Próximo a publicarse, aquí un adelanto del libro de Alex Strodthoff, quien nos sobrecoge con más de 100 imágenes de norte a sur del país.

 

TEXTO Y FOTOGRAFIAS: Alex Strodthoff

 

Para mi, la fotografía es parte de una aventura. Así como me sería difícil concebir un viaje sin mi cámara, también me costaría imaginarme caminando con ella sin un relato, sin algo que vivir y contar. La fotografía es una forma de inmortalizar los momentos, los paisajes, los recuerdos y sensaciones que uno vivió al tomarlas. Este libro tiene algo de aquello: detrás de cada una de estas imágenes hay un recuerdo.

 

 

Fue mi padre el que, con su cámara Asahi Pentax, me introdujo con mucho entusiasmo a la fotografía. Pero, mucho más importante que eso, me inculcó el amor por la naturaleza, además de curiosidad y sacrificio, cualidades que forjan un espíritu aventurero. De ahí en adelante, todo fue prueba y error. Mi cámara es fiel compañera en mis andanzas. En el desierto, subiendo montañas, randoneando, caminando en un bosque, volando, mosqueando o remando en un kayak, siempre va conmigo. La llevo como herramienta para robarme una imagen de un recuerdo. A través de estas fotos puedo recordar lo vivido, compartirlo con mis amigos y entusiasmarlos por vivir cosas nuevas. También puedo mostrarles nuevos lugares o un ángulo distinto de algo que ya conocieron. Este libro esconde muchas suelas gastadas, kilómetros recorridos, madrugadas y noches en vela, detrás de un lente, bajo las estrellas. Quienes me conocen bien, saben que soy un entusiasta, que sé valorar la recompensa del sacrificio en cualquier aventura, que los amaneceres ofrecen las mejores oportunidades para los cazadores de luces y que la vida está llena de motivos para fotografías. Sólo hay que saber buscarlos.

 

 

Tengo 44 años, soy ingeniero forestal. Profesionalmente me desempeño en el área agroindustrial y a lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de practicar distintos deportes que me han permitido acercarme a la naturaleza y vivirla intensamente. La práctica de estos deportes me ha permitido también conocer gente espectacular, de la que uno aprende e inspira. No puedo dejar de mencionar a Claudio Lucero, con quien di mis primeros pasos en montañismo en la Universidad Católica, a Juan Federico Zuazo, que me enseñó a descender ríos en kayak, a Norberto Seebach, gran fotógrafo y aventurero, que conocí en el Club Andino Alemán, así como a tantas personas más. Para alguien como yo, vivir en Chile es una oportunidad única. Su diversidad de paisajes, accidentada geografía e innumerables rincones escondidos, lo transforman en una caja de sorpresas. Mientras más recorro nuestro país -y lo he recorrido mucho- más me convenzo de que nunca será posible terminar de conocerlo.

 

 

 

Desde muy chico, pasaba mis vacaciones en la pampa, específicamente en la Oficina Salitrera de María Elena. Mi madre nació en Pedro de Valdivia y mi abuelo trabajó toda su vida en las salitreras. La vida en esos poblados era especial, distinta a lo que vivíamos en la zona central. Un paisaje estéril, el total silencio sólo era interrumpido por el tronar de las minas. La tradición indicaba que cada año nuevo debía partir con la quema del año viejo, personificado en figuras a las que se les rociaba combustible y encendía a medianoche. El pueblo entero estaba en llamas. Con mi abuelo y mi padre recorríamos la pampa de un lado a otro. Visitábamos cementerios abandonados, saqueados una y otra vez. Recorríamos los oasis en las quebradas del Río Loa, bajábamos en trenes de carga a Tocopilla, visitamos salares y subíamos cerros. Recuerdo, cuando chico, haber tomado una fotografía a una tronadura con la que gané el concurso de fotografía de El Mercurio. Estaba en séptimo básico.

 

 

 

EL DESIERTO FLORIDO

 

Cuesta creer que, con unos pocos milímetros de agua, el estéril desierto se transforme en un espectáculo para los ojos. Es que no son solo las semillas que rompen su latencia, sino un todo que emerge de la nada, como tocado por el dedo de Dios. Las más diversas especies floridas, aves e insectos, aparecen como si siempre hubiesen estado ahí. Recomiendo ciegamente recorrer la zona de Copiapó a Vallenar, tanto por el interior como por la costa, desde la desembocadura del Río Huasco hasta Caldera. Ver lugares como Playa La Virgen o las quebradas de Carrizal Bajo teñidas de distintos colores, es un deleite. Desde Patas de Guanaco, pasando por terciopelos, hasta plantas carnívoras como la Oreja de Zorro, es un sinfín de especies.

 

 

 

LOS ANDES CENTRALES

 

Frecuentemente, cuando subía cerros en los Andes, la soledad de los ascensos sólo era interrumpida por algunos visitantes, normalmente extranjeros, que se dejaban maravillar por los rincones de estos macizos. Era raro ver gente, más aún, compatriotas. Me costaba entender que siendo Santiago una metrópolis precordillerana, con casi 6 millones de habitantes, hubiese tan poco interés en conocer las montañas. Sus habitantes normalmente miraban al oeste, y durante las vacaciones y fines de semana, la playa era su principal -sino único- objetivo. Siento que eso ahora está cambiando y los santiaguinos están aprendiendo a valorar lo que siempre han tenido. Encontrarse con grupos de chilenos es cada vez más frecuente en los valles y cerros de la zona central.

