Texto: Pablo Tironi

 

Al caminar por sus estrechas calles llenas de motos, peatones y autos -en ese orden- la vida parece correr peligro a cada paso. Pero, no. Si se camina despacio, nunca correr. Si se parece confiado, si se mira a los conductores a los ojos -todo ello para que puedan anticipar tus intenciones y no arrollarte- el tráfico resulta muy seguro. Así milagrosamente sobrevivimos 3 horas de caminar por las calles entre vendedores de todo tipo de artículos como parkas North Face a 20 dolares (más  falsas que Judas). Una laguna rodeada de los viejos edificios del francés colonial, ahora iluminada por el Tet, el año nuevo lunar, está a pasos de nuestro hotel. Pero, como el Damero no se usó en la Indochina, no existen las cuadras cuadradas y es fácil perderse sólo de girar la cabeza, sin haberse movido ni un metro del punto de partida.

 

 

La ciudad vieja, muy derruida. Su interés radica en la multitud que circula por ella. Las veredas, llenas de motos estacionadas, que no se pueden usar para caminar. Los pocos espacios libres están llenos de mesitas con gente comiendo caldos con fideos (el tradicional Phovietnamita), choclos asados y potajes de arroz con pollo, cerdo, pescado o quizás qué. Entretenido, interesante. Pero, no bonito. Mucho turista a pesar de la época del año y mucho frío. Poco se puede entender de la vida corriente en este país. La gente es simpática, amable y siempre sonriente, pero algo hace pensar que hay un “mar de fondo” tras la sonrisa perpetua. Es lo que nunca entendieron los militares estadounidenses en su trágica guerra.

 

 

La presencia del Partido Comunista es muy visible en las calles, a través de afiches y gigantografías ya que se celebra el doceavo Congreso del Partido. Pero, aparte del número 12 y el signo de la hoz y el martillo, no se entiende nada. Leí en el diario que en el Congreso resolvieron 7 materias importantes. Las dos primeras son que mantendrán al crecimiento económico entre 6,5 y 7 % anual hasta el 2020, y que combatirán la corrupción y el revisionismo. Nada novedoso como promesa política. Vietnam sigue el modelo chino de la economía -libre en apariencia- y en la política -ferreo control del partido a todo nivel de la sociedad, a través de los comités comunales, de cuadra, de la fábrica y de los medios decomunicación.

 

 

La comida -la común y corriente de la calle- no es muy llamativa ni sabrosa. Mucho arroz y fideos (de arroz, también), mezclados en potajes más o menos licuados con pollo, cerdo o pescado, generalmente fritos o rebozados. No es muy condimentada. Mucho gengibre, cilantro y cebollín. Hasta ahora nada extraordinario. El café, importante producto de exportación, muy malo. Leí que casi toda la produccion la compra Nestlé para sus instantáneos. Es la variedad de café Robusta que es muy “cundidora” y de sabor amargo. Fuimos al famoso espectáculo de las «marionetas del agua». Marionetas manejadas por medio de pértigas ocultas bajo el agua de una pileta que es el piso del escenario. Muy ingenuas las historias y los muñecos no trasmiten lo que habitualmente hacen las marionetas porque no mueven la boca ni articulan las manos. Interesante, pero no sorprendente.

 

 

Viajamos por tres días a Halong Bay, el ícono del turismo en Vietnam. Cuatro horas en auto por un camino de sólo dos vías que atraviesa tantas ciudades, pueblos o villorios que está permanentemente alineado de construcciones – vulcanización, reparación de motos, cocinerias y comercio de todo tipo- desperdicios y basura. Son 170 km que se hacen interminables. Halong Bay es una formacion de islotes de piedra caliza («limestone») que emergen del mar en una inmensa bahia. Decenas, sino cientos de barcos turisticos los recorren casi en una fila interminable. Es como andar en los canales del sur de Chile, pero con mucho mas tráfico, más intervencion humana y mucha máscontaminación.

 

 

 

Dedicamos un dia a recorrer los hitos urbanos de Hanoi. La catedral católica (siempre cerrada), la prision -francesa en la guerra colonial y para prisioneros americanos en la ultima guerra- es muy interesante. Constituye parte del esfuerzo propagandístico para mostrar que las heridas de guerra ya fueron sanadas. El mausoleo del viejo tio Ho Chi Min, la estacion de ferrocarril, el Templo de la Literatura -una universidad de los tiempos medievales- y templos budistas muy modestos.

