Para conocer Brasil, no hay que ir al carnaval; para vivir Brasil, hay que ir al Carnaval.

 

Texto y fotografías: Pablo Tironi

 

La tristeza no tiene fin, la felicidad sí.

(A. C. Jobim)

 

Durante los 5 días de carnaval, todo Brasil está dedicado a la fiesta popular más grande del mundo mientras museos, iglesias, oficinas y comercio están cerrados. Las calles amanecen vacías. Pero, hacia media tarde -y por cuatro días- comienzan a vibrar al son de los blocos, grupos de percusión, que circulan por sus calles al sonido de tambores y trompetas que siguen a otros grupos de bailarines y bailarinas vestidos con elaborados trajes de vistosos colores y transeúntes que se apiñan detrás, disfrazados de las más increíbles maneras, contagiados del éxtasis que impone el ritmo y el esfuerzo por avanzar por las calles atestadas.

 

 

Así se vive el Carnaval de Rua (Carnaval de calle) en los barrios de la mayoría de las ciudades de Brasil. Y su máxima expresión está en Olinda -hoy un suburbio de Recife en el nordeste brasilero, en el estado de Pernambuco, a dos horas de vuelo desde Sao Paulo- donde tuvimos la oportunidad de sufrirlo en carne propia. En Olinda y Recife no hay escuelas de samba ni Sambódromo, ni competencia. Sólo millones de personas en las calles, la mayoría disfrazados con poco pudor para refregar su sudor, cuerpo a cuerpo, piel con piel  con la masa danzante.

 

 

Si sufre de agarofobia ni piense en bajar a la calle. La sensación de ser aplastado por la muchedumbre o arrastrado por las cadenas de personas que avanzan en cualquier dirección es, muchas veces, insoportablemente angustiante.

 

 

No es suficiente decir que el Carnaval de Brasil tiene raíces africanas –que sí las tiene– como que asimismo tiene raíces en los pueblos “primitivos” del Amazonas. Las raíces del Carnaval cruzan los tiempos y las ideologías, y se remontan en el hemisferio norte a los astros y las estaciones. No por casualidad todos los carnavales, incluyendo la celebración del año nuevo chino, se relacionan con la primera luna nueva después del solsticio de invierno cuando la naturaleza está preparada para renacer, los días se alargan y la vida recupera su esplendor. Lo que resulta difícil de tragar es que tenga raíces en el Cristianismo como nos lo tratan de hacer creer, vinculándolo a la Cuaresma, el período de cuarenta días antes de la Pascua, descontando los domingos. ¡Vaya qué cálculo!

 

 

El Carnaval de Rua de Brasil es netamente popular. Negros, mulatos y rubios, pobres y ricos, hombres, mujeres y todo el continuo sexual y social del género humano se unen en el sudor de los cuerpos y el éxtasis del ritmo de los tambores. El Carnaval de Rua es una fiesta de reivindicación popular, una reclamación de lo que le pertenece al pueblo, su historia, sus tradiciones y su dignidad. Tanto así que ni siquiera la Coca Cola –y ninguna otra marca-  ha podido adueñarse de esta fiesta como lo han hecho con el Mundial de Fútbol u otras expresiones de fiesta y alegría. El Carnaval no tiene otro dueño que el pueblo brasilero, todo el pueblo. El Carnaval no se compra ni se vende,  a pesar de ser la fiesta mas multitudinaria del mundo.

 

 

 

Por un momento de sueño …. fingir ser un rey o un pirata o jardinera, y que todo se acabe la cuarta feira… (A.C.Jobim)

 

No hay espacio para los turistas como meros observadores ajenos a lo que sucede en las calles del Carnaval de Rua aunque muchos, en sus pintas habituales, parecen mejor disfrazados que los mismos brasileros. Es lo que nos pasó con una compañera en este viaje. Ella, estupenda, vestida comme il faut, con su pelo negro azabache, labios pintados de color carmesí, un sombrero negro alón y una simple flor del color de los labios prendida a su pelo, deslumbraba a los transeuntes que se apiñaban para piropearla y retratarse con ella. Parecía representar la belleza lusitana de una dama o “lady” –probablemente esclavista– de la corte de Pedro II. Nosotros, sus acompañantes, debimos hacer gala del ingenio y rayar en el ridículo para atraer una que otra mirada a nuestro paso por las calles.

 

 

RECOMENDACIONES

 

  • No le crea a los agoreros de siempre. La gente está de fiesta, aún cuando puedan haber aprovechadores y delincuentes, tratando de sacar ventajas. Esté atento. La gran, gran mayoría está ahí para pasarlo bien.
  • Armese de paciencia. Los embotellamientos de tránsito son grandes, pero nada que no se pueda soportar. Hay taxis y transporte público para desplazarse sin dificultad.
  • Reserve su hotel con tiempo, lejos de los epicentros multitudinarios. Muy recomendable: el Hotel Transamérica en la Rua de Bon Viagem, frente a la playa de Recife.
  • Los bancos cierran durante carnaval y no hay, como en Chile, cajeros automáticos en todas las esquinas. Tenga siempre efectivo en bajas denominaciones para comprar agua (o cerveza) para soportar “la calor” y pagar los taxis.
  • Los precios son como en Chile.
  • Lleve con qué disfrazarse, aunque sea una simple flor en el pelo. No vaya con pinta de turista. Si es mas osado, aproveche de desinhibirse. Nadie lo mirará feo y lo pasará mejor.
  • El carnaval no es una fiesta para niños. No hay riesgos, pero no lo pasarán bien.

 

 

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