La antigua ciudad italiana, cuna de poderosos duks, osados mercaderes y aguerridos conquistadores, permanece hermosa, extravagante e impertérrita, desafiando las voces agoreras.

 

Texto y fotografías: Celeste Ruiz de Gamboa

 

Domingo al mediodía. Salimos del hotel y cruzamos el primer puentecito. Nos adentramos en un callejón angosto con sorprendentes tiendecitas a cada lado: máscaras, disfraces, antigüedades, oropeles, cueros, sedas, encajes. El antiguo mundo de Marco Polo nos envuelve. En cada vitrina misteriosas modelos vestidas en terciopelo, raso, tafetán… en otras relucen delicadas figuras de cristal de Murano. Cada callejuela desemboca en otra tan estrecha y sorprendente como la anterior. Otro puente, construcciones vetustas y un nudo de calles angostas. De pronto terminamos en un portal con inmensas columnas en las que reluce el mármol pálido y frio. Miramos con mi esposo y no podíamos creerlo: La basílica de San Marcos se alzaba reluciente e imponente ante nuestros ojos.

 

 

Nos acercamos de a poco, mezclándonos con los centenares de turistas, temiendo que sólo fuera un espejismo creado por el cansancio. Habíamos volado un día completo; con el reloj alterado, nuestro organismo no sabía si comer o dormir. Pero era verdad, estábamos en el corazón de la hermosa Venecia y ahí estaba brillando al sol: la más extraordinaria de las catedrales. Los detalles se aprecian de a poco: refulgen los leones alados, símbolo de la ciudad. Hay varios ángeles también con alas de oro. Las cúpulas de madera, son varias, de diversos portes. Equilibrándose, corona la catedral la figura de San Marcos en actitud de bendecir la ciudad. Más abajo, una cuádriga de briosos caballos.

 

 

LA BASILICA DE LOS MOSAICOS

Ya el año 828, venecianos rescataron en Constantinopla los restos de San Marcos, salvándolos de la profanación. Lo llevaron por mar a Venecia, donde lo sepultaron y, para venerarlo, construyeron la primera iglesia. En el 900, gran parte de ese edificio se incendió durante una insurrección popular contra el Dux Candiano IV. Poco después, otro dux, Pietro Orseolo I, el Santo, la restauró. Finalmente, en 1063, se iniciaron los trabajos para erigir una iglesia mucho más grande y fastuosa que la anterior, tomando como modelo la Basílica de los Doce Apóstoles de Constantinopla. En 1094 el cuerpo de San Marcos fue depositado en una urna de mármol en el centro de la cripta bajo el altar mayor del presbiterio, consagrando así la Basílica. A lo largo de los siglos, decorada con mosaicos, piedras preciosas y oro, se convirtió en el centro de la vida veneciana. En ella duxes y papas celebraron ceremonias y festejaron triunfos. Y también lloraron sus dolores, como en 1792, cuando la República de Venecia, con su especial forma de gobierno, una especie de monarquía electiva de duxes, vio el término de su independencia.

 

 

Los venecianos, con su poderosa flota marítima dominaron el comercio mediterráneo. Conquistaron mundos antiguos y fueron dueños de los mares por siglos. Fervientes católicos, los mercaderes retornaron de sus viajes cargados de oro, joyas, tapices y maravillas para reverenciar su santo. La Iglesia está revestida en oro y decorada con mosaicos bizantinos. Cuando los cristianos tomaron Constantinopla, en 1204, los venecianos se apoderaron de preciosos mármoles orientales, de columnas y capiteles, de losas bizantinas y obtuvieron rico material para el revestimiento de las tres fachadas. Visitamos la basílica muchas veces y siempre nos sorprendimos con su atrabiliaria y desordenada belleza: al comienzo del día, cuando cruzábamos la plaza rumbo a los embarcadores. Al mediodía, buscando sombra y un refresco para sobrellevar el calor de agosto. En los portales  que rodean la basílica se mantienen antiquísimos restaurantes, con mesitas de madera y cubiertas de mármol, donde atienden mozos vestidos de etiqueta. Conjuntos de músicos interpretan melodías bastante alejadas de la música italiana. En la tarde, para contemplar la puesta de sol.

 

 

CANALES CON NOMBRE

En cada rincón de la ciudad hay un bullente hervidero de turistas que quieren verlo y disfrutarlo todo. Las iglesias, impresionantes, imponentes, acogen obras de maestros como Tintoretto y Bellini. Las tiendas más exclusivas surgen en los laberintos de callejuelas. En la red de pequeños canales, todos rotulados con grandes carteles, se cruzan las góndolas con los taxis acuáticos -hermosas lanchas revestidas de madera- y lanchones que permiten que la ciudad funcione: basureros, proveedores, policías… es una ciudad que funciona como cualquier otra… pero con mucho esfuerzo. Venecia es agua, es magia, es incongruencia. La vida se desarrolla en las añosas mansiones que bordean el Gran Canal, en maravillosos palacios y construcciones que milagrosamente se equilibran sobre  el agua. La gente camina, cruza puentes, ¡pasea mascotas! Al precioso Casino se llega en taxi acuático. También a los museos, a la universidad, a la policía y a los hospitales. Las iglesias, decenas de ellas, tienen embarcaderos. Para ir de un punto a otro se toman vaporettos que venecianos y turistas abordan en paraderos, igual que si fueran buses… pero en el agua. Y para enamorarse y soñar, se recuestan en las estilizadas góndolas.

 

 

Disfrutamos descubriendo la orgullosa y misteriosa Venecia. Pero, además,  fue nuestro punto de encuentro para iniciar otro viaje: un crucero por diversas islas, cada cual con su propio encanto. Abordamos el Veendam, de Holland America y fue nuestro hogar por 12 días. Desde el inmenso crucero, en el atardecer, miramos por última vez a Venecia. Un recuerdo inolvidable.

 

 

Despidiéndonos de Venecia, en panorámica tomada desde el crucero Veendam.