Leer el relato de este ingeniero comercial de 66 años, sobre el ciclo de la naturaleza en el continente negro, alucina. El lo resume como «uno de los más espectaculares paisajes móviles que tenga noción un ser humano, la más colosal de las migraciones y el heroismo de unos pocos, que caerán, para que miles puedan sobrevivir».

 

Texto: Eduardo Dib

 

Venimos llegando de un viaje safari que nos llevó por Tanzania, Kenia y Sudáfrica. De todas las vivencias (que incluyeron múltiples  aventuras en lugares exóticos como Nairobi (y los recuerdos de Africa mía con Karen Blixter); Ngorongoro, un cráter de 20 km de diámetro que alberga todo tipo de animales en Tanzania, con sus lodges en los bordes; el Lago Myanmara y sus cuidada reserva ecológica) destaco el Serengeti y el Masai Mara como los más espectaculares paisajes móviles que tenga noción un ser humano. Una jornada que nunca termina para los más de dos millones de animales que, en su estado natural, emprenden la más colosal de las migraciones, donde miles mueren en la ruta y otros tantos nacen, en un ciclo de vida que nunca termina para encontrar los nuevos pastos.

 

 

Un tenue rayo de luz asoma a las 6 de la mañana en la carpa del Intrepids Lodge en el Masai Mara, la extensa llanura, prolongación al norte del Serengeti de Tanzania, en Kenia. Sabemos que ya no llueve y la producción de pastos en el sur ha cesado. Nos despiertan con café y galletas para que, casi en ayunas, vayamos a ver lo que los grandes felinos: leones, chiítas, leopardos han cazado durante la noche y ver los miles de cebras, ñúes (un cuadrúpedo parecido a los frescos encontrados en Altamira), jabalíes, gacelas, impalas, jirafas, elefantes, avestruces, búfalos, etc. desplazándose ruidosa y alegremente por la sabana. Al subir en globo por un par de horas, se puede ver con una perspectiva casi infinita el maravilloso espectáculo. Son tantos que, de lejos, parece que la tierra está plagada de infinitas piedras, que caminan y comen.

 

 

La dorada alfombra de pastos de las llanuras de África ha sido engullida por millones de animales salvajes y ya no queda que comer. Por semanas se han congregado para iniciar un épico viaje de cientos  de kilómetros de ida y vuelta siguiendo la lluvia y los verdes pastos que la producen. Unas 250.000 cebras encabezan el convoy. Los siguen cientos de miles de ñues y gacelas principalmente. Algunos depredadores los acompañan, otros los esperan: ellos deben también aprovechar este maravilloso ofertón. Los grandes felinos cazan desde los altos pastos, donde aguardan sin ser vistos y llevan a sus presas para ser devoradas en los matorrales cercanos, alimentando a familias completas. Dejarán los restos para que las hienas y buitres terminen el ciclo de la naturaleza. Todos comen, herbívoros y carnívoros, pero están muy alertas. Nosotros los vemos desde nuestros jeeps.

 

 

Probablemente lo más espectacular se ve en el cruce del río Mara, donde decenas de gigantescos cocodrilos, que escasamente asoman sus ojos, aguardan a la caravana. Los animales sabiendo del peligro, no se atreven a cruzar y se juntan en un taco interminable, a veces por varios días. Saben que deben cruzar, pues su alimento y la vida dependen de ello. Pero pasadas las horas, y en lo que parecen grandes discusiones y ruidosos acuerdos, finalmente, un líder decide iniciar el cruce. Él sabe que está yendo al sacrificio, pero está escrito que unos pocos caerán para que miles puedan sobrevivir. Una jornada violenta, pero muy heroica. Los cocodrilos en el agua y los leones en la otra ribera se dan un festín. Los primeros se alimentan para todo el año y los felinos muestran su cara teñida de rojo. Los viajeros corren con todas sus fuerzas hasta quedar a salvo. Cerca de ahí decenas de hipopótamos, gigantes, se bañan como si nada pasara, pues nadie se atreve a tocarlos, dado su tamaño y potencia.

 

 

En el Mara, los animales se relajan y engordan con pastos muy nutritivos que superan el metro de altura. Se les ve felices, comiendo, apareándose, reuniéndose y jugando. Es maravilloso pasear relajadamente entre ellos, pues al estar protegidos del hombre, antaño su principal depredador, casi no le temen y caminan y comen como si nada los molestara. Sin embargo, hasta la gacela mas lenta sabe que debe correr mas rápido aún que el león mas rápido, pues su vida sigue en riesgo. Se quedarán hasta octubre o noviembre, cuando inicien el retorno al sur. Los pastos habrán sido devorados y comenzará la nueva temporada de lluvias. Están listos para entregar, en enero y febrero, nueva vida para renovar la especie. Volverán en julio para completar su rutina anual, en un ciclo de vida que nunca termina…

 

 

Es increíble, uno no puede creer lo que ha visto. Tantos miles de animales que tengan la misma idea y saben como llevarla a cabo. Siguen las mismas rutas por cientos de kilómetros y por miles de años, llevando en la sangre los tiempos de la vida y, a veces también, los de la muerte… Las jornadas de los safaris son extenuantes, hasta de nueve horas por día, pero el tiempo transcurre muy aprisa. Son tantas las emociones y la adrenalina, combinados con la belleza de los animales y el extenso y maravilloso paisaje, con amaneceres y atardeceres de película, que los ocho días se van demasiado rápido. Visitamos  a las tribus Massai, donde sus costumbres no han cambiado en cientos de años y viven como si todavía fuera la edad de piedra. Son nómades, dedicados principalmente a la ganadería, pues les ha sido prohibido cazar en los parques nacionales. Sin embargo, tienen gran presencia física, altos y delgados, y han encontrado en el turismo una nueva fuente ingresos, pues cobran hasta por las fotos y qué decir de la visita a la villa, donde tienen el espectáculo montado. Aún así, estan muy atrasados… demasiado atrasados.

 

 

Para descansar y relajarnos, cinco días en Mombasa, en el océano Indico, un puerto histórico que se ha visto invadido por  todo tipo de europeos y árabes a lo largo de su historia. De lo más rescatable está su parte antigua con un restaurado sector patrimonial de arquitectura portuguesa, que incluye al antiguo mercado y lavadero de esclavos, sin dejar de mencionar su extensa costa de playas blancas, que nos acoge gratamente.

 

 

Finalmente, conocer Capetown ha sido un placer. Por su extraordinaria posición geográfica, por su hermoso Waterfront, donde han construido unsector turístico residencial en el antiguo puerto, como Madero en BuenosAires, y por el carácter europeo de casas, viñedos, restaurantes y actitudes, que también son un pequeño y necesario bálsamo cuando se anda mucho en el tercer mundo.

 

 

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