 

 

Desde Hanoi volamos a Hoi An, una ciudad pequeña cerca de Danang que es un gran puerto comercial y en pleno desarrollo del turismo en sus playas. Grandes condominios en construcción para la elite, que contrasta con la historia de ser el lugar de desembarco de las primeras tropas de combate norteamericanas que tocaron tierra en la costa de Vietnam sin disparar un solo tiro ni ser bombardeadas por los norvietnamitas, a pesar de lo que se cree al ver las imágenes de la televisión de esos años en que los soldados norteamericanos aparecen heroicamente en un desembarco al estilo Hollywood como el día D en Normandía. Hoi An, una joyita de ciudad al borde de un rio, pero que el turismo ha convertido en un comodity. Tiendecitas de «artesanias» y restaurantes parecido a Panajachel, o Antigua en Guatemala, Cartagena enColombia y mucho menos que Cuzco en Perú. Pero, vale la pena.

 

 

Desde Hoy An viajamos en auto unos 150 km a Hue, la capital del país durante la dinastia Nguyen (1802-1945). Otras 4 horas a 40 km por hora por un camino de montaña y valles de arrozales que atravieza lo que fue la DMZ (la zona desmilitarizada que definía la frontera entre Norvietnam y Vietnam del Sur, establecida por el acuerdo de Ginebra al término de la ocupación francesa. En Hue estuvimos solo una tarde, así que solo alcanzamos a conocer el Palacio Real. Como todo aquí, muy modesto comparado con el de Tokio, Nara o Beijing. Hay mucho más por descubrir en la historia de Vietnam si se escarba detrás de la sonrisa de sus habitantes. Es un país inventado muy recientemente. Nunca, hasta el triunfo de la guerra de liberacion nacional, fue una unidad. Ni antes ni durante el dominio francés, ni menos durante la guerra fria. Hoy el gobierno hace inmensos esfuerzos por construir una historia oficial unificadora que resulta algo tosca y difícil de tragar. No debe ser fácil tener frontera con China y haber recibido por siglos su influencia y sus migraciones. También permite entender la guerra de Vietnam en el contexto de la pugna Sino-Sovietica de los años 60.

 

 

HO CHI MIN (Ex Saigón)

En Ho Chi Min City, desde la pieza de hotel con una ventana a la costanera del río Saigón, vemos la esquina con la antigua Rue Catinat -hoy Hai Ba Trung– donde vivió Mr. Pyle, el corresponsal americano protagonista de El Americano Impasible, la famosa novela de Graham Green que ocurre aquí en los años de la colonización francesa. En la medida que viajamos hacia el sur, desde Danang, Hoi An, Hue, y especialmente Saigón, el contraste se va haciendo más notable, como si fueran dos países distintos. Al norte: pobre, frío, desordenado, sucio. Y hacia el sur: caluroso, más ordenado, más limpio, más amplio. Con todo, menos amable. Las 20 cuadras del centro contrastan con Hanoi con sus inmensas tiendas de las mejores marcas, bancos, Starbucks y demás. Saliendo hacia el norte, tan feo como los arrabales de Santiago o cualquier ciudad de nuestro continente. Una mezcla entre Conchalí, Lampa o La Pintana, solo que con más motos y menos autos. Con todo, a diferencia de Hanoi, aquí la proporción de autos y motos se tiende a equilibrar, hay semáforos y se respetan. La famosa influencia francesa se nota solo en algunos edificios emblemáticos del centro y sus alrededores. La ópera, el ayuntamiento, la catedral, la oficina de correos y pocos más. Mal que mal, los franceses estuvieron apenas 70 años como colonizadores de esta parte del mundo.

 

 

