Tan pronto se levanten las restricciones por esta pandemia viral, partiremos a cualquier parte: “Aunque sea a tirar piedras con los niños al Arrayán”, como le escuché decir a alguien. Mientras tanto, yo conservo el sueño de regresar algún día a India, país que conocí cuando Swissair realizó el vuelo inaugural de Zurich a Nueva Delhi, donde estuve una semana: en estado de shock el primer día al constatar tanta pobreza. Sin embargo, en mi vuelo de regreso yo solo hubiese querido volver. Ahora a la distancia, con los viajes al exterior prácticamente suspendidos, pienso que bien se podría incentivar aquí más su gastronomía. Tantos restaurantes indios funcionaron en Santiago antes de la pandemia, que bien se los podría rescatar para crear, como existe en Nueva York, un Little India.

 

 

Guardo perfecto, entre mis recuerdos, el recorrido por el Triángulo dorado: el circuito clásico y destino favorito de todas las agencias de viajes que planifican sus tours al subcontinente. Tres puntos neurálgicos: Dehli, Agra y Jaipur en el norte, a los que le podríamos agregar la ciudad de Udaipur, la Venecia de India. Y si bien las fotos que yo conservo ya tienen un tinte casi sepia, los colores permanecen en mi fijos. Una salvedad: nadie que pretenda visitar India, intente recorrerla entera en un solo viaje. Además de fantástica, India figura como la séptima nación entre los países más extensos del planeta. Tan grande que la exitosa invasión de Alejandro Magno durante el siglo IV antes de Cristo -como la de los Hunos durante el siglo V después de Cristo, la de los musulmanes provenientes de Afganistán un siglo después del fallecimiento de Mahoma, y luego la de los Turcos- solo pudieron observar el norte del país y algunos sectores centrales, pero sin llegar al sur.

 

 

La presencia del Imperio Británico fue diferente, ganando mucho mayor cobertura territorial en India, para luego facilitar -en un proceso absolutamente complejo y desgarrador- la separación del territorio para una población india (con religión de mayoría musulmana) en Pakistan y una población de religión hindú mayoritaria en lo que es hoy India, con territorios bajo control de ambos países en Kashmir. Pero si ésta es una nota de viaje, ¿por qué yo escribo como si fuera historiadora, lo que no soy? Es que cuando uno visita India, se mimetiza con tanta maravilla. Su patrimonio histórico de 5.000 años es tan gigantesco que atrae como imán, independiente si uno fue (o no fue) buen alumno de historia. La dignidad de su gente, sus costumbres, celebraciones, sabiduría, capacidad de emprendimiento, diseños, gastronomía e ingeniería, riqueza y pobreza, entre tantas cosas, son valores que superan lo más evidente: sus palacios conmovedores que son de una espectacularidad más allá de lo simplemente descriptible.

 

 

Hace tres años en Chile, el libro de Alejandra Hales (Comino, una guía para comer y pasarla bien en Santiago), recomendaba tres restaurantes de comida india que eran polo de atración. Dos de ellos continúan hoy, aunque solo con delivery. El Majestic ­- con dos locales (Santiago Centro y Mall Alto Las Condes)- que ahora publicita solo uno en Presidente Kennedy lateral 5600. «Si se trataba de transportarse ´sin morir en el intento´, se decía, este era el lugar«. Y el Rishtedar, que hasta hoy funciona con dos locales. Holanda 160 y Vitacura 5461. Para sus seguidores, era “una suerte” contar con este tipo de local, dado que las especies intensas y diversas de la cocina india son difíciles de encontrar. Sin embargo, no tuvo esa misma suerte el Varanasi, en Paseo El Mañío 1632. Cerró. Aunque en Vitacura, otros hacen esfuerzos por subsistir. Con delivery continúa Saffron, en Nueva Costanera 3664, y el Soul of India (Vitacura 4111). Este último, un caso aparte. Aunque su dueño -Haresh Dharamdasany- lo cerró también, inauguró un sistema de distribución personal, trabajando solo con un chef y dos ayudantes que alojan, como en un hotel, dentro del mismo local. Por seguridad, explica él, para que nadie que maneje alimentos tenga contacto con el exterior. Haresh recibe los pedidos en su celular (+56 9 9887 9775) y distribuye a sus clientes en Vitacura él mismo sin costo. Su idea: que la gente pueda viajar a India a través de la gastronomía.

 

 

Por explorar aún queda un sinfín de restaurantes indios. En pleno centro: Swagat: Blas Cañas 473: Kohinoor, en Merced 830, frente a la Plaza de Armas; Donde Naresh, en Esmeralda 716; Taste of India, en Grajales 2106 frente a la Plaza Manuel Rodríguez; Restaurante Hindú, en Merced 571; Satka, en Vicuña Mackenna 1249; Gate of India, en San Pablo 1828; y el Bollyfood, en Moneda 3101. En Providencia: Ram Salaam, en Santa Isabel 0429; Raj, en Manuel Montt 1855; Curry & Kabab, en Gral. Holley 2368; Indian Box, en Santa Isabel 1265; Daawat Grill, en Seminario 118; Swad, en Av. Italia 1307; y Jewel of India, en Manuel Montt 1007. Más otros 3 en Ñuñoa: Himalaya (Irarrázaval 1920); Pardeshi Tadka, en José Manuel Infante 2683; y Namasté, en Fabriciano González Urzúa 5940.

 

 

Y es que reconocida a nivel mundial, la cocina india se encuentra en cualquier país. En Estados Unidos, la cadena Whole Foods la vende preparada en todos sus locales. Si usted anda cerca, pruebe el Chicken Masala o su famosa sopa de lentejas. Es como estar en Little India, ese barrio neoyorkino que podríamos imitar acá. No costaría tanto. Porque, de unidad, ya estamos aprendiendo algo. Creo…