El recuerdo de un país que -hoy en guerra- es imposible conocer, y cuyo bloqueo en la importación de alimentos ha provocado la mayor crisis humanitaria que vive hoy el planeta.

 

TEXTO: Gregorio Schepeler

 

Ubicado al sur de la península arábica, rodeado por el Mar Arábigo, el Golfo de Adén y el Mar Rojo… Al que se llamó Arabia Feliz… Donde estuvo Sem, hijo de Noé, la Reina de Saba y el Rey Mago Baltazar… De donde vienen las especias, la mirra, el incienso y los perfumes… Un país armado, con alrededor de 30 millones de habitantes y 80 millones de armas… Un país de piedra y adobe. De ruinas y rascacielos. De mares y de desiertos calientes. Un país donde se habla árabe, en una modalidad parecida a la lengua clásica, necesaria para leer el Corán. Un país que nos cautivó, que recordamos y que nos abrió sus fronteras para conocerlo. Sin embargo, hoy es un país sumido en una cruenta guerra. Con escandalosa hambruna y extrema pobreza. Saber del Yemen, averiguar del Yemen, tratar de llegar al Yemen, son tareas difíciles en Chile. Pero el entusiasmo profundo por ir a descubrir esta cultura milenaria, nos dio fuerza para transformar todo ello en una tarea simple, envuelta en una nube mezcla de misterio y de ignorancia.  Y fuimos rápidamente juntando nuestra información necesaria y un septiembre de hace algunos años, con nuestras visas y vacunas y gran entusiasmo, partimos tranquilos.  Inquietos de curiosidad.  Con ganas de mirar.  Un viaje aparentemente largo, porque Chile está muy lejos, un viaje ansioso, pero un viaje fácil.

 

 

Algo sabíamos que tanto Yemen como Omán, que son países limítrofes, son una excepción en el mundo árabe, ya que no fueron creados por el colonialismo europeo como Jordania, Iraq o Kuwait, ni fueron construidos como los Emiratos Árabes Unidos, o Qatar o Arabia Saudita. Yemen es un país de economía fundamentalmente agrícola, no tiene ni petróleo ni gas en abundancia. Fragmentado en pequeños reinos, luego sultanatos, después entre los imperios otomano y británico. Y en la guerra fría, se dividió entre la República Árabe del Yemen en el norte y la República Democrática Popular del Yemen en el sur, que se unificaron el 22 de mayo de 1990. Desde esa fecha hasta nuestro viaje, existía una aparente paz y eso nos permitió pensar en una tranquila aventura en este país árabe, bastante desconocido para nosotros. Sin embargo, grande fue nuestra sorpresa y ¿por qué no decirlo? un poco de temor cuando, desde nuestro segundo día allí tuvimos protección armada. Nos trasladábamos de una ciudad a otra con escolta militar y, en muchas ocasiones, en un convoy que nos protegía. La verdad es que no había turistas. Y en algunos lugares muy poca infraestructura. En alguna oportunidad, nuestro pequeño grupo de hombres y mujeres tuvimos que dormir separados ya que en los alojamientos había una sección o piso para hombres y otros para mujeres. En los restaurantes ocurría algo similar, por lo que generalmente comíamos en la vereda ya que en su interior había solo varones. Todas esas incomodidades, y algunas otras, las fuimos superando rápidamente ya que la belleza del país y, nuestra sorpresa era de tal magnitud, que aceptábamos las reglas que esa sociedad nos imponía.

