Vivió años en Londres y otros en Madrid… Europa, para Olga Kliwadenko, fue una experiencia que le marcó el alma. Un atisbo a sus impresiones sobre Italia para nosotros es un privilegio.

 

TEXTO: OLGA KLIWADENKO

 

Lo que más me llamó la atención de Florencia al llegar fue que muchas de sus construcciones y fachadas eran tan parcas, pesadas, organizadas sobre la base de enormes trozos de piedra, primitivamente labradas, algunas gigantescas. Es lo que se denomina almohadillado rústico, es decir una secuencia de piedras grandes, poco pulidas que desde lejos semejan verdaderamente cojines de formas irregulares, pegados uno al lado del otro. Toda la ciudad me pareció una verdadera fortaleza, tosca -adjetivo derivado de las edificaciones de la Toscana-, con construcciones de muros muy gruesos; de dos y tres pisos; con puertas muy por sobre el nivel de las calles y que, para entrar, uno debe subir varios escalones. Las ventanas son muy estrechas en forma de arco, ubicadas en el segundo y tercer piso; casi no existen elementos decorativos, salvo anillos de fierro que la adornan labrados de una manera muy fina. Para mi era incompresible ver, por fuera, palacios pertenecientes a las grandes fortunas de la época, como el de los de Strozzi, Médici, Antinori tan poco atractivos e invitadores, en una ciudad donde el arte y la belleza la invaden por todos sus rincones. La contradicción es que por fuera no existía el atractivo y por dentro surgían las villas de lujo, las joyas de la arquitectura y la cultural.

 

 

Poco a poco fui descubriendo el motivo de esa actitud. Era la forma de ocultar la riqueza. Tener mucho dinero era muy mal visto en la época; de ahí la austeridad exterior y la gran cantidad de iglesias, conventos, edificios públicos, obras de arte, en gran parte para justificar que el dinero se usaba en cosas útiles, no solo para ostentar y darse la gran vida. Es que Florencia fue una república millonaria: primero la ciudad logró, gracias a su propio esfuerzo, autonomía política respecto de los reinados bárbaros circundantes y del Imperio de Carlomagno e instaló algo inédito, una especie de democracia directa, de gran participación ciudadana, que transformó el pensamiento político hasta el día de hoy, y no solo en Florencia, sino que en el mundo entero. Esa libertad les permitió a los ciudadanos el desarrollo de muchos negocios sólidos, oficios y emprendimientos, entre los cuales sobresalió el comercio de la lana, que se importaba desde España, Escocia e Inglaterra, que luego, con gran valor agregado, exportaban con hermosos diseños, al mundo de esa época. Lo mismo se hacía con la seda, todo lo cual, con el tiempo, permitió crear poderosos bancos, a cargo de pudientes familias, como los Médicis que fueron financistas de reyes y príncipes. Surgía así una pujante burguesía que dejaba atrás a la Edad Media y que sentaba las bases del capitalismo moderno.

 

 

Esto se debió al talento florentino. Es verdad, pero también a la influencia bizantina que gravitó durante siglos en la ciudad, específicamente a partir del 29 de mayo de 1453 cuando se produjo la Cuarta Cruzada, desviada hacia Constantinopla para saquear sus tesoros nada menos que por los traicioneros venecianos. Eso causó que artistas, profesores, sabios, eruditos, artesanos, comenzaran a abandonar la opulenta ciudad, a retirarse hacia el norte o bien, decididamente, a huir hacia Italia, donde desde siempre tenían nexos comerciales. Así se instalaron en Roma, Venecia, Florencia, donde se llevaron múltiples copias manuscritas de textos griegos antiguos de filosofía y de ciencia, incluso versiones originales de grandes pensadores que, hasta esa fecha, se consideraban perdidas. Esta migración selectiva, del más alto nivel, continuó hasta por lo menos 50 años después de la caída definitiva de Constantinopla. Con todos estos antecedentes, ¿cómo puede sorprender que estallara ese fenómeno único y apasionante que fue el Renacimiento que ocurrió primero en Florencia y luego en el resto de Italia? Fueron los bizantinos los que incorporaron el concepto de democracia representativa, de república en vez de reinados y fue gracias a ello que Florencia logró independencia en los negocios y sus principales familias grandes fortunas que reinvirtieron en la ciudad.

