La valiente y audaz travesía que, a sus 36 años, realizó la periodista Paulina Pelayo: uno de los viajes ferroviarios más míticos del mundo.

 

Texto y fotografías: Paulina Pelayo

 

Pensar en Siberia es evocar un destino casi impenetrable, un paisaje blanco, frío y ajeno al que sólo tenemos acceso a través de novelas, películas de trama oscura y tal vez alguna noticia sobre las aventuras de Putin que nos llega desde Rusia. Por eso, cuando me planteé la posibilidad de hacer el Transiberiano (sola, con una mochila al hombro y en un invernal noviembre), la idea parecía un poco loca.  Mi destino era China. Tenía tiempo y me gusta viajar en tren, por lo que hacer el trayecto de Moscú a Beijing a través de una de las tres rutas disponibles era una opción muy atractiva.

 

 

El Transiberiano es la red ferroviaria más larga del mundo. Inaugurada en 1904, el ramal original sale desde Moscú y conecta con Vladivostok, un punto estratégico para la Rusia zarista y el mayor puerto del océano Pacífico al día de hoy. Con el tiempo se agregaron los ramales Transmanchuriano y el Transmongoliano, ambos con salida desde Moscú y llegada a Beijing.  Si bien éste último es el más turístico, el Trasiberiano (como se denomina normalmente a cualquiera de los tres ramales) no deja de ser un medio de transporte para rusos, uzbekos, kazajos, kirguisos, tayikos y otras nacionalidades improbables (además de mongoles y chinos) con bajo presupuesto para moverse en avión hasta China, o bien para quienes se dirigen a destinos sin otro servicio que el tren. Y el hecho de convivir con compañeros de viaje sacados de una película le dio a la travesía una dosis de diversión y aprehensión….

 

 

Mi aventura en el Transmongoliano empezó en Moscú y tras cuatro días de viaje con pequeñas paradas para tomar aire, hice mi primera parada en Irkutsk (y me salté otra típica parada que es Novosibirsk). Se dice de esta ciudad, fundada a mediados del siglo XVII, que es la capital de Siberia porque fue, y sigue siendo, importante centro económico, político, militar y religoso. Con un pasado de habitantes ricos e intelectuales, la ciudad mantiene un aire que mezcla el esplendor de su historia con una arquitectura tradicional rusa bien mantenida, y la decadencia de un far west que ha ido perdiendo influencia. Sin embargo, sigue siendo un atractivo que permite conocer la vida en Siberia.

 

 

Uno de los principales atractivos de Irkutsk es su cercanía con el lago Baikal, que con sus 1.680 metros de profundidad es la reserva de agua dulce más grande del mundo y al que se puede llegar en un bus que sale de la estación. Aunque no me aventuré tanto, recomiendan visitar la isla de Oljón donde se ofrecen paseos y tratamientos de salud en base a golpes con ramas (o eso es lo que entendí).

 

 

Tras un par de días en Irkutsk (hay que recordar que el tren pasa cada cuatro días), mi siguiente destino fue Ulan Bator, la capital de Mongolia.  Por esta ciudad circulan micros con publicidad de detergente pintada a mano. Personas en la calle ofrecen sus teléfonos fijos instalados en la calle para llamar como si fueran públicos. Si levantas la mano como llamando un taxi, se detiene cualquier auto ofreciendo llevarte donde le digas. Calles principales sin asfaltar. Edificios sin numeración (mi hostel, según Lonely Planet, estaba ubicado en el edifico naranjo que esta detrás del banco que está al frente de la bencinera de la calle X). Elegantes rejas doradas de edificios públicos que por el revés mostraban ser de plástico y con carteles pegados con scotch. Menos 30 grados. Todo en Ulan Bator es diferente, divertido y un poco surrealista. La imagen de Gengis Kahn es todavía omnipresente y no sorprende cuando se está ahí, ves a estos galos y mides realmente la odisea de un guerrero que llegó a dominar la poderosísima China de su época. Por esos días inauguraban el Genghis Kahn Statute Complex, una especie de centro de convenciones a 50 kilómetros de la ciudad (y en el medio de la nada), cuyo principal atractivo es una estatua del héroe de 40 metros por la que se puede subir para tener una vista panorámica desde su cuello.

 

 

Otra de las atracciones principales es visitar sus preciosos monasterios budistas, una estatua de Buda de casi 25 metros, la plaza Sukhbaatar, el Parlamento y su palacio de invierno. También visitar (y alojar) con los nómadas que viven en las montañas y que por una suma que ahora no recuerdo, te reciben en sus yurtas, comparten su comida y hasta te piden ayuda para limpiar los intestinos del caballo que estaban deshollando y troceando en el jardín, como fue mi caso.

 

 

De vuelta en la ciudad y lista para mi último destino, tomé el tren con destino a Beijing. La madrugada oscura, nevada y silenciosa de camino a la estación es una de las escenas más maravillosas que guarda mi memoria. Así también el amanecer ya en el tren. La hora en que la nieve se tiñe con el naranjo del cielo y el horizonte se confunde, y no se distingue el cielo de la tierra es una imagen poética. El silencio maravillado de todos en el tren paraba los pelos. La llegada entre las montañas chinas es un espectáculo y la primera vez que pude asomar la cabeza sin perderla por congelamiento. China en tren lo dejo para otro capítulo.

 

 

DATOS PRACTICOS PARA QUIENES SE ENTUSIASMEN EN ESTA AVENTURA
  • Existe una guía Lonely Planet del Transiberiano que es un gran apoyo. Aunque es muy difícil de encontrar y es mejor encargarla.
  • Si se va solo o en pareja, mi recomendación es hacer como lo hice yo: por seguridad empezar en tercera clase, donde se está acompañado en todo momento. Si bien algunos de mis compañeros parecían salidos de una película de la mafia rusa y nadie hablaba inglés, también me adoptó un guardaespaldas kazajo con dientes de oro que, de manera muy poco invasiva, estuvo preocupado de mi los primeros cuatro días.

 

 

  • En el trayecto (en las bajadas) conoces algún otro turista en tu misma situación, con quienes pueden comparar tickets en cabina para el resto de los trayectos.
  • Hay agua caliente de manera permanente, por lo que es bueno andar con té y las Maruchan son una buena solución en los trayectos largos, en los que tal vez no haya oportunidad de comer comida, no snacks. Las paradas son muy cortas y en el coche comedor tampoco está muy bien abastecido.
  • Llevar libros.
  • Sin paradas, el trayecto dura una semana. Con dos paradas, como lo hice yo, tardé dos.
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