Viajero y lector empedernido, Pablo Tironi mira Eurasia Occidental desde una perspectiva diferente para tratar de entender esta nueva potencia geopolítica.

 

Entre Moscú y San Petersburgo está la ciudad de Veliky Novgorod -Gran Nueva Ciudad en ruso- que no se debe confundir con Nizhny Novgorod, la ciudad capital rusa más antigua- en ambas márgenes del río Volkhov. En el sitio de la fundación hay una roca con una inscripción en ruso antiguo que señala que el fundador fue Rurick, de acuerdo a un cronista de la época, un tal Radziwill: mi tataratataratatara tío. Radziwill es una familia de origen lituano-polaca que llegó a ser muy rica e influyente en la política de esta región, tanto que obtuvieron el título de príncipes del Sacro Imperio Romano. Uno de los actuales herederos de esta familia es Jan Stanisław Albrycht Radziwiłł, mi primo, nacido en 1947 e hijo de Stanisław Albrecht Radziwiłł de su segundo matrimonio con Grace Kolin Tironi, prima hermana de mi padre.

 

 

UN SIRIO ARQUEOLOGICO PRIVILEGIADO

Aparte de este encuentro con las «raíces», Novrogod no tiene atractivos turísticos muy especiales, pero en todo lugar es posible encontrar puntos de interés y, desde ya, es una gran experiencia vivir un par de días en una ciudad pequeña -unos 250.000 habitantes- que se redujo a solo 30, sí, 30, en la Gran Guerra Patriótica. Novrogod es un sitio arqueológico importante de Rusia. Su terreno pantanoso ha permitido conservar muchos restos (bajo el agua sin el oxígeno del que viven los hongos y bacterias que los descomponen) de los primeros habitantes desde los 12.000 años AC hasta la Edad Media. Su Kremlin tiene un museo arqueológico e histórico que contiene una de las mayores colecciones de íconos religiosos ortodoxos. En su universidad hay un centro donde se restauran frescos de iglesias medievales que fueron hecho añicos por las fuerzas de ocupación nazi. Tamizando los restos de los templos separan millones de piezas que ordenan a mano para reconstruir imágenes centenarias. Ese sí que es un puzzle difícil.

 

 

RELIGION Y REFLEXION

Yo no tenía conocimiento alguno de la religión católica ortodoxa y ésta fue una oportunidad inigualable para lograr un pequeño barniz. Solo un par de curiosidades para entender que, a pesar de las similitudes con la religión católica romana, el cisma es profundo e irreversible. Los católicos romanos centran su teología y escatología en dos hechos clave: el nacimiento de Cristo y su crucifixión. Los ortodoxos en la resurrección. De hecho, su fiesta religiosa más importante no es ni la Navidad ni la crucifixión sino la Pascua de Resurrección. A pesar de que una cruz corona las cúpulas de todos sus templos, Cristo crucificado no es el centro de su iconografía. Así tampoco sería el sufrimiento el único camino de salvación como parecen habernos enseñado a nosotros. Ello a pesar de ser, el ruso, un pueblo que ha sufrido tanto ya, que merecería demás la vida eterna.

 

 

Las iglesias ortodoxas no tienen representaciones tridimensionales de las figuras sagradas; no hay figuras estatuarias o esculpidas sino sólo iconos planos. Ello porque para los católicos ortodoxos los santos son solo espíritu, almas en espera del juicio final donde solo cuenta el bien realizado en la tierra. Las catedrales ortodoxas son abundantes e imponentes por fuera con sus cúpulas enhiestas, coloridas y brillantes. Sin embargo, su interior es pequeño, oscuro y recargado de imágenes del piso al cielo. Su interior pareciera no invitar al sobrecogimiento de los fieles por la grandiosidad que logran las iglesias romanas sino su  recogimiento individual; no son para muchedumbres. Esto, lógicamente, comienza a cambiar en Rusia a partir de la época de los zares en el siglo XVIII que tratan de incorporar la arquitectura francesa e italiana en todo lo que construyen, incluidas las catedrales, especialmente en San Petersburgo.