 

 

Hay que tener muy claro que la historia ya no duda de la importancia de la civilización sub-arábiga. El antiguo Reino de Saba dio nacimiento a la primera civilización de Arabia y sirvió de modelo cultural para los pueblos vecinos. Su influencia se prolongó a lo largo de más de mil años, desde el siglo VIII AC hasta el VI DC.  El reino utilizó intensamente la escritura, creó una grandiosa y sobria arquitectura. Sus técnicas para captar agua y controlarla, así como el dominio de los perfumes, despertaron admiración. Por todo esto y más, esta parte de la península arábiga se convirtió en la Arabia Feliz de los griegos, de los romanos… Todo el mundo soñó a lo largo de los siglos con los perfumes de la Arabia Feliz, cuyos orígenes se mitificaron. Heródoto contaba que su recolección era una proeza: árboles de incienso guardados por serpientes con alas; canela protegida por fieras provistas de plumas y una fuerza terrible: el Lebanon crecía en la barba de terribles y apestosos machos cabríos. “La Arabia entera es un paraíso de fragancia suavísima y casi divina”, dijo Herodoto en el siglo V AC. La ruta del incienso partía del Hadramut, en Yemen, y las caravanas de camellos cargadas de incienso, mirra, especias y plantas medicinales llegaban a Gaza, Alejandría, y enriquecían las ciudades por donde pasaban.

 

 

Aterrizar de noche en Sana´a, su capital, no fue sin duda, la mejor idea. Nos recibieron hombres yemenitas desconocidos que en medio de la penumbra estrellada nos hablaban en su idioma que no entendíamos. Nos dirigieron y acordaron precios por nosotros, nos pasaron unos billetes para el pago y nos subimos en sus autos. No sé si estábamos asustados.Pero. sí estábamos ahí. Guardamos silencio. Cada uno pensaba secretamente. No había marcha atrás. Partimos rumbo a nuestro hotel recorriendo calles poco iluminadas, desordenadas, sin gente, con policías armados que se divisaban en algunas esquinas. Dormimos solitarios en nuestros pensamientos y sueños y el amanecer yemenita nos comenzó a entregar sorpresas que no se detuvieron y que maravillaron nuestras almas hasta hoy. Estábamos en la moderna ciudad y divisamos no muy lejos las murallas de la antigua capital. De ese dédalo tumultuoso que se pierde en la historia, porque toda la historia se pierde en el Yemen.  Despertamos en Sana´a.

 

 

Los orígenes de Sana´a tienen su propia leyenda. Su remota fundación se atribuye a Sem, hijo mayor de Noé y principio de la raza semita, que un día decidió abandonar su país para trasladarse al sur. Más allá de Rub-al-Khali, el más cálido desierto, el de Arabia, encontró una tierra de altas montañas y valles fértiles y decidió fundar una ciudad.  Apenas había comenzado a excavar sus cimientos, cuando un pájaro le arrebató la plomada y voló con ella en el pico hasta el otro lado del valle, donde la dejó caer. Sem comprendió que era allí donde debía fundar su ciudad, y así nació Sana´a. No hacía mucho del mítico diluvio universal… La primera mención fidedigna de Sana´a, se remonta al siglo I AC. Pertenecía entonces al Reino Sabeo, pero poco después pasó a formar parte del de Himyar, principal rival de los sabeos por el control de las rutas comerciales. Los Himyaríes, una tribu de las montañas situadas al sur de Sana´a, fueron ampliando sus territorios a costa de los sabeos entre los siglos II y III DC.  A finales de esta centuria, Saba había dejado de existir e Himyar era la principal potencia de la Arabia Feliz. Bajo los Himyaríes, Sana´a tuvo por primera vez status de capital, que conservaba cuando la invasión de los Axumitas de Etiopía del 535 acabó con el reino de Himyar, iniciando una breve etapa de cristianización del país durante la cual, bajo el patrocinio del emperador Justiniano y el rey etíope Abraha, se construyó en Sana´a una soberbia catedral a base de piedra, madera de teca, ébano, oro y plata que sirviese de destino de peregrinación en la península arábiga. El templo fue conocido como Qalis, término adaptado del vocablo griego “ecclesia”, que significa simplemente iglesia. Esta construcción hoy sólo es una añoranza. En el 575 los axumitas fueron derrotados por los persas tras su intento forzado de expansión hacia el norte. En consecuencia los etíopes  fueron expulsados del país y los nuevos y victoriosos gobernantes se instalaron en Sana´a.  Uno de ellos, Badhan, proclamó más tarde la conversión al Islam.