En Ho Chi Min City celebramos año nuevo chino. Desde la mañana miles de familias, jóvenes y viejos paseando y sacándose fotos en sus mejores y coloridos trajes en una avenida arreglada con millones de flores, amarillas y rojas, los colores nacionales y de la buena ventura. Dormimos siesta para estar descansado para el carrete de Año Nuevo de esa noche: mala inversión. Hacia las 6 de la tarde, ya oscureciendo, cerraron todas las calles del centro y comenzó a llegar la gente, a pié o en moto para ver los fuegos artificiales de medianoche. Nosotros salimos del hotel como a las 8 pm, paseamos entre la gente, nos tomamos una cerveza y comimos fideos con cerdo. La comida sigue siendo insulsa. Nuestro hotel estaba exáctamente en el centro de la acción. Volvimos a descansar y bajamos a la calle como a las 11:30 de la noche. Miles, miles de personas en las calles, sentadas en el suelo, sin alboroto, conversando y tomando gaseosas y agua. Nadie una cerveza. A las 11:50 se pararon todos, y a la medianoche en punto comenzaron los fuegos de artificio. Nadie contó 10;9;8;7… 3;2;1. Pocas veces exclamaciones de ¡oh!, ¡ah! Nadie se abrazó, nadie gritó Feliz Año, en realidad nadie hizo nada más que mirar hacia el otro lado del río donde salían los cuetes. A los 15 minutos se terminaron, e instantáneamente todos para la casa. No es menor, miles de personas y motos formaban una marea humana impresionante por las calles y avenidas. Yo la seguí una buena distancia por si pasaba algo emocionante. Pero, nada. Mis compañeras de viaje cruzaron al hotel por una cerveza, pero todo ya estaba cerrado. A la 1 am ya no quedaba nadie en las calles y, lo más increíble, estaban limpias y ordenadas.

 

 

En la víspera del Año Nuevo, los caminos y calles de los pueblos y ciudades Vietnam son un bosque en movimiento. Buena parte de los miles de vietnamitas que circulan en sus motos llevan atrás, amarrado como pueden, adelante, entre las piernas o en sus manos, un árbol de mandarinas cargado de frutos, un árbol o una rama de cerezo con brotes y flores, o un paquete de flores, la mayoría de las veces crisantemos amarillos. Es un espectáculo impresionante que coincide con la fecha de los carnavales en todo el mundo, con la primera luna nueva después del solsticio de invierno y que la iglesia Católica aprovechó para fijar su celebración más emblemática: la crucificción de Cristo 40 días después. Vale la pena dedicarle un tiempo al tema de la guerra visitando el Museo de los Remanentes (Remnants) de la Guerra y Cu Chi, una zona campesina a unos 50 km al norte de Ho Chi Min, zona que fue dominada por la guerrilla del Vietcong y  arrasada por las bombas y fuerzas americanas, y donde los lugareños ya sabían vivir en túneles bajo tierra para sobrevivir y para guerrear. El museo tiene una colección de fotos de corresponsales de guerra de USA, Japón, Francia, España y Vietnam que es realmente impresionante. Difícil entender como los americanos pudieron causar tanto sufrimiento, muerte y destrucción en un lugar y a un pueblo tan pobre de campesinos que sobrevivían con las herramientas y artes más rudimentarias, mil veces invadidos por los chinos, los cambodianos o los franceses. Imaginarse a los políticos en Washington o a los oficiales en Saigón, o los rubios reclutas de 18 años en el frente, tomar decisiones de vida o muerte sobre un pueblo del que desconocen su idioma y las diferencias culturales de sus 54 etnias. Sobre ellos, dispersar millones de toneladas de bombas y de químicos como el napalm o el “agente naranja” que defolió y mató miles de hectáreas de bosques para que los «guerrilleros no tuvieran donde esconderse».

 

 

Rememoré en las fotos los actos de solidaridad con Vietnam en todo el mundo de los que recuerdo haber participado en Chile, y leí las condenas a la acción inmoral del gobierno norteamericano de las grandes personalidades de entonces como Bertrand Russel y otros intelectuales incluso en Estados Unidos. Uno que vivió su juventud en esa época -especialmente yo que viví en USA en el año del inicio de la intervención americana- sufrí un fuerte impacto en el museo de Saigón y los túneles de Cu Chi. Hoy todo está morigerado para favorecer el turismo, la unidad nacional y la alianza económica y militar con Estados Unidos. Sin embargo, las imágenes sobrepasan todos los textos y contextos en que las quieran colocar.

 

 

La visita al museo y a Cu Chi, y la visita a la ciudad de My To para conocer algunos aspectos de la vida en el delta del Mekong, nos permitió también ver mejor la ciudad de Saigón. Me quedó la impresión de que es más que Santiago, a pesar de su distribución urbana de calles estrechas y llenas, alineadas de comercio, vulcanizaciones y talleres de moto o cocinerías. Para nosotros es difícil moverse, ubicarse y mirar. Siempre hay que estar mirando el suelo para no tropezar, o las motos para no ser arrollado. Pero, hay una suerte de homogeneidad que, en promedio, se ve de un estándar similar al chileno. Pienso en la «belleza» urbana de Parral, Rengo, La Calera, Curicó, Huasco, Vallenar, Copiapó. Y si la comparo con lo que he visto ayer y hoy en Vietnam, estamos más atrasados.