 

 

LA SUERTE DE LOS AVENTUREROS

Unas tres horas en auto demoramos entre  Velinky Novgorod y San Petersburgo o SP (como LA o NY- o Leningrado o Petrogrado – como quiera se le llame según su dueño temporal). Tres horas para transitar desde el pasado simple de la Rusia pre imperial hasta el centro del Imperio Zarista. Por una carretera buena, viaja con nosotros una interminable fila de camiones que circulan entre Moscú y el principal puerto de Rusia. En el trayecto, cruza una zona pantanosa, llena de riachuelos de corrientes lentas y lagunas. No se ve agricultura. Los bosques de pinos y abedules son abundantes pero no tan impresionante como los que se ven a lo largo de la costa del Báltico. Tuvimos la suerte de llegar  a SP un día 26 de mayo en que se celebraban los 315 años de la fundación de la ciudad con un concierto de cantantes líricos que interpretaron arias de óperas, acompañados por una inmensa orquesta sinfónica y coros en la plaza principal delante del Hermitage. Sentados en el suelo nos pellizcábamos para asegurarnos que fuera real. San Petersburgo es notablemente parecida a la Amsterdam en que Pedro el Grande se inspiró. Pero, aquí el caudaloso río Neva corta la respiración. Con 1,5 km de ancho, está enmarcado por los grandes palacios de los zares y de las cortes que los rodeaban. En esta época del año los sanpeterburgueses celebran toda la noche paseando por las calles, los bares y cafés ya que prácticamente no oscurece: son sus famosas noches blancas.

 

 

SP es notablemente distinto a Moscú. No solo su arquitectura sino su estilo y el ánimo de su gente. Son como dos Rusias diferentes de las muchas que debe haber. Más desordenada, menos pulcra, calles llenas de gente -incluyendo turistas de todo el mundo- y tiendas con vitrinas arregladas y bien iluminadas. Entre los principales íconos urbanos detacan la catedral de la Sangre Derramada, erigida en el sitio donde Alejandro III fue asesinado por anarquistas anti monárquicos a fines del siglo XVIII, que tiene una imagen de Cristo adolescente en una de sus cúpulas. Aquí las iglesias ortodoxas tradicionales son reemplazadas por un estilo que, como todo, trata de imitar a las grandes catedrales de Europa occidental. Los espacios cerrados de las primeras se abren en grandes naves que terminan en cúpulas que sobrecogen por su altura y sus íconos. En la iglesia de San Pablo, en la fortaleza homónima, sobrecogen los sarcófagos  de los zares y sus familias incluido el Zar Nicolás II que fue canonizado recientemente, en la época post soviética, como mártir de la fe ortodoxa. El único que falta es su hijo Nicolas Nicolasevich, que habría llegado a ser Nicolas III si no lo asesinan con su padre y toda la familia durante la revolución bolchevique. Este Nicolas no ha podido ser sepultado aún junto a sus tres hermanas por que sus restos destruidos no han sido definitivamente identificados. En el Hermitage, el Palacio de Invierno de los zares en SP, dicen que ver toda la colección deteniéndose 2 minutos frente a cada obra demoraría como 3 años. Las obras mismas no impresionan, pero la arquitectura del palacio es una obra de arte en sí misma. Pero si impresionan los palacios de invierno de la ciudad. Ellos quedan chicos frente al lujo desatado de los palacios de verano a orillas del mar, el Peterhoff y el Palacio de Catalina en la localidad de Pushkin.  El primero tiene las fuentes de agua más sorprendentes y el segundo, salones que llegan a ser lujuriosos con sus muros rococó enchapados en ámbar, seda, espejos, maderas talladas o pan de oro.  Las olas de turistas, especialmente orientales, hacen difícil la visita.

 

 

NO DECEPCIONARSE

SP deja un cierto sabor de decepción comparado con Moscú. Quizás porque SP y su vida vertiginosa no se diferencia mucho con lo que se puede ver en la otra Europa, la no ortodoxa o porque después de un tiempo la historia rusa -con los Pedro, las Catalina, Isabel, Pablo, los Alejandros y Nicolas- se va haciendo repetitiva. Lo que no cansa de doler es la tragedia del pueblo ruso ya sea en Moscú o Leningrado. Aquí, en San Petersburgo, la ciudad estuvo sitiada durante tres años por el ejército nazi. La única vía de suministro para los cinco millones de habitantes en 1941 era el camino sobre un lago congelado por el lado oriental de la ciudad que la Luftwaffe bombardeaba regularmente para quebrar el hielo e impedir el paso. Los ciudadanos morían en masa. Sin alimento, sin calefacción con temperaturas de -30 grados y sin esperanzas, tenían que conformarse con una ración de 125 gramos de pan por día. Los cadáveres se acumulaban en fosas comunes bajo lo que hoy son los parques de la ciudad que pasaron a ser lugares casi sagrados. Cuentan que no quedó ni un perro ni gato en la ciudad, excepto los que vivían en los sótanos del Hermitage que aún se conservan como descendientes de los que sobrevivieron. Y así, el gato se convirtió en el símbolo de la ciudad.