 

 

Puesto que sólo 800 kilómetros separan Sana´a de La Meca, no es extraño que Yemen fuera uno de los primeros territorios ganados para la nueva religión. Por los años en que Mahoma iniciaba su predicación, un ejército persa expulsó a los etíopes, anexionándose el territorio. En el año 628, todavía en vida del Profeta, el sátrapa persa de Sana´a adoptaba el islamismo, que se extendió rápidamente por el país.  La historia del Yemen ha estado desde entonces estrechamente vinculada a la de los sucesivos poderes musulmanes de Oriente. En el control del antiguo Reino Minyarí se sucedieron Omeyas de Damasco y Abassies de Bagdad, los Fatimíes de Egipto, la dinastía Ayyubí de Saladino, los Sultanes Mamelucos y finalmente los Otomanos, aunque era frecuente que los gobernantes designados por tan lejanos poderes se declaraban independientes con mayor o menor éxito. Tras la caída del imperio otomano en 1919, Yemen se convirtió en estado islámico, regido por Imanes, que lo mantuvieron celosamente cerrado a toda influencia occidental hasta el golpe de estado que implantó la república en 1962. Desde esa fecha, con la modernización del país, surgieron nuevos espacios y barrios en la capital, a los que se trasladaron los centros de decisión, abandonando la arcaica estructura urbana que sufrió un fuerte abandono, pero que hoy, restaurada en muchos sectores, nos sorprende. Hoy día, dentro de la antigua ciudad, se encuentra la mayor cantidad de mezquitas del Yemen, con más de 100, presidida por la Mezquita Mayor, fundada en la vida del Profeta Mahoma y, según la tradición, por su directa iniciativa, así como madrazas, hammams y caravansares de diferentes épocas, todo ello inserto en un conjunto urbano en que absolutamente todas las casas, sin excepción, permanecen fieles al antiguo estilo arquitectónico yemenita.

 

 

Esta ciudad fue declarada patrimonio de la humanidad y es, espero que perdure en el tiempo, una de las ciudades más bellas del mundo.  Por algo por ahí la llaman la fabulosa, la incomparable, la perla de Arabia. Está situada al pié del Djebel Nogum, un fértil valle de 2.350 metros de altitud. Fue una de las dos capitales del reino Sabeo. La ciudad que permaneció aislada en la meseta central durante más de 200 años, ha conservado una de sus características que son la de la edad media islámica. Sana´a es la capital política de la República del Yemen unificado y el feudo de los hombres del norte. La Puerta de Bab El-Yemen, Puerta del Sur, es la única puerta que queda para entrar a la ciudad vieja, que es un barrio extraordinario, que en la época del Imán se cerraba por la noche para impedir la entrada de los intrusos. Cruzando la puerta, está detenido el tiempo.

 

 

En esta ciudad está el zoco, el mercado más grande del Yemen. Se encuentra de todo, desde las especias desconocidas, los sacos de café, canela o arroz; el milh o mercado de la sal; calles estrechas con alfombras; rincones con anticuarios; calles con joyas de plata, de oro, con ámbar, con cascabeles; los géneros, sedas, brocatos coloridos o bordados que usan las mujeres en la intimidad; las djambias, esos puñales curvos tradicionales que usan todos los hombres desde la pubertad hasta la muerte, el que mucho más que un arma es un atributo simbólico del hombre. Sería hacerle una grave afrenta a quien lo lleva considerarlo como un cuchillo vulgar.  Las armas, siempre presentes en este mundo. Ellas representan la libertad de los hombres. Se llevan siempre y se ocupan en todo acontecimiento importante. Hay que correr pólvora, zarandearse en la danza de las djambias o alardear con cualquier arma para, naturalmente, celebrar hechos notables como un bautizo, un matrimonio, un rapto, la muerte…

 

 

 