 

 

En ese entorno único surgió el Quattrocento o Primer Renacimiento italiano, donde el objetivo era descubrir la existencia de la belleza clásica y de las bases científicas del arte, además de exaltar la naturaleza. La segunda fase del Renacimiento, o Cinquecento (siglo XVI), estuvo marcada por la hegemonía artística de Venecia y Roma. Todos estos elementos transformaron a Florencia, que antes fue una pequeña villa fundada por generales romanos en el año 59 antes de Cristo, como una simple conexión estratégica hacia el norte, en lo que muchos califican hoy como “un museo al aire libre”, un lugar común, pero muy real. Es tanto lo que hay que ver y aprender que es difícil partir y más difícil aún terminar. Es una ciudad para caminarla, de modo que es aconsejable elegir un itinerario diario posible de cumplir, de lo contrario uino terminará totalmente abrumado y disperso. Tal vez, como recomendación, conviene iniciar la visita a partir del elemento más visible de la ciudad, el Duomo, la impresionante cúpula de la Catedral de Florencia, Santa María del Fiore o a la Virgen de la Flor, la tercera iglesia más grande del mundo, después de San Pedro en Roma y San Pablo en Londres; de hecho, tiene 153 metros de largo, 90 de ancho y 90 metros de altura desde el piso hasta su parte más alta.

 

 

Esta cúpula es única en el mundo por sus muchas peculiaridades. Primero su autor, Filippo Brunelleschi era un orfebre sin ninguna preparación arquitectónica. Pero, así y todo, enfrentó un enorme gran desafío porque la Iglesia construida 100 años antes presentaba una severa desviación en los planos primitivos y durante un siglo nadie fue capaz de resolver el problema. Brunelleschi demoró 16 años en encontrar una solución y jamás reveló el secreto. Con más de cuatro millones de ladrillos, con un peso de 40 mil toneladas, -casi del tamaño de media cancha de fútbol- y con más de 10 pisos de altura es la estructura de mampostería más grande y pesada del planeta. El campanario lo construyó el iniciador del Renacimiento, el Giotto. Su arquitecto original fue Arnolfo di Cambio. Diversos constructores y diseñadores lograron una fachada de otro mundo: mármol blanco, verde y rosa que parecen dos iglesias distintas. Por fuera, rica y poderosa. Por dentro, gótica y muy austera, con bandas alternadas en horizontal y vertical de mármoles multicolor: de las canteras cercanas de Carrara (blanco), de la ciudad de Prato (verde) y de Siena (rojo). Los vitrales fueron diseñados por Donatello y colocados en lo alto del altar principal. Ambos representan la Coronación de María en el Cielo. Hay un antiguo Baptisterio frente a la catedral que incluye las famosas puertas de bronce, conocidas como las Puertas del Paraíso.

 

 

Otra visita recomendada es el Ponte Vecchio, construido en el siglo XII que fue en el pasado el único punto de cruce sobre el río Arno, y el único puente que no fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial por su belleza, a pedido personal de Adolph Hitler, según cuenta la leyenda. Es un ícono de la ciudad, lleno de joyerías, que antes fueron prósperas carnicerías. En otro extremo de la ciudad se ubica el denominado Palazzo Vecchio, que no tiene nada que ver con el puente y que es uno de los símbolos más conocidos de la ciudad, construido con forma de castillo y con una torre de 94 metros de altura entre 1299 y 1314.  Ubicado en la Plaza de la Señoría, fue la residencia del duque Cosme I de Médici y está lleno de pasadizos secretos construidos por los miembros de esa legendaria familia para escapar de sus enemigos o para guardar objetos valiosos.