 

 

 

Los Andes Centrales son maravillosos. En invierno las altas montañas son majestuosas y la práctica del trekking, montañismo, randonee o ski en ellas es inolvidable. En primavera y verano, con el derretimiento de las nieves, el paisaje se llena de lagunas y saltos de agua que valen tremendamente la pena conocer. Es cierto, se debe pasar por sectores agrestes, llevar agua y en ocasiones los acarreos y fuertes pendientes pueden ser cansadores, pero al final siempre nos sorprenden. Glaciares, lagunas, vegetación esclerófila, cóndores y maravillosas vistas están por doquier en esta joven cordillera Andina. Cuando subo a ellas, recuerdo a Claudio Lucero hablando de los “terrícolas”, refiriéndose a quienes vivían encerrados en las ciudades como presos en cárceles de cemento. Y es cierto, no debe haber pretexto para dejar de conocer los Andes Centrales: desde el Cerro Manquehue y el Pochoco, hasta el Altar, el Plomo o La Paloma. Todos son lugares inspiradores. El Cajón del Maipo con el Morado, la quebrada El Trescientos, Lo Valdés son innumerables destinos. Recientemente visité el Mirador Los Cóndores con mi padre, que con sus 71 años, llegó conmigo a la cima, disfrutando cada paso en el ascenso a este lugar único.

 

LA ARAUCANIA Y EL CENTRO SUR

 

 

 

Vivo y trabajo en Temuco, un lugar absolutamente privilegiado para visitar una y otra vez las costas, lagos y volcanes de la región de La Araucanía. Cuando escalo volcanes o camino los bosques de la Araucanía Andina, siento como si me estuviese trasladando a otra era, como el triásico. De pronto siento que aparecerán dinosaurios entre las araucarias. Es que el paisaje es lisa y llanamente conmovedor. Perfectas siluetas de volcanes, muchos de ellos activos, con lava volcánica solidificada en sus entornos, cuyas grietas con algo de materia orgánica, permiten el arraigamiento de las raíces de coigües, araucarias, ñirres y lengas. Llegado el otoño todo se tiñe de tonos pasteles, rojos, amarillos y naranjo. La nieve invernal cubre todo de blanco. Los amaneceres, atardeceres y noches en este espectacular paisaje son algo realmente especial. La Araucanía Costera, poco conocida, también esconde maravillas. La desembocadura del Río Imperial, caletas como Queule y Nehuentúe, el Lago Budi, con su entorno geográfico y cultural, son todos lugares que vale la pena conocer. El mar es inclemente, las líneas costeras son abruptas, pero no por eso menos interesantes. Por lo demás son lugares llenos de historia.

 

LA CARRETERA AUSTRAL

 

 

Al hablar de la comuna de Palena y la Región de Aysén, hacemos referencia a lugares que destacan por su aislamiento y pureza. No es fácil recorrer estos parajes. Se requiere de tiempo y buena planificación. La primera vez que llegué a Cochrane, recibí de parte del alcalde, un diploma como “Gran Pionero de la Cuenca del Baker”, que guardo hasta el día de hoy. En aquella ocasión bajamos en una pequeña embarcación llamada “El Desprestigiado” por las aguas de aquel río, hasta llegar a la Isla de los Muertos y posteriormente a Caleta Tortel, con sus caminos, veredas y construcciones labradas en Ciprés de las Guaitecas. Posteriormente seguimos por los canales interiores del Golfo de Penas hasta los Campos de Hielo Sur, específicamente hasta el ventisquero Jorge Montt. Estos deben ser de los lugares más aislados y prístinos que conozco. Majestuosos glaciares, canales repletos de icebergs y con algo más de paciencia, siempre es posible encontrar los escurridizos huemules en los lugares indicados.

 

EL PAINE Y TIERRA DEL FUEGO

 

 

El Paine y su parque nacional es por lejos y muy merecidamente, uno de los destinos más visitados de Chile. Siendo que se trata de una superficie enorme, de alguna forma concentra una diversidad escénica única. Lagos azules contrastados con macizos rocosos, bosques y estepas. Poblaciones de guanacos, cóndores, caiquenes, flamencos, pumas y zorros. Sorprendentes glaciares, saltos de agua y preciosos ríos, son parte de lo que este lugar ofrece a sus visitantes. Lo he visitado varias veces y no dejo de sorprenderme.  Fui a Tierra del Fuego por primera vez en 1997 atraído por la pesca con mosca, atrás de las sorprendentes truchas farios de este lugar. Desde ahí en adelante no he dejado de ir, con cierta frecuencia. Atravesar bosques de lenga para pescar en solitario en el Lago Lynch, el famoso Río Grande, Lago Deseado, Lago Despreciado, Río Rasmussen, Lago Fagnano y Río Azopardo, son experiencias únicas.

 

 

El paraje desolado, estancias abandonadas, el viento incesante… de alguna forma son elementos que invocan los recuerdos de mi infancia en la pampa nortina. Tierra del Fuego esconde mitos y trágicas historias, como la exterminación de los selk’nam. Cameron, Onamonte, Onaisin, Rusfin… lugares de pioneros. Gauchos abrigados y de piel rasgada por el sol, el viento y el frío, acostumbrados a caminar en eje oblicuo para contrarrestar la fuerza del viento mientras mueven los rebaños de ovejas. En las costas, se divisan a lo lejos los lomos de las ballenas y el rocío de aire y agua que sale con fuerza de su espiráculo. Algunas colonias escondidas de pingüino rey, una de las especies más pintorescas que habitan fuera del territorio Antártico ofrecen un espectáculo único.