La verticalidad caracteriza la arquitectura yemenita. Las casas son altas, son las casas-torre, los palacios-torres y están construidas con piedra en la base, con barro, con gauss, con cal, mientras que en los pisos superiores se usa el ladrillo más liviano unidos con gauss, mezclado con cal y paja triturada y tierra apisonada. Hay fachadas decoradas con cenefas, arabescos y filigranas. Las aberturas están pintadas de blanco, dicen algunos que es para que no entren los malos espíritus. Las ventanas confunden con su variedad de formas: medias lunas, ojos de buey, cuadradas, etc. Puertas talladas con cerraduras cinceladas. Los vitrales inundan las murallas y muchos vidrios son finos alabastros pulidos. Es que hay ventanas para la luz, ventanas para la vista, ventanas-celosía, ventanas torneras.  Las vidrieras semicirculares y de colores situadas sobre las ventanas, son más nuevas y su uso se generalizó recién en el siglo XVIII. Las edificaciones de rascacielos de barro son tan sorprendentes que los historiadores griegos las atribuyeron a seres sobrenaturales. El castillo de Gomdan, originalmente de 20 pisos, es considerado la fortaleza más antigua del mundo. En medio de las casas a veces se encuentran huertos, los Miqshamas, que son cultivados por la comunidad y pertenecen a Dios. El producto de las cosechas se destina al mantenimiento de las mezquitas.

 

 

Sana´a hay que visitarla de mañana, cuando las piedras tienen un color rosa. Hay que visitarla en la tarde, cuando las piedras blancas resaltan y los grises y ocres son variados.  Hay que visitarla al atardecer, con las luces del sol que se pierden, hay que visitarla de noche cuando la oscuridad pelea con las luces amarillentas en calles estrechas. Hay que vivir dentro de ella. Sana´a está ahí. Lejana en la historia y perenne hoy. Su vieja ciudad antigua comienza a vivir la modernidad del siglo XXI. Ya circulan los vehículos, las luces, los comercios.  Pero subsiste su historia, su encanto, su misterio. Las mujeres vestidas de largo negro parecen enlutadas por fuera, pero sus corazones y sus caras sólo se esconden. Esconden las sonrisas de dientes blancos y los ojos morenos a la vista de los extraños. Es así.  Circulan por esta ciudad en busca de sus alimentos que llevan a sus torres, revisan en estrechas calles los bordados de dorados sobre terciopelos brillantes que vestirán más allá de las murallas, visitan joyerías donde compran joyas que lucirán en privado. Los hombres con sus djambias amarradas a la cintura, establecen su masculinidad. Son las mujeres y hombres del Yemen. Nos acogen. Ellos son amables, amistosos, sonrientes. Ellas no nos hablan, no nos miran.  Se guardan celosamente tras sus vestimentas que pensamos eran tristes, pero que envuelven una historia, una tradición y respetamos.

 

 

Y somos los seres humanos del siglo XXI quienes debemos observar nuestro actuar, alertar nuestra sensibilidad, pensar la causa de nuestra alma temblorosa frente a esta ciudad misteriosa, producto del misterio de la historia, que nos entrega sólo placer cuando la visitamos, la miramos, la tratamos de conocer y de entender. Cuidémosla entre todos. Aquellos que hemos tenido la gran suerte de observarla, la guardamos en nuestra mente despierta y permanece como una foto de antaño traída al presente. Tenemos que agradecer haber hecho el esfuerzo. Esfuerzo que desapareció cuando deslumbrados llegamos a la vieja Sana´a y nuestra mente se iluminó y se encantó.

 

 

Hoy Yemen está en guerra.  Una guerra civil que se declaró en al año 2015, aunque sus orígenes inmediatos se remontan a la denominada “Primavera Arabe” del 2011. Reaparecieron aspiraciones separatistas y sobre todo, las luchas religiosas entre chiitas y sunitas. Sana´a, la añorada capital, es un centro importante del conflicto. Llegar a ella, por ahora, es imposible. De aquí este recuerdo compartido.

 

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