 

 

La Galería de los Uffizi es uno de los museos más importantes del mundo por la impresionante colección de los grandes artistas europeos de los siglos XII a XVII. Su creación es obra de la poderosa familia Médici, que encargaron el diseño de un edificio donde exponer las obras de la familia y de otros florentinos ilustres, para demostrar que con su dinero se podía comprar cultura y elementos útiles para la sociedad. Allí se guardan pinturas como La Anunciación de Leonardo da Vinci; Sagrada Familia de Miguel Ángel; El nacimiento de Venus y la Alegoría de la Primavera, ambas de Botticelli; La Virgen del Jilguero, de Rafael, o Tondo Doni, de Miguel Ángel; Anunciación, de Simone Martini;  Los duques de Urbino, de Piero della Francesca; Venus de Urbino, de Tiziano;  Baco, de Caravaggio. Todos, símbolos del Renacimiento. El Palacio Pitti ubicado al otro lado del rio Arno, fue una inspiración de María de Médicis que imitaba el Palacio de Luxemburgo. En este museo hay que mirar al techo para no perdese las obras del Tiziano, Tintoreto, Rubens, Raphael.

 

 

En la Galería de la Academia se encuentra la obra universal, la escultura del rey David bíblico de Miguel Ángel, en el momento previo a enfrentarse con Goliat, esculpida entre 1501 y 1504. Es una gigantesca pieza de mármol blanco de 5,17 metros de altura y más de cinco toneladas de peso. Es una de las piezas maestras del Renacimiento según la mayoría de los historiadores, y una de las esculturas más famosas del mundo. En la Piazza e Iglesia de Santa Croce están las tumbas de personajes ilustres como Miguel Ángel, Galileo Galilei, Maquiavelo o Lorenzo Ghiberti, además del precursor del Renacimiento y autor de la Divina Comedia, Dante Alighieri. La Iglesia de Santa María Novella tiene una preciosa fachada de mármol blanco y verde y es la sede de los dominicos de la ciudad. En su interior, en forma de cruz latina, hay grandes obras de arte como el fresco de La Trinidad, el Crucifijo de Brunelleschi en la capilla Gondi y la Natividad de María en los frescos de la capilla Tornabuoni. El Museo Gucci muestra los artículos del creador del imperio de la moda y de los artículos de cuero, dio sus primeros pasos en esta ciudad, luego de inspirarse en los tiempos libres que le dejaba su trabajo como ascensorista en el Hotel Savoy de Londres.

 

 

Pero Florencia no es solo pasado;  también tiene un presente rico y entretenido. Por ejemplo, es la capital de los helados más delicioso de Europa y el lugar donde se producen los mejores zapatos del planeta, al igual que todo artículo de cuero excelentemente bien curtido. Todavía son grandes creadores en materia de moda, joyas y, en general marroquinería. Posee una atractiva vida nocturna y muchos café y restaurantes donde reponerse después de tanto recorrer. Sus platos típicos forman parte de las mejores recetas del país. Todo se acompaña con el pan sciocco, sin nada de sal, una costumbre que quedó desde la Edad Media cuando durante la guerra entre Florencia y Pisa la ciudad se quedó sin el abastecimiento de ese producto. Un plato típico es la Ribollita, una sopa con pan duro, cannellini de la zona y diversas verduras como repollo o tomate; el Lampredrotto es otra delicia para algunos, que se consume en la calle; es estómago de la vaca, parecido a los «callos» españoles o a las “guatitas” chilenas. La Bistecca alla Fiorentina, un imperdible, un filete grueso de ternera toscana, de raza Chianina, asado, medio crudo y, por último, el Pappardelle al Sugo di Lepre, tallarines muy anchos con una salsa a base de carne de liebre, verduras y vino tinto. Pero, antes una obligación: un aperitivo y el más famoso, en todo Italia, pero especialmente en el norte, el Spritz, un cóctel que tiene como base Aperol o Cynar, aunque también se puede preparar con Campari. Aperol es una marca del grupo Campari con una graduación alcohólica algo menor y Cydar, un curioso licor digestivo que entre sus ingredientes incluye alcachofa que decora la etiqueta de la botella.

 

 

De haber tiempo, conviene visitar la campiña florentina. A ocho kilómetros de la ciudad – tras avanzar por las primeras colinas de olivos y cipreses hacia el sur, siguiendo los estrechos caminos secundarios- está la ruta del Chianti entre castillos, centros termales y aldeas medievales y bonitas casas rurales. Otro imperdible.