 

 

LAS REPUBLICAS BALTICAS: CON “B” DE BALCANES

Seis horas toma viajar en bus desde San Petersburgo a Tallin, la capital de Estonia, en la margen sur del Golfo de Finlandia, directamente al sur de Helsinki. Desde el segundo piso de un bus comodísimo pudimos apreciar el paisaje interminable de bosques con pinos rojos, rectos como flechas, mezclados con abedules de cortezas blancas. Tallin es una pequeña ciudad -capital de Estonia, con apenas 300.000 habitantes y un 10% de población de origen rusa- construída en dos terrazas, cosa extraña en una zona tan plana. La ciudad no impresiona demasiado por su arquitectura ni sus monumentos. Pero, entramos en una región –el de las naciones bálticas- con contrastes y similitudes culturales e históricas que llaman la atención y que no pudieron ser aplanadas ni por el imperio ruso, nazi ni soviético. Por el norte, Estonia, con fuerte influencia finesa, es una nación eminentemente atea o agnóstica. No se ven catedrales ortodoxas sino unas pocas iglesias protestantes de la decaída influencia alemana. Hacia el sur, en Letonia -cuyo verdadero nombre es Latvia- y más aún en Lituania,  más al sur, aumenta la influencia Lutero alemana, lo que debe haber desgarrado a su población cuando fueron invadidas por los nazis al comienzo de la II Guerra Mundial.

 

 

Su idioma, el estonio, de la familia del finlandés y supuestamente de origen centroeuropeo, no tiene nada en común ni con el ruso, ni con el letón, ni estos con el lituano que hablan sus vecinos al este y sur. En otras palabras, en un territorio que no supera la superficie de las regiones entre Santiago y La Araucanía en Chile, hay tres religiones, cuatro idiomas sin nada en común y una población mixta de origen local mezclada con la de origen ruso, que se han visto con desconfianza e incluso con odiosidad por causa del imperialismo ruso o soviético que los ha dominado por más de tres siglos, y con los de origen polaco y alemán que fueron también algo cómplices con el dominio nazi. Esta situación no es muy diferente a lo que ocurre en Ucrania y que ha derivado en una guerra civil entre la población eminentemente rusa en el este y más germanófila (o austro húngara) en el oeste. Ni tampoco diferente a lo que ocurre en los Balcanes con una población eslava rusófila en Serbia, poblaciones cristianas en Croacia y musulmanas en Bosnia. En todas estas partes, basta una chispa -como que la población de raíces rusas sea discriminada- para que la nación rusa, en su conjunto y con su inmenso poder militar, salga en su defensa. El mundo no es tan simple como parece. Y resulta que los países bálticos le deben tanto a los rusos como a los alemanes. Los primeros los liberaron de la tiranía zarista mediante la revolución bolchevique que les dio su independencia en 1918. Los nazis fueron recibidos como salvadores después que expulsaron a las tropas soviéticas que habían invadido sus países al inicio de la II Guerra y los soviéticos, después, como salvadores de la tiranía nazi al finalizar la guerra. En estricto rigor, estos países tuvieron dos guerras de independencias, ambas incruentas, en menos de un siglo; en 1918 y en 1991.

 

 

LA FUERZA DE LA MUSICA

Pero hay algo curioso que une a los pueblos bálticos. Su gusto por el canto y los coros. Cada cinco años, al inicio del verano, se realiza en Tallin un festival de coros en un escenario para 30 mil voces que cantan al unísono canciones tradicionales y populares. Es común en la ciudad que un coro, más pequeño o más grande, cante en la escalinata de cualquier edificio por el solo placer de hacerlo y ser escuchado. De hecho tanto los estonios como letones y lituanos consideran que su arma más poderosa para conseguir su segunda independencia en 1991 fue la música. Que ellos, cantando en «do», pusieron el pecho a las fuerzan militares soviéticas que no se atrevieron a reprimirlos.  No sé si será un mito, pero aquí es tan mencionado como «el dedo de Lagos» en Chile. Lindas ciudades las bálticas Tallin y Riga. Pequeñas y ordenadas. Ellos dicen que sus mujeres son las más lindas del mundo, de lo que discrepo. Son más bajas, hay menos rubias y, sobretodo, son más regorditas, especialmente en sus mejillas, que las mujeres rusas y se puede distinguir con bastante facilidad cuales son de origen báltico y cuáles son de raíces rusas con solo mirarlas en la calle. Un nuevo motivo de tensión «racial».

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