Texto: Pablo Tironi, desde Bahrain.

 

Bahrain, este pequeñísimo reino en el Golfo Arabe (o Golfo Pérsico para los iraníes) es la base de la V Flota naval norteamericana, la que protege -con más de 10.000 hombres- los inmensos intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos en esta zona del mundo árabe, desde donde se han organizado la Tormenta del Desierto, la Guerra de Irak, la de Afganistán, la de Siria y la menos conocida de Yemen. La misma que patrulla las costas de Yemen y Somalia para evitar la piratería y el contrabando de miles de toneladas de petróleo desde los territorios ocupados por el ISIS de Siria e Irak. La presencia de esta base -y una inglesa en plena construcción- explica en buena parte la relación de Bahrain y Occidente.

 

 

Bahrain tiene apenas 1,5 millones de habitantes, de los cuales sólo la mitad es árabe baharini. El resto son residentes extranjeros muy limitados en sus derechos, provenientes principalmente de Pakistán, India, Filipinas, Siri Laka y, en menor medida, de otros países islámicos de Africa. El PGB alcanza a unos 35.000 millones de dólares por año, lo que representa un PIB per cápita de unos US$ 23.000 por año por habitante. Sin embargo, el PIB per cápita se duplica en consideración a que los derechos económicos, de trabajo y de propiedad están limitados para los no baharinis, llegando a ser un país casi tan rico como el de las naciones más desarrolladas.

 

 

La población es 98% musulmán y de ella el 70% shiita, mientras el gobierno es controlado por la minoría sunita de la familia real Al Khalifa, a través de una monarquía «constitucional» que es, en los hechos, absolutista. Para entender el delicado equilibrio que se juega aquí, hay que decir que son sunitas (o filo sunitas) los rebeldes que se oponen a Bashir Al Assad en Siria, la casa real y la mayoría de la población saudita, país con que limita Bahrain por los cuatro costados; y que son shiitas los gobiernos y la población de Irán y del sur de Irak. Bahrain, con mayoría shiita y gobierno sunni es, como en toda la región, una caldera con alta presión. Muchos barrios shiitas de la ciudad están cercados con alambradas y patrullas antimotines, que controlan a quien entra o sale de ellos. Con esto esperan evitar revueltas populares como las que surgieron durante la Primavera Arabe. Mirando a través de las alambradas, se ven las banderas negras Shia colgando de balcones y casas. La ciudad de Manamá -que contiene prácticamente a toda la población del país- tiene un centro con edificios modernos con arquitectura muy llamativas. Edificios puntiagudos, redondos, torcidos, inclinados, en fin, de todas las formas imaginables, en acero y cristal, iluminados en la noche con luces de neón. Entre estos colosos modernos y más allá, se enclava la ciudad de las mayorías; calles y callejuelas estrechas y desordenadas, con edificios avejentados o viejos y sucios. Es como si toda la ciudad, a nivel de suelo, fuera como (en Santiago) la calle 10 de Julio o Franklin con Santa Rosa. Y a nivel de cielo, más moderna que las partes más modernas de Chicago o Berlin.

 

 

Grandes autopistas cruzan la ciudad en todas direcciones. El tráfico es ordenado y fluido, excepto los jueves y viernes en la tarde cuando miles de sauditas llegan a Bahrain buscando respirar un poco de libertad para beber alcohol y fraternizar sin las imposiciones estrictas de la sharia saudí, donde hombres y mujeres no pueden compartir el mismo lugar excepto en familia. La población local se distribuye ,más o menos, mitad y mitad entre hombres y mujeres. Entre los extranjeros, más de dos tercio son hombres. Así, la posibilidad de venir a Bahraín en busca de una enamorada son prácticamente nulas.

 

 

Con Constanza, mi hija residente aquí, estamos logrando, sin proponérnoslo, conocer la «10 cosas para ver en Bahrain» del Trip Advisor y Lonely Planet. Estamos con dudas si existirán tantas. Pero, tanto perdernos y darnos vuelta, y conversar y reírnos, seguro que conoceremos todo lo que vale la pena y mucho más. Anteayer el Souk, ayer la antigua fortaleza portuguesa y la Gran Mezquita, hoy el Museo Histórico, mañana buscaremos túmulos funerarios de 5.000 años de antigüedad y el barrio antiguo de los pescadores de perlas junto al mar.

 

 

Los túmulos funerarios son restos de la época Dilmun, la población semita que habitó la costa occidental del Golfo Arabe entre los años 4.000 y 500 AC. Su importancia radicaba en el control de la vía marítima de comunicación entre dos de las regiones mas importantes de la historia humana: entre el delta de los ríos Tigris y Eufrates, y del río Indo hasta las islas de Sumatra y la península indochina. En la costumbre funeraria Dilmun, como muchas culturas nómades antiguas, enterraban a sus muertos en cámaras mortuorias de piedra, construidas sobre la tierra que cubrían de roca y tierra formando pequeños montículos, algunos de los cuales llegan a tener mas de 50 mts de ancho y alto de un edificio de cuatro pisos.  En Bahrain se han catastrado mas de 350.000 de estos entierros que, en la actualidad, parecen simples montones de tierra diseminados en grandes extensiones, todos ellos ya saqueados –si alguna vez tuvieron algo en su interior- hace quizás más de 3.000 años. En algunas partes, la ciudad creció en torno a estos montículos que tienen incluso una altura mayor que los edificios que los rodean. Algo así como lo de la Waka Pucllana, en Lima.

 

 

Hay una controversia especial con el destino de estos túmulos, ya que el Islam considera que la verdadera historia comienza con Mahoma. Que todo lo anterior fue barbarie. Por ello se discute sobre si tiene sentido conservar esos «montones de tierra» y tener que dedicar valiosos espacio urbano para que «vivan los bárbaros muertos», cuando falta espacio para que «vivan los fieles vivos». El caso Kaggoshi –el periodista saudí asesinado en el consulado de ese país en Ankara– es una noticia irrelevante. Lo poco que he escuchado y leído de él se centra en sostener la inocencia del gobierno saudita. El titular del diario local en inglés decía ayer que ¨los enemigos se ensañan injustamente contra el gobierno¨, exaltando la rapidez con que el príncipe heredero ha instruido la investigación del caso.

 

 

He aprovechado mi tiempo libre –o sea todo mi tiempo en Bahrain– siguiendo un curso por internet de la Universidad de Leiden en La Haya sobre terrorismo y antiterrorismo. El curso intenta probar o desvirtuar si son mitos o hechos las cosas que se dicen del terrorismo en el mundo, a través del análisis académico de la información disponible. Uno de los mitos que declara como falsedad es que el terrorismo es principalmente la expresión de una fase más de la guerra entre el Islam y la herejía declarada hace ya más de 12 siglos. Concluye que, por muchísimo, el número de actos terroristas y el número de muertos por terrorismo se concentra, actualmente, en cuatro países: Paquistán, Afganistán, Irak y Siria, todos ellos musulmanes. Estas acciones terroristas, en su gran mayoría, no están dirigidas contra blancos occidentales ni menos cristianos (¿han escuchado de una bomba en el Vaticano o alguna catedral europea?), sino contra musulmanes que representan la herejía para otros grupos musulmanes (shiitas contra alawitas o sunitas, etc.). Pareciera que el control del poder, de interpretar la voz de Alah, ha sido la causa de una lucha fraticida del Islam desde la muerte de Mahomma.

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