugar emblemático y partir el día con comida refrescante y nutritiva después de tanta tapa y vino. Pruebo el de degustación, que incluye café, jugos con fruta de las estación, cereales, kefir, degustación de aceites de oliva con jamón Serrano y torta de zanahoria. Todos los insumos son probados y elegidos por los dueños, orgánicos y libres de crueldad. Efectivamente, durante mi visita, el hotel no contaba con disponibilidad -ni yo con presupuesto- así que me alojo en “La Piquera”, un hostal familiar con piezas sencillas, pero cómodas, justo al frente de la mezquita catedral. Lo abrieron hace un año, en plena pandemia y no les ha ido mal. Mercedes, recepcionista e hija de los dueños me explica el mapa completo del centro histórico al llegar. Tremendamente amable, me da además su WhatsApp corporativo, por cualquier duda o requerimiento, como cuando no logro reservar entradas para el Alcázar y ella lo hace por mí.

 

 

 

De noche

 

No todo es historia y monumentos en Córdoba. También hay lugares donde sentarse a beber y escuchar. Como “La Chiquita de Quini”, una gastrotaberna moderna de comida cordobesa fusión y música en vivo estilo flamenco moderno. Había estado reticente a probar la exquisitez local: el rabo de toro, pero la garzona me convence de intentar la versión soft: en tacos. Y la verdad es que pasan la prueba. Al igual que el flamenquín, el plato típico cordobés: trozos de jamón serrano enrollados en lomo de cerdo, pasado por pan rallado y frito. Pero como en Andalucía la noche recién empieza , dejo las murallas del centro histórico para conocer el Mercado de Victoria, un mercado gastronómico de día que se convierte en bar de noche. Acá no hay turistas, solo cordobeses que toman Gin Larios, producido localmente en Málaga, pero ampliamente popular en las tierras andaluzas.

 

 

 

Y si de noches se trata, mi tercera maja -y final- es la reina. Sevilla, la capital de Indias, la de torres coronadas por giraldas, gitanos y bailes en tablaos. Sobre ella les cuento en mi próxima entrega. Los